Pongámosle que damos por saldado la
discusión sobre si hubo o no engaño a los votantes (o a parte de ellos) para
posibilitar el triunfo de Macri en el 2015, y pongámosle también que pese a sus
8 años previos en la gestión en la CABA, muchos pudieran no saber o no conocer
lo que representaba el PRO en la gestión de la cosa pública.
Pongámosle también
que por eso mucha gente no creyó en la “campaña del miedo” previa al balotaje
presidencial, o que el año pasado decidió renovarle el crédito a “Cambiemos”,
pensando o suponiendo que lo peor había pasado, y el país comenzaba a crecer, y
todos a mejorar, como nos habían prometido. No discutamos ninguna de esas
afirmaciones, y avancemos.
Ahora, a casi tres
años del inicio del mandato presidencial de Mauricio Macri, la realidad habla
por sí misma, o por lo menos eso supone uno: la recesión autogenerada por las
políticas del gobierno llegó para quedarse, la inflación -lejos de ceder- se
espiraliza, y no parece que el gobierno haga mucho por contenerla; salvo subir brutalmente
las tasas de interés, agravando la recesión.
Los salarios y las
jubilaciones pierden frente a la inflación, y seguirán perdiendo, hay empleos
que se perdieron y muchos otros que están amenazados, no hay atisbos de
reacción del nivel de actividad, y tampoco la seguridad de que la economía no
será otra vez arrastrada por el próximo vendaval financiero; toda vez que no se
ha tomado ninguna medida para evitarlo, sino más bien todo lo contrario.
Los comunicadores
oficialistas -con los matices del caso- comienzan a tomar prudente distancia
del fracaso de otro experimento neoliberal en el país, o por lo menos evitan
hablar de economía, porque no tienen nada bueno que decir.
Más aun: el propio
gobierno (comenzando por el presidente) nos dice que por un buen tiempo (un
tiempo que no pueden precisar) todo seguirá igual, e incluso empeorará: Macri
dice que subirá la pobreza, Dujovne que continuará la recesión y no puede
aventurar cuando terminará, y así. Ya ni siquiera se toman el trabajo de
prometernos segundos semestres, ni luces al final del túnel.
Hay quienes valoran
eso, porque “nos dicen la verdad”, sin reparar en que al mismo tiempo, el
gobierno no solo no se hace cargo de la crisis e insiste en que “pasaron
cosas”, en señalar factores ajenos, extraños, que no controla, sino que tampoco
anuncia el más mínimo curso de acción que permita suponer que atacará las
causas de la crisis, y podremos en consecuencia superarla: el Secretario de
Energía dice que tenemos los combustibles más baratos de la región (ergo,
imposible pensar que den marcha atrás en la desregulación del mercado
sectorial), el presidente provisional del Senado, Pinedo, dice que si no
hubiéramos ido al FMI estaríamos todos muertos (o sea, si el plan del Fondo
fracasa, no hay otro a la vista), y así.
No existe en todo
el bagaje conceptual del gobierno la más mínima idea cercana a revisar
posiciones, modificar medidas, cambiar el rumbo: por el contrario, el mismo
Macri se ocupa de decir -cada vea que puede- que el rumbo es el correcto, el
único posible, y que perseverando en él, llegarán los resultados.
No se habla de
recomponer ingresos de los sectores populares o aliviarles la vida, ni aumentos
de emergencia para los jubilados (Dujovne lo acaba de descartar de plano), ni
refuerzo de los programas sociales (que están subejecutados por el ajuste
fiscal), ni de aflojar el apretón monetario (la idea de la “emisión cero” y las
tasas por las nubes recién arranca); mucho menos de desdolarizan tarifas de los
servicios públicos, o recomponer subsidios, reimplantar alguna forma de control
de capitales, o de restricciones a la compra de divisas.
Por el contrario,
el programa económico para el año que viene -año en el que el gobierno jugará
su suerte en elecciones- condensado en el presupuesto nacional que discute el
Congreso reafirma ese rumbo, para peor sobre la base de proyecciones
macroeconómicas en las que ni siquiera el propio gobierno cree. Tanto ratifica
el rumbo, que da por descontado que ese presupuesto y ese ajuste despertarán
propuestas, y se prepara para responderles con una escalada represiva.
En este panorama,
el único futuro posible hasta el final del mandato de Mauricio Macri es más
recesión, pobreza, redistribución inequitativa del ingreso, destrucción de
empleo, tejido industrial y capital productivo: ya ni siquiera nos prometen que
habrá sectores puntuales (como el campo) que traccionarán la economía al
crecimiento. Por el contrario, Carrió dice que se viene el peor año de la historia argentina.
Como hemos dicho
tantas veces, “Cambiemos”, Macri, su gobierno son un proyecto acabado en
términos económicos, sin nada nuevo que ofrecer; y un proyecto limitado en lo
político a ofrecerse como garantía de que no regrese el kirchnerismo, cuando
todos (incluso sus críticos) vivían mejor. Y esto no es una opinión, sino algo
fácil de corroborar, con los propios datos oficiales: no hay un solo indicador
económico o social relevante que hoy, a tres años del cambio de gobierno, que
esté mejor que entonces.
Así las cosas,
Dujovne (que no acierta a anunciar ninguna medida que permita superar el
desastre que han producido) pide la reelección para Macri, porque dice que este
programa necesita cuatro años más para poder cumplir sus objetivos. El propio
Macri la lanzó hace poco, en inglés y desde los Estados Unidos, y Marcos Peña
dice que el gobierno no tiene “Plan B” electoral: ni Vidal, ni alguna otra cara
amable, es Macri o nada.
Mismo hombre, mismo
programa, mismos resultados previsibles, porque son ni más ni menos que los que
se dijo que se iban a producir; y los presagios se quedaron cortos. Mismos
beneficiarios (pocos) y mismos perjudicados (la gran mayoría de los
argentinos).
Ya nadie podrá
hablar de engaños, de eventos inesperados, de que “pasaron cosas”, no puede
haber sorpresas, como diría la señora Bisman, están “sobre las cartas la mesa”:
¿habremos aprendido los argentinos por las malas, o habrá una mayoría de gente
dispuesta a reincidir en el error?
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