jueves, 11 de octubre de 2018

LO BUENO DE TENER OPCIONES


Cuando los mercados de capitales le cortaron el chorro del financiamiento externo a principios de año, el gobierno de Macri terminó acudiendo al FMI como prestamista de última instancia, argumentando que de ese modo financiaría el “gradualismo” y evitaría tener que hacer un ajuste brutal sobre el gasto público; que ya estaba ejecutando desde fines del 2017, cuando lanzó la reforma previsional, y consiguió que el Congreso la aprobara.

Al anunciarse el primer acuerdo con el FMI y adelantándose a las críticas, Dujovne y otros funcionarios salieron a decir que ahora el Fondo era distinto, porque tenía sensibilidad social y no exigía ajustes brutales como única solución a los problemas de los países que acudían a él en busca de ayuda. Cualquiera que se haya tomado el mínimo trabajo de repasar los antecedentes mundiales, regionales y nacionales de acuerdos similares, sabía que estaba mintiendo, y el primer stand by firmado por el gobierno de Macri no fue la excepción.

El acuerdo fue anunciado con bombos y platillos y tardó menos de tres meses en fracasar, porque sus metas de inflación y crecimiento de la economía fueron destrozadas por la corrida cambiaria, y la respuesta del gobierno fue anunciar una adenda, que el propio Macri dio por aprobada y que aun hoy no lo está, porque el board del Fondo no la ha tratado, y condiciona su aprobación a que el Congreso apruebe el presupuesto para el año que viene, que contiene un ajuste fiscal (ese que nos dijeron que iba a haber) de por lo menos 500.000 millones de pesos, a repartir entre la nación y las provincias.

Y ahora resulta que el propio FMI, es decir sus economistas encargados de seguir el caso argentino, advierten que de aplicarse sus recomendaciones la caída de la economía será mayor que la que previeron (ellos y el gobierno), tanto para esta año como para el que viene, y especulan con que en el mejor de los escenarios, el país recién lograría salir de la recesión para el 2020.

También descubren lo que era obvio: políticas de ajuste y contracción del gasto público deprimen uno de los motores de la economía por el lado de la demanda agregada, y terminan comprometiendo las metas de equilibrio fiscal o reducción del déficit, porque cae la recaudación. Claro que la solución que proponen para ese problema que sus consejos (coincidentes con la visión macroeconómica del gobierno) crearon es siempre la misma: reducir más aun el gasto público, espiralizando así un círculo vicioso de perro que se muerde su propia cola.

Por si alguna duda quedara que el proyecto de presupuesto que discute el Congreso es un mamarracho que no refleja en absoluto la realidad económica del país, es ahora el propio FMI el que lo está diciendo, y pidiendo que lo corrijan porque según sus propios cálculos sobre la caída de la economía, habría que hacer un ajuste adicional de 60.000 millones de pesos más al ya previsto en el documento: una hermosa manera de facilitarle al gobierno y a la “oposición responsable” la aprobación de la norma.

Lo curioso es que los mismos economistas del Fondo dicen que la única manera de evitar ese nuevo torniquete sobre el ajuste es que dólar se dispare, y en consecuencia con él la inflación, porque eso mejoraría las cuentas del Estado por el lado de ciertos ingresos (como las maléficas retenciones), sin necesidad de incrementar el ajuste. Lo que no dicen es que siempre están hablando del superávit primario (es decir, antes del pago de los intereses de la deuda), porque otra corrida cambiaria empeoraría notablemente el ya abultado déficit financiero, al exigir un mayor esfuerzo fiscal para poder hacer frente a los pagos de la deuda, y alejar el gantasma del defáult. O sea, nos ponen a elegir entre el ajuste por un lado, y la devaluación con inflación alta y peligro de híper, por el otro: que no se diga que no nos dejan opciones.

Así las cosas, el presupuesto que el gobierno insiste en aprobar sin modificarle una coma, no tiene más valor que el papel en el que está escrito, porque nadie en su sano juicio puede sostener que, en éste contexto, su aprobación sea necesaria para “dar una señal a los inversores”(financieros, se entiende, los otros no vinieron ni vendrán, a un país para el que se pronostica recesión por dos años largos más, mínimo); que están calentando motores para volver a poner los pies en polvorosa, sin que haya LELIQ’s que los detengan: tras una breve suba, las reservas volvieron a caer en las últimas rondas del mercado cambiario.

En todo caso, su aprobación podría servir para dar la idea de que aun existe un barniz de gobierno o Macri controla en parte el desarrollo del proceso político, luego de haber delegado la conducción de la economía en el FMI, para poder echarle la culpa de todos sus desaguisados. O a lo sumo, para colar alguna que otra trapisonda, como el intento de conseguir una habilitación legal del Congreso para un nuevo megacanje de la deuda.

Pero más allá de lo que haga o piense el gobierno, el presupuesto supone un desafío político para la oposición: rechazarlo de plano y de un modo contundente es una primera señal indispensable no solo de verdadera responsabilidad institucional, sino para dar la primera señal concreta de un posible acuerdo de unidad, que permita una convergencia política de cara a las elecciones del año que viene, con chances reales de derrotar el intento de reelección de Macri.

Y para los “opositores responsables” como Pichetto, que insisten en aprobar el presupuesto a como dé lugar, hacerlo en estas condiciones y en éste contexto supone una sola cosa: su compromiso público con el FMI, el establishment financiero internacional y los factores de poder locales, de que las políticas del gobierno de “Cambiemos” seguirán más allá de diciembre del 2019, aun cuando Mauricio Macri ya no esté en la Casa Rosada, como lo comprueba el hecho de que ayer mismo, cuando en el Senado se discutía la compensación a pagar por los usuarios a las distribuidoras y transportistas de gas por la devaluación, elogió como "inteligente" la solución propuesta por el gobierno de hacerla cargar sobre el Estado, es decir sobre todos nosotros.

Aunque digan que quieren construir un “peronismo de centro nacional” y otras paparruchadas por el estilo, la verdad -como decía Perón- habla por su propio peso, y sin artificios. Tuits relacionados:

No hay comentarios:

Publicar un comentario