lunes, 22 de octubre de 2018

PERONISMOS Y PODER


Al peronismo se lo puede intentar explicar de diferentes maneras, y desde distintos ángulos, pero parece haber al menos algo en lo que todos están de acuerdo: en que una de las cosas que mejor lo definen, es su relación con el poder. Es más, no son pocos (dentro y fuera de él) los que gustan definirlo como un puro y duro aparato de poder, pragmático, desprendido de toda atadura ideológica; una máquina de conquistar, conservar o ampliar el poder, al estilo de lo que fuera por años el PRI mexicano.

Claro que si uno intenta profundizar en para que se quiere tener el poder, es posible que los senderos interpretativos se bifurquen: para nosotros está claro que el peronismo, cada vez que pudo escribir su propio libreto y no dejar que otros lo escribieran por él (como en el menemato),  buscó el poder para transformar con él la realidad, en beneficio de las grandes mayorías nacionales.

Es decir jamás le interesó el poder por el poder mismo, o por el mero goce sensual de tenerlo; como sugería por ejemplo en su momento Alfonsín. Si así fuera, Perón hubiera hecho todo lo que le exigían en su momento para poder mantenerse en el poder sin ser derrocado, o para que lo dejaran volver antes en los 18 años de exilio; o al principio de todo hubiera aceptado de buen grado las exigencias de Braden. Sin ir más lejos, hubiera hecho lo que hizo Menem al asumir después de la híper de Alfonsín, adoptando primero el plan Bunge y Born y luego la convertibilidad de Cavallo, aleccionado como estaba por los efectos de un golpe de mercado. Lo dicho para Perón y Braden, cabe para Néstor Kirchner y el famoso pliego de condiciones de Escribano.

Se podrá discutir el sentido, la profundidad y la perduración en el tiempo de las transformaciones que hizo el peronismo cuando tuvo el poder (incluyendo claro está a los gobiernos de Néstor y Cristina entre el 2003 al 2015), o las prioridades que atendió y las que dejó de lado en cada caso; pero no se podrá negar que nunca fue lo suyo administrar las crisis, y dejar todo más o menos como estaba. Otros rumbos posibles para enfrentar los mismos dilemas (como los que propone la izquierda, por ejemplo) quedarán por ahora como proyectos de tesis de Sociales, mientras no tengan la oportunidad -otorgada por las urnas- de comprobarse en la realidad. 

Claro que hablar del poder lleva a otra cuestión, que es descubrir dónde está ese poder, quien lo tiene, como se reparte, y si esa distribución es estática o fluye; y esto el peronismo lo entendió desde siempre mejor que nadie: desde su aparición en la escena política nacional comprendió que el poder político formal, contenido en las instituciones democráticas del Estado y su núcleo de competencias desarrollado por la Constitución y las leyes es solo una parte del poder, y ni siquiera la más grande o importante. 

Tanto lo entendió que cuando accedió a esa fracción del poder, siempre buscó ampliarlo y fortalecerlo para poder disputar con los otros "poderes"; desde que nacionalizó el Banco Central (que más que "autónomo" o "independiente" era extranjero), o reformó la Constitución en 1949, para ampliar no solo derechos sino y fundamentalmente, el rol del Estado y sus capacidad para intervenir en el proceso económico y social. Porque diga lo que se diga sobre la naturaleza política del peronismo, su condición revolucionaria o simplemente reformista, lo cierto es que es elque le ha propinado al poder real que manda en la Argentina más allá de los gobiernos, los únicos arañazos que sufrió en sus intereses. 

Todas estas reflexiones vienen a cuento de que el proceso que se abre en el país a partir de las elecciones que determinarán el futuro gobierno es mucho más complejo y profundo que acertar con una alquimia electoral exitosa, aunque ése sea un prerrequisito: se trata esencialmente de la disputa por la reconquista y ampliación del poder político, incluso más allá de ganar las elecciones.

Porque son las relaciones de poder las que determinan el rumbo en una sociedad, su modelo productivo, la distribución social del excedente económico, el grado de autonomía del Estado respecto a las lógicas corporativas, o como éstas se subordinan a un proyecto colectivo sostenido por las instituciones públicas. Si bien es cierto que la derecha logró unir el poder económico al político al conseguir legitimidad electoral en el 2015, no es basado en ésta (que ha ido horadando día a día con su programa de gobierno) que consigue imponer su proyecto aun contra la resistencia social que genera, sino de los nexos de intereses que hoy vinculan al gobierno del Estado, con el poder económico y el mediático, que no es sino una ramificación de éste.

El futuro gobierno tendrá que lidiar sí con una pesada herencia: la compleja situación económica y sus consecuencias sociales, la descomposición del poder político e institucional y la licuación de la autoridad presidencial, la corrosión del Estado por los loteos de zonas de influencia, los nichos de negocios y los "conflictos de intereses" de hoy; en los que mañana los eventualmente desalojados de la Casa Rosada quedarán del otro lado del mostrador reclamando por "seguridad jurídica" para sus privilegios. Todo eso sin contar un complejo marco regional e internacional.

El cuadro descripto determina la necesidad de acumular poder social y político para ganar la elección, y convertirlo en poder institucional, para enfrentar a esos otros poderes; sobre todo porque las medidas imprescindibles para poder empezar a salir de la crisis (reponer los controles de capitales, regular la compra de divisas, obligar a liquidar exportaciones, reponer retenciones, desdolarizar tarifas, etc) lesionan sus intereses y las posiciones adquiridas o reconquistadas durante el macrismo: a los que sueñan con Moncloas criollas, hay que recordarles que los que manejan las palancas no tienen muchas ganas de pactar que digamos, si por pactar se entiende ceder algo de lo conquistado.

Visto desde ahí, vamos a los peronismos en disputa, y donde están buscando acumular cada uno de ellos, y sobre todo para que: sentado que la salida de la crisis es política, requiere disputar el poder con el poder real, incluso por estricta racionalidad económica. De allí que hay que preguntarse que peronismo y quien o quienes dentro de ese peronismo no solo están en condiciones de hacerlo porque lo han demostrado cuando les tocó la responsabilidad, sino que por esa misma razón siguen estando en la mira de ese poder.

Y no se trata de reducir todo a la figura de Cristina (en cuyo derredor puede converger en todo caso una amplia coalición política y social), o de explicar como es la dinámica política que se da hacia el interior de "los peronismos" (el fotismo por un lado, los votos por el otro, como Felipe Solá dijo hace poco), sino desde estos hacia el poder real; ese que se congregó por ejemplo en el coloquio de IDEA, que se expresa en los documentos del Foro de Convergencia Empresarial, o se nuclea en la Asociación Empresaria Argentina (AEA).

Es muy posible que el paso del tiempo y la agudización de la crisis despeje incógnitas electorales, pero eso es una parte del dilema del poder: la cuestión principal es si la salida consiste en una mera administración de la crisis macrista bajo sus propios términos no discutidos en lo sustancial, o la transformación del número electoral en fuerza política para a su vez transformar la realidad; como condición indispensable para sostenerse en el poder institucional, sin ser barridos por la reagravación de la crisis que dejará un campo minado al futuro gobierno.

Nos animamos a intuir que los niveles de intención de voto para una posible candidatura presidencial que vienen registrando las encuestas entre Cristina y los otros posibles presidenciables de "los peronismos" están conectados de un modo intuitivo a esta cuestión central; y el propio Morales Solá en su columna del domingo a la cual corresponde la imagen de apertura, y de modo brutal para agitar fantasmas, también lo ha dicho con todas las letras.

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