La moda del “fotismo” en política no es
nueva, y se remonta a muchos años atrás: se juntan varios dirigentes, se sacan
una foto en torno a una mesa donde parecen estar discutiendo de algo, dicen
generalidades sobre el por que se juntaron, instalan la expectativa por un
posible “nuevo armado”, y hasta generó todo un glosario propio de lugares
comunes: “estamos construyendo una alternativa”, “nos tenemos que juntar los
que tenemos miradas comunes”, “estamos explorando coincidencias”, y coso.
Generalmente la tertulia
fotográfica figuras individuales, raramente con algún caudal mas o menos
importante de votos propios, nunca con un partido o estructura sólida detrás,
como signo de los tiempos post 2001 e implosión del sistema tradicional de
representación política. Es muy raro que protagonicen actos masivos, en el
espacio público, porque sus señales están dirigidas hacia el interior del
propio sistema político, como las que se hacen entre sí los que juegan al
truco.
Resulta difícil
pedirles mayores precisiones programáticas o definiciones políticas concretas,
tanto como seguirles el rastro a todas las producciones fotográficas sucesivas
en las que aparecen algunos, porque la fugacidad de las instantáneas suele ser
la regla: si no que lo digan los del cuarteto imperial del “peronismo
alternativo”, que no llegaron juntos a la semana post foto de rigor.
El “fotismo” es en
estos tiempos más frecuente en “los peronismos” externos al kirchnerismo, o los
“progresismos” varios, duchos en el arte de armar y rearmar mecanos y puzzles,
elección tras elección, agotando en el camino la imaginación de los creativos
publicitarios para pensar nombres gancheros.
En síntesis, una
metodología de acción política que parece no terminar de darse cuenta que, como
diría Macri, pasaron cosas: la debacle política, social y económica del 2001,
la experiencia kirchnerista y en 2015, el triunfo electoral de la derecha con
armado y candidato propio y sin hacerle entrismo al peronismo, como durante el
menemato.
O en todo caso
hicieron una lectura común de las consecuencias del resultado electoral: no es
casual que los más frecuentes cultores del “fotismo” sean los que imaginaban
emerger del balotaje presidencial una Argentina en la que se avecinaba una
larga hegemonía de la derecha, un kirchnerismo en trance de disolución como
sujeto político y el ocaso final de Cristina como referencia electoral; hechos
todos que determinaban el inexorable advenimiento de la era “post
kirchnerista”, con un peronismo más “horizontal” en la toma de decisiones en torno
a nuevos actores relevantes (la “liga de gobernadores”, la CGT, los bloque
legislativos), y con una herencia de apoyo social disponible, a captar por
cualquiera.
Sí es cierto que
los resultados del 2015 armaron un nuevo mapa político, con centro en un
oficialismo sólido en las preferencias de su núcleo duro, pero que hoy está
apuntando por todos los medios a conservarlo, tanto como incapacitado de
ampliarlo “enamorando” a otros sectores (incluso votantes suyos en elecciones
anteriores), como consecuencia de las políticas públicas que ejecuta. Con un
liderazgo que -nos guste o no- es claro e indisputado, porque responde tanto al
complejo de ideas de ese núcleo duro de votantes, tanto como a los intereses
puros y duros que tutela, y para los que gobierna.
Claro que
indisputado no quiere decir indiscutible, y de allí algunos sondeos del
“círculo rojo” por explorar candidatos alternativos como Vidal, ante el
desgaste del presidente; pero la inconsistencia de los demás socios de una
sociedad despareja como “Cambiemos”, con un accionista mayoritario y
controlante (el PRO, es decir, Macri) se termina deglutiendo hacia su interior
los planteos presuntamente disidentes; que en el fondo no son más que
berrinches por lugares futuros en las listas, sin vocación real de romper: ¿A
dónde irían en tal caso, sin poner en riesgo la mínima chance de reeditar el
batacazo del 2015?
Contrariamente a
esas suposiciones, Cristina sigue siendo -por lejos- la principal figura de la
oposición, y el kirchnerismo es antes, que todo, una identidad política firme
con anclaje social concreto, que no se puede obviar ni desconocer. Y así lo
empezaron a entender los sectores del peronismo que pasaron de las “bolillas
negras”, a “la unidad con todos adentro”, incluyendo a Cristina y al kirchnerismo.
Y los que persisten
en preocuparse más por marcar distancias con ella que con Macri (como el
cuarteto de una de las tantas fotos) se condenan progresivamente a la
irrelevancia y el aislamiento político y electoral, como le está pasando a
Massa, que por esa razón vio fracturarse su bloque en Diputados, y está
perdiendo día a día los escasos apoyos territoriales que le quedaban en el
territorio, que buscan nuevos rumbos ante tanta desorientación conceptual del
que supuestamente debía conducirlos. Y como le está pasando a Pichetto (otro que estuvo en la foto), con un bloque de senadores que le desmadra en la discusión del presupuesto.
En tiempos de
política “fotista” todo parece estar en discusión, y así seguirá hasta el
instante final del cierre de listas para las PASO: los marcos de alianzas, las
candidaturas, el modo de resolver los egos y vanidades (las listas, bah). Todo
menos el contenido, porque de eso se habla poco; más allá de un vago perfil
opositor que algunos están estrenando, con las sobreactuaciones del caso, para
compensar los tres años de “oposición razonable”.
Por contraste y
aunque la gravedad de la crisis haga parecer que la construcción de una
alternativa opositora competitiva está aun demasiado lejos, también por ese
lado “pasaron cosas”: los sectores más combativos del sindicalismo (las dos
CTA, la Corriente Federal de los Trabajadores, el Frente Sindical para el Modelo
Nacional) convergen cada vez con más frecuencia en la calle y en las protestas,
y en los contactos políticos con el kirchnerismo; el mismo del que se dijo
siempre que uno de sus principales déficits era no tener su propia “pata
sindical”, o de conformar con Unidad Ciudadana un “Frepasito tardío”, en
palabras de Asís.
Otro tanto pasó con
la famosa “fuerza propia” del kirchnerismo hacia el interior del peronismo, que
se reveló más un asunto de sellos y orgas, que de votos: como decía Agustín
Rossi y se comprobó en las PASO de Santa Fe, el año pasado, había más
kirchnerismo entre la gente, que entre los dirigentes; eso sin mencionar que
desde el 2015 se acercaron a Cristina (o ella a ellos, en contra de la crítica
de sectarismo) Alberto Rodríguez Saá, Jorge Taiana, Alberto Fernández, Felipe
Solá, Juan Grabois, Hugo y Pablo Moyano: los que estuvieron y se fueron, los
que nunca habían estado y los que fueron opositores a sus gobiernos, desde
cualquiera de los dos lugares, los que nos pueden gustar más o menos a cada uno
de nosotros.
No todos aportan
votos, algunos incluso puede que los espanten, pero la construcción política
apunta a otra cosa: se trata de que los que piensan más o menos parecido se junten,
para ponerle fin al nuevo experimento neoliberal en el país. En esa tarea
Cristina hasta acá se puso al costado, no asumió un rol protagónico, ni reclamo
adhesiones incondicionales o aceptación de liderazgos o conducciones, escucha
más de lo que habla y no hay actitud suya a la que nadie -si es leal a los
hechos- le pueda achacar torpedear la unidad. Y sin necesidad de tantas fotos.
Massita, el Cordobés heredero, Pichoto y Urtubella.
ResponderEliminarLa imagen de la derrota autoinfligida. Laburan de perdedores.