sábado, 15 de diciembre de 2018

FACTORES Y PRODUCTO


Hubo un tiempo que fue hermoso, en el que el macrismo -recién estrenado- vivía su romance con la sociedad, y con los mercados: la sociedad le daba su confianza porque creyó en sus promesas de campaña, o porque sabía bien lo que venía a hacer, y por eso lo votaron. Y los mercados le prestaban a manos llenas, porque inspiraba confianza, brinda seguridades y -sobre todo- eliminaba molestas regulaciones, garantizando rentabilidades irrepetibles en cualquier otro lugar.

En ese tiempo feliz, Macri viajaba a Davos recién estrenado como presidente, y se daba el lujo de ungirlo desde allá a Massa como líder del peronismo y la oposición; López era atrapado con los manos en los bolsos y el kirchnerismo y Cristina parecían irremediablemente condenados a la desaparición histórica, sepultados por una maraña de causas judiciales; y un montón de dirigentes políticos y sindicales opositores (del peronismo sobre todo) decretaban el final de su ciclo, y les huían como la peste.

Sin embargo, la confianza de los mercados en el gobierno y su modelo nunca fue tanta como para venir a enterrar guita acá en fierros, apostando a la producción y el mercado interno: la prometida lluvia de inversiones fue (si se excluyen a los fondos golondrinas atraídos por la bicicleta) una sequía prolongada; que ya nadie se atreve a pronosticar cuando terminará: por las dudas, corren el arco pidiendo las mismas reformas de siempre, que hoy ya son inviables política y socialmente.

En aquella luna de miel política y social el macrismo decretaba el apagón estadístico, y luego de unos meses en los que descargó todo el peso brutal de la artillería económica neoliberal, ejercía el revisionismo histórico sobre el período kirchnerista para convencer a la sociedad de que había sido una fantasía sin anclaje en la realidad,de la que debían despertar; y casi todos (oficialistas y buena parte de los opositores) compraban a libro cerrado el Evangelio según Durán Barba: política y economía son dominios separados, la gente vota por sensaciones y sentimientos con prescindencia de su situación material objetiva, y está dispuesta a hacer sacrificios con tal de no volver a un pasado que detesta, por razones del mismo tipo.

Claro que, si se sabe ver bien, el plan político del macrismo de cara a las elecciones legislativas del año pasado fue mucho más realista: consistió en administrar dosis moderadas de populismo (frenando los tarifazos, levantando el cepo a las paritarias, habilitando créditos con la tarjeta Argenta a jubilados y beneficiarios de la AUH), en condiciones irrepetibles hoy. Y con el triunfo en la mano, Macri lanzó desde el CCK un ambicioso programa de "reformismo permanente", que chocó contra la primera oposición social y política seria a sus propósitos, con la reforma previsional.

Como para que quedara claro que política y economía no son compartimentos estancos sino comunicados, a medida que el gobierno se fortalecía en el Congreso (como resultado de las elecciones), se debilitaba social y políticamente, por la resistencia a sus reformas; y esto fue claramente percibido por los mercados: a solo unos meses de las elecciones, en febrero de éste año y cuando los condiciones de renovación presidencial estaban lejanísimas y Cristina venía de perder con Esteban Bullrich en la provincia de Buenos Aires, Caputo fue a pasar la gorra en Wall Street, y se volvió con las manos vacías: empezaban las dudas sobre la viabilidad del modelo, la capacidad de Macri para conducir el proceso de ajuste sin resistencia social, o ambas cosas juntas.

El resto es conocido: cerrados los mercados de deuda el gobierno fue al FMI con el cual firmó primero un acuerdo, al mes otro y estaría por suscribir un tercero, para replantear todo. A esta altura, está claro que más que confianza en Macri y su gobierno lo que hay es un intento desesperado de la burocracia del Fondo por su propia supervivencia (amenazada por sus constantes fracasos), más incluso que la apuesta de Trump por el gobierno argentino como un aliado regional contra el regreso de los populismos o el avance chino en la región: desde la supuesta paz de la cumbre del G20 para acá, la relación entre las dos principales potencias mundiales no ha hecho sino ir escalando en tesión.

Así las cosas, cuando el gobierno de Macri se encamina hacia el final de su mandato, el modelo se revela a los ojos de todos (incluso los propios) como lo que siempre fue: inviable económica y socialmente, a punto tal que esa inviabilidad está a por reconducirse en política y electoral, que es lo que perciben -en conjunto, no como factores aislados entre sí- "los mercados", y de allí el comportamiento del dólar, el riesgo país, los bonos de la deuda, el Merval y los ADR's de las empresas argentinas.

Pero sería un error suponer que automáticamente alineados así los factores, el producto final está cantado y es la derrota del macrismo en las urnas, aunque lo diga hasta Melconián: en política los triunfos (como las derrotas) se construyen; y si la unidad y organización opositoras eran necesarias con un macrismo avasallante y ganador para frenarlo, lo son mucho más ahora, cuando ha caído en desgracia.

Al paso que vamos, así como ya nadie se anima a descartar el default de la deuda aunque por pudor lo sigan situando más allá del final del mandato de Macri, no se puede excluir la hipótesis de que le terminen tirando a la oposición el gobierno y el país por la cabeza, en medio de una crisis terminal: si se cree que el pronóstico es apocalíptico, habría que pensar en lo provisorios que resultaron los análisis sobre una larga hegemonía macrista a la cual era irracional resistirse, tanto como hacer el recuento globular de los apoyos de Macri, para ver si siguen allí todos, y tan firmes como al principio.

Sin descartar, por supuesto, que la paciencia y la tolerancia ciudadanas a las eternas promesas de un futuro mejor para dar consuelo de un presente amargo no son infinitas, y las encuestas parecen dar fe de ello, urge a la oposición ir más allá de las declaraciones de rigor sobre la necesidad de construir una unidad amplia y sin sectarismos; cuando se puede saber hoy que el país que recibirá el futuro gobierno será infinitamente peor que el que Cristina le dejó a Macri, y que ese futuro gobierno (incluso si fuera de signo nacional y popular) deberá atravesar con toda certeza un mandato plagado de desafíos y problemas gravísimos. 

La referencia al contexto del próximo gobierno no es casual: la respuesta política a la crisis en la que nos han sumido Macri y su gobierno (que no alcanzó aun su máxima expresión, según el consenso dominante) debe ser no solo una coalición opositora amplia y construidas sin sectarismos, sino del suficiente espesor y densidad para encarar esos desafíos, incluso en sus encarnaduras concretas en candidaturas que estén a la altura de las circunstancias: como dice el refrán criollo, no es pa' todos la bota e' potro.

No estamos para los experimentos políticos, ni para los ensayos de laboratorio, ni para los que se toman esto como una especie de revancha personal, o los que -como Massa- creen que es posible reconvertirse rápidamente de cogobierno en oposición que impugna en bloque un proceso que hasta ayer acompañaba, en los hechos, o parecen ofrecerse como la nueva versión de Randazzo, para garantizar otro triunfo macrista: no se trata acá de transmitirles confianza a "los mercados" que se ponen nerviosos porque el experimento ha fracasado, sino de ofrecerle una salida viable -como decía Cristina en Ferro- al conjunto de los sectores agredidos por las políticas del macrismo.

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