Se arregló el problema del gas para los usuarios. Lo hicimos sin violar la ley como proponía el extremismo político. Los que más se benefician cuando se viola la ley, son los de arriba.— Federico Pinedo (@PinedoFederico) 11 de octubre de 2018
¿Sorprende un poco ver a un caballero
flemático como Federico Pinedo hablando de “extremismo político”, término
tristemente célebre allá por los años 70’, y no precisamente bajo gobiernos
democráticos? La verdad, no,
porque muestra cabalmente cual es la idea real que tiene esta gente de como
funciona el sistema político, y cuan cierto es que creen en valores como el
pluralismo o la alternancia; con los que le pican el seso a la gente, cuando no
gobiernan ellos.
Porque cuando
gobiernan tienen pretensiones hegemónicas como cualquiera, y más también, e
intentan sostenerlas incluso aunque gobiernen como el culo, y lo único que
hagan bien son sus negocios. Y en primer lugar
entre esas pretensiones hegemónicas, está la de crearse una oposición a su
medida, o como diría Cristina, una “oposición de diseño”.
Que arranca por
adentro de los bordes del propio oficialismo, donde Carrió cubre con sus quejas
ampulosas el costado de la “crítica moral”, funcional al propósito de demostrar
que “Cambiemos” es una coalición en serio, donde los socios están en un pie de
igualdad y pueden tener diferentes puntos de vistas, que no alteran la
estabilidad del conjunto. "Nuestra riqueza es la diversidad" es el latiguillo al que apelan para explicar que no son un cottolengo.
Así contienen al
voto de la indignación moral selectiva, que barniza de ese modo su
conservadurismo social y político, que quizás ahora y Bolsonaro mediante, se
atrevan a ir blanqueando paulatinamente. Que en el fondo todo es una payasada lo sabe cualquiera que no sea un paparulo como el Gato Sylvestre, como quedó comprobado con el pedido de juicio político a Garavano.
Después están los
radicales, que tienen el papel de “estar afuera” del gobierno porque no
participan de la toma de las decisiones más importantes (sobre todo en materia
económica) para intentar esquivar pagar los costos por las decisiones más
impopulares (o sea, casi todas), pero “estar adentro” para “arrimar ideas” para
resolver los entuertos en los que se mete el propio gobierno; como pasó con la
compensación a las distribuidoras de gas.
Claro que por lo
general esas soluciones solo empeoran el problema (¿a quién le ocurre pensar que los radicales pueden aportar soluciones en materia ecobnómica?), pero esa es otra cuestión:
los roles están bien definidos, y los que los juegan suponen que les reportan
mutuos beneficios.
Luego viene la
“oposición responsable” como Massa, Urtubey o Pichetto, que concuerda con el
rumbo general del gobierno (e incluso a veces no tiene empacho en decirlo),
pero tiene “matices”, y por eso “propone mejoras” para lo que es imposible de
mejorar, como el presupuesto, el acuerdo con el FMI o los tarifazos, por poner
algunos ejemplos. La misma que "celebra" las "marchas atrás" del gobierno, como Pichetto con la compensación a las distribuidoras de gas.
Esa “oposición” no
solo es bienvenida y puesta como el ejemplo a seguir, sino reconocida como la
única a la que el gobierno le reconoce entidad institucional, y
legitimidad democrática: son los convocados a reunirse para dar -una vez más-
la necesaria muestra de pluralismo, apertura y capacidad de diálogo, que disuada
la idea de que el gobierno es una dictocracia, o una democradura.
El resto del arco
político (en especial y sobre todo, el kirchnerismo) queda por fuera, y es el
“extremismo”, porque comete el pecado imperdonable de cuestionar el programa
del gobierno, y proponer otro rumbo diametralmente opuesto: anatemizar de ese
modo lo que debiera ser normal en cualquier proceso democrático da una idea
clara de los estrechos límites de las convicciones democráticas de nuestros
repúblicos.
¿Y que se hace con
el extremismo político? Se lo aísla como un “veneno social” propio de “personas
envilecidas”, como propuso el presidente, con inspiración hitleriana. Pero como en
democracia no se lo puede, lisa y llanamente, chupar para hacerlo desaparecer,
se lo reduce a la categoría de delincuentes a ser perseguidos judicialmente, en
una cacería en la que si hace falta dejar de lado toda forma de debido proceso,
o respeto por las leyes y garantías constitucionales, se los deja, y listo.
Si se sabe separar
la paja del trigo, y se presta atención a lo esencial más allá de las formas
más o menos cuidadas del lenguaje, no es muy distinto de lo que hizo Bolsonaro
en Brasil, aunque acá muchos se hagan los horrorizados con el tipo, desde el
lugar hipócrita de la corrección política. Tuit relacionado:
En Cambiemos los roles de los socios están bien definidos: Carrió es el Pepe Grillo de la conciencia moral republicana, los radicales los voceros de la clase media que les pide que aflojen un poco para que los kukas no los gasten por seguir bancando, y el PRO a los negocios.— La Corriente K (@lacorrientek) 11 de octubre de 2018
Pinedo. Sorete garca, igual que el asesino de su abuelo, que mataba gente hasta en la Cámara de Diputados.
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