viernes, 12 de octubre de 2018

EXTREMISMO POLÍTICO


¿Sorprende un poco ver a un caballero flemático como Federico Pinedo hablando de “extremismo político”, término tristemente célebre allá por los años 70’, y no precisamente bajo gobiernos democráticos? La verdad, no, porque muestra cabalmente cual es la idea real que tiene esta gente de como funciona el sistema político, y cuan cierto es que creen en valores como el pluralismo o la alternancia; con los que le pican el seso a la gente, cuando no gobiernan ellos.

Porque cuando gobiernan tienen pretensiones hegemónicas como cualquiera, y más también, e intentan sostenerlas incluso aunque gobiernen como el culo, y lo único que hagan bien son sus negocios. Y en primer lugar entre esas pretensiones hegemónicas, está la de crearse una oposición a su medida, o como diría Cristina, una “oposición de diseño”.

Que arranca por adentro de los bordes del propio oficialismo, donde Carrió cubre con sus quejas ampulosas el costado de la “crítica moral”, funcional al propósito de demostrar que “Cambiemos” es una coalición en serio, donde los socios están en un pie de igualdad y pueden tener diferentes puntos de vistas, que no alteran la estabilidad del conjunto. "Nuestra riqueza es la diversidad" es el latiguillo al que apelan para explicar que no son un cottolengo.

Así contienen al voto de la indignación moral selectiva, que barniza de ese modo su conservadurismo social y político, que quizás ahora y Bolsonaro mediante, se atrevan a ir blanqueando paulatinamente. Que en el fondo todo es una payasada lo sabe cualquiera que no sea un paparulo como el Gato Sylvestre, como quedó comprobado con el pedido de juicio político a Garavano. 

Después están los radicales, que tienen el papel de “estar afuera” del gobierno porque no participan de la toma de las decisiones más importantes (sobre todo en materia económica) para intentar esquivar pagar los costos por las decisiones más impopulares (o sea, casi todas), pero “estar adentro” para “arrimar ideas” para resolver los entuertos en los que se mete el propio gobierno; como pasó con la compensación a las distribuidoras de gas.

Claro que por lo general esas soluciones solo empeoran el problema (¿a quién le ocurre pensar que los radicales pueden aportar soluciones en materia ecobnómica?), pero esa es otra cuestión: los roles están bien definidos, y los que los juegan suponen que les reportan mutuos beneficios.

Luego viene la “oposición responsable” como Massa, Urtubey o Pichetto, que concuerda con el rumbo general del gobierno (e incluso a veces no tiene empacho en decirlo), pero tiene “matices”, y por eso “propone mejoras” para lo que es imposible de mejorar, como el presupuesto, el acuerdo con el FMI o los tarifazos, por poner algunos ejemplos. La misma que "celebra" las "marchas atrás" del gobierno, como Pichetto con la compensación a las distribuidoras de gas.

Esa “oposición” no solo es bienvenida y puesta como el ejemplo a seguir, sino reconocida como la única a la que el gobierno le reconoce entidad institucional, y legitimidad democrática: son los convocados a reunirse para dar -una vez más- la necesaria muestra de pluralismo, apertura y capacidad de diálogo, que disuada la idea de que el gobierno es una dictocracia, o una democradura.

El resto del arco político (en especial y sobre todo, el kirchnerismo) queda por fuera, y es el “extremismo”, porque comete el pecado imperdonable de cuestionar el programa del gobierno, y proponer otro rumbo diametralmente opuesto: anatemizar de ese modo lo que debiera ser normal en cualquier proceso democrático da una idea clara de los estrechos límites de las convicciones democráticas de nuestros repúblicos.

¿Y que se hace con el extremismo político? Se lo aísla como un “veneno social” propio de “personas envilecidas”, como propuso el presidente, con inspiración hitleriana. Pero como en democracia no se lo puede, lisa y llanamente, chupar para hacerlo desaparecer, se lo reduce a la categoría de delincuentes a ser perseguidos judicialmente, en una cacería en la que si hace falta dejar de lado toda forma de debido proceso, o respeto por las leyes y garantías constitucionales, se los deja, y listo.

Si se sabe separar la paja del trigo, y se presta atención a lo esencial más allá de las formas más o menos cuidadas del lenguaje, no es muy distinto de lo que hizo Bolsonaro en Brasil, aunque acá muchos se hagan los horrorizados con el tipo, desde el lugar hipócrita de la corrección política. Tuit relacionado:

1 comentario:

  1. Pinedo. Sorete garca, igual que el asesino de su abuelo, que mataba gente hasta en la Cámara de Diputados.

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