El volante al cual corresponde la imagen de
apertura es uno de tantos que fueron arrojados días atrás en el centro
de Santa Fe, en las inmediaciones de los tribunales, la Casa de Gobierno y el
tribunal oral federal que llevó adelante las causas de lesa humanidad, en las
que hay varios condenados.
Los tiraron
exactamente el mismo día que se supo que al ex juez federal Brusa (uno de los
condenados acá por violaciones a los derechos humanos en la última dictadura)
le habían concedido la libertad domiciliaria, como a tantos otros genocidas a
lo largo y a lo ancho del país, desde que gobierna Macri.
En la misma semana
en la que todos estábamos discutiendo el protocolo de Patrici Bullrich para el
uso de armas de fuego por parte de las fuerzas federales de seguridad, y los
que lo justifican lo defienden con argumentos escalofriantemente parecidos a
los que se usaban en la dictadura para justificar lo injustificable: “Si vos no
andás en nada raro nada tenés que temer, la policía no se va a meter con vos, ni
te va a disparar” y cosas por el estilo, se escuchan por la calle y en
reuniones sociales, o se pueden leer en las redes sociales.
Lo que plantean los
panfletos no es novedoso, ni mucho menos: según ese “relato” (que no se asume
como tal, y abjura de los “relatos”), lo que vivió el país durante la dictadura fue
una guerra, y en la guerra no hay que andarse con chiquitas: se mata o se
muere, sin dar ni pedir cuartel. Ni más ni menos que lo que vienen repitiendo
hace años Cecilia Pando y todos los defensores de los genocidas, y apologistas
de la dictadura.
No muy distinto de
lo que dijo hace poco la mujer de Rodríguez Larreta en sus redes sociales (y
luego borró), cuando acompañó al presidente de Francia Macrón y su esposa, al
memorial porteño que homenajea a los desaparecidos.
No muy distinto del
discurso con el que los aspirantes a Bolsonaro argentino como el diputado
Olmedo, o el periodismo cloacal nivel Feinmann o Baby Echecopar, justifican la
legalización del gatillo fácil que impulsa el gobierno de Macri.
Es que esos
discursos (que siempre estuvieron entre nosotros, como decíamos acá), se
esparcen como una mancha venenosa en ciertos contextos favorables como el
actual; cuando el discurso oficial sobre la inseguridad (y aun sobre el tema
específico de los derechos) humanos es tan grave en términos de retroceso
democrático por lo que dice, como por lo que sugiere: en ese contexto grupos
retrógados -como los que hicieron y distribuyeron estos panfletos- se sienten
legitimados, pueden “sacar la cabeza”, sienten que es su oportunidad para colar
sus demandas de siempre, por la impunidad de los asesinos.
Porque aunque lo
quieren rodear de cierta épica, de eso se trata todo esto, y no mucho más: los
que se sentían dueños y señores de todo (hasta de las vidas ajenas) no se
bancan estar tras las rejas, en una cárcel, como cualquier delincuentes de esos
para los que piden bala.
Y por supuesto, si consiguieran eso, la amenaza
implícita de que, en idénticas o parecidas circunstancias, volverían a hacer lo
mismo, cobra mayor fuerza y poder aterrador. Entre otras cosas (como la
justicia que merecen las víctimas y sus familiares) es por esa razón que hay
que cerrarles el paso: para demostrarles que se equivocan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario