Entre el culebrón
de la frustrada final de la Libertadores y
la reunión del G20 existe una sensación de país puesto en pausa, como si
nada ocurriera; pero siguen pasando cosas. Aun cuando hubo movilizaciones
de protesta frente a la cumbre de líderes mundiales (al fin y al cabo, son
también parte del folklore global que rodea a esos eventos), existe entre las
organizaciones y fuerzas sociales una especie de tregua implícita con el
gobierno; más vinculada al deseo de no darle una válvula de escape fácil a sus
pulsiones represivas, que al hecho que se vislumbre alguna vía de solución a
los problemas sociales o económicos que generan sus políticas, o un ámbito
concertado donde encontrarlas.
Después de todo,
para mostrarle al mundo que las cosas en la Argentina están mal y seguirán peor
no es necesaria ninguna manifestación multitudinaria de protesta: lo están
advirtiendo ellos mismos (esta misma semana el New York Times destrozó a Macri
en un editorial), y obrando en consecuencia: las inversiones que nunca llegaron
seguirán sin venir, ahora con la excusa del miedo del retorno al populismo.
La incapacidad de
Macri para conducir el proceso político es percibida adentro y afuera, y a la
incertidumbre propia del plan económico se le suma el “riesgo político” por las
próximas elecciones: el otro riesgo, el “riesgo país” en alza, da cuenta tanto
de las perspectivas de una posible nueva crisis de deuda, como de una derrota
electoral de “Cambiemos”; ambos eventos percibidos por “los mercados” como cada
día más cercanos y posibles.
Como manda la
tensión permanente que reina entre ambos, el capitalismo reclama certezas y
seguridades a la democracia, que por definición es incertidumbre y cambio
permanente, con escenarios políticos en perpetua construcción. Las dudas que
abundan respecto al gobierno, su plan y su futuro son parte de las certezas que
existen, más allá de ciertas premisas ideológicas a las que algunos quieren
aferrarse: el plan económico no tiene salida, no hay segundo semestre ni luz al
final del túnel y la única apuesta del oficialismo -hoy por hoy- es evitar el
default, y remar lo mejor posible el ajuste, en medio de la resistencia social
y política.
En ese contexto
tienen sentido la auto-felicitación de Dujovne por la escasa resistencia al
ajuste comparada con su magnitud, y las felicitaciones del FMI al gobierno por
cumplir las metas del acuerdo, que tienen el único objeto de generar los
excedentes presupuestarios necesarios para el pago puntual de la deuda;
mientras es notorio que los dólares del Fondo siguen alimentando la fuga de
capitales, y que los datos de la economía real son horribles, se los mire por
donde se los mire. Y esos son los datos que están mirando los inversores, le
guste o no a Macri y a madame Lagarde.
Así las cosas, el
evangelio duranbarista de escindir política, economía y humor social como
comportamientos estancos que no se comunican, es tirado por la borda por los
propios miembros de la coalición oficialista, que hoy cruje incluso más hacia
el interior del accionista mayoritario (el PRO), que por tensiones con los
socios menores: allí donde gobiernan y pueden hacerlo, los radicales adelantan
las elecciones provinciales para separarlas de lo que suponen un seguro fracaso
nacional y evitar que Macri los arrastre al abismo; y Carrió pasó de la
presencia permanente en los medios al silencio obsequioso, preludio del
posterior desmarque del régimen, en sus horas finales.
Pero esos
movimientos no son nada comparados con el reparto de culpas y las internas a
cielo abierto entre el gobierno nacional y el de la CABA por el papelón del
superclásico, o los arrestos “populistas” de Vidal con los bonos a jubilados y
estatales bonaerenses, para hacer más digerible un presupuesto provincial con
un ajuste en línea con el establecido en el presupuesto nacional, que
seguramente impactará en su imagen e intención de voto.
La crisis política
del gobierno se puede ver también en el cambio de vientos en Comodoro Py, con
las sucesivas excusaciones en la causa de “la ruta del dinero k”, y en los
movimientos de sectores de la cúpula empresarial: Betnaza de Techint visitando
el Instituto Patria, las dudas en la UIA, su vicepresidente Moretti calificando
como “suicidio” un nuevo voto a Macri, las consultas de empresarios y fondos
inversores del país y el extranjero a Kicillof. Hasta el procesamiento de Paolo
Rocca (movido por fuerzas que el gobierno desató o intentó aprovechar, y claramente no controla)
encendió alarmas en nuestro establishment, que empieza a advertir que vienen
por sus cuellos, y no para terminar con la corrupción, sino para quedarse con
sus empresas.
Junto con el
deterioro de la imagen de Macri y su gobierno (que ahora creen posible revertir porque el presidente lloró en la gala del Colon, así están las cosas), la otra certeza que constatan
las encuestas es que crece la opción opositora para las elecciones del 2019, y
el punto de acumulación es Cristina; por peso propio, por comparación con el
pasado inmediato, por aquello de que la política no tolera el vacío y si el
gobierno no frece soluciones hay que buscarlas por otro lado; y finalmente
porque el “peronismo alternativo” nunca termina de arrancar, ni siquiera para
seducir a los dirigentes “disponibles” del peronismo que arriesgan
responsabilidades institucionales en las elecciones del año que viene:
legisladores, intendentes, gobernadores.
La imagen del
acompañamiento hasta la puerta del cementerio electoral no solo aplica a Macri
en su relación con la “oposición amigable”, sino también a aquellos que vienen
insistiendo en construir un tercer polo político, prescindiendo de Cristina: la
imagen de Pichetto reunido con un personaje de la farándula como Ottavis es
bastante demostrativa de la soledad que abunda por allí.
Sin embargo, nada
de lo dicho hasta acá implica caer en un falso triunfalismo que de a la
elección por ganada, más bien todo lo contrario: el momento exige trabajar en
la construcción del instrumento electoral que derrote al macrismo, con el ojo
atento al mismo tiempo a lo que éste haga en el tramo final de su gobierno;
como por ejemplo los negociados de la etapa final del saqueo ante la certeza de
la derrota, como la insólita compensación a los concesionarios de los peajes
por la devaluación y la merma en el tráfico, o la venta a precio vil de
centrales termoeléctricas.
O los desbordes represivos ante la protesta social,
y la constatación de que la pólvora judicial empieza a estar mojada, y el Congreso
quedará solo para fuegos de artificio, y no para plantear reformas
estructurales; como se puede comprobar en el tránsito de los temas ambiciosos
del “reformismo permanente” planteado por Mascri en su discurso en el CCK post
elecciones legislativas del año pasado, a la mamarrachesca “ley anti barras
bravas” que enviaría a extraordinarias. Y por supuesto también atentos a
impedir que un gobierno agonizante asuma en el G20 y en otras instancias
compromisos gravosos, que condicionen el futuro del país y el desarrollo del
próximo gobierno. Tuits relacionados:
A ver si entendimos bien: un gobierno con su imagen y la economía en picada cree remontar porque el presidente lloró en un espectáculo versacesco en medio de una cumbre militarizada, sin resultados concretos para el país y donde hizo un papelón tras otro, es así?— La Corriente K (@lacorrientek) 1 de diciembre de 2018
El lunes volvemos a la normalidad: los capuchitas a inflitrar marchas para hacer quilombo, los globertos a quejarse de los cortes de calle, Macri a levantarse al mediodía y Sandleris a quemar reservas.— La Corriente K (@lacorrientek) 1 de diciembre de 2018
Encuesta exclusiva: Mauricio Macri frenó su caída y hay empate técnico con Cristina Kirchner https://t.co/EJiEL1iU6O pic.twitter.com/ncCX7TVaxo— Clarín (@clarincom) 2 de diciembre de 2018
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