jueves, 24 de enero de 2019

APOYAR GOLPES DE ESTADO, ESA COSTUMBRE MACRISTA


Todos los gobiernos democráticos argentinos, antes y después de 1983, de todos los signos políticos, respetaron a rajatabla los principios de libre autodeterminación de los pueblos, igualdad soberana y no ingerencia en los asuntos internos de otros Estados: se forjó así una constante de nuestra política exterior, que solo las dictaduras militares dejaron de lado.

El gobierno de Mauricio Macri en el caso de Venezuela y desde que asumió, ha quebrado esa tradición, alineándose con la de las dictaduras, con las cuáles tiene cada día más puntos de contacto, aun con legitimidad de origen. En campaña la referencia constante al país de Chávez y el proceso de la revolución bolivariana fue un recurso discursivo tendiente a captar votos, pero una vez en el poder, se convirtió en uno de los pilares del relato macrista, a despecho de la vergüenza que causa su seguidismo obsecuente de la política exterior de los Estados Unidos.

La Argentina carece de peso específico para influir con su posición en la resolución de la crisis venezolana; que por principio compete primordialmente a los venezolanos, conforme a los principios antes señalados, históricamente respetados por nuestro país. Eso es así tanto por los poderes de escala mundial que se enfrentan en el caso Venezuela (los Estados Unidos de Trump y la Rusia de Putin), como porque el propio Macri se encargó, con su lacayismo consecuente, de disminuirlo: en tándem con todos los gobiernos de derecha de la región contribuyó concienzudamente a dinamitar todas las instancias de integración y cooperación regional (la UNASUR, la CELAC y el MERCOSUR), que podrían haber jugado un rol importante en la solución del problema, como lo hicieron antes en otros países, como Ecuador y Venezuela.

En ese contexto y viniendo de un gobierno que fue el primero del mundo en reconocer el gobierno de Témer en Brasil, surgido del golpe parlamentario contra Dilma Rousseff, no puede sorprender esta nueva muestra de cipayismo y alineamiento incondicional con los dictados de la potencia mundial; que vuelve a poner los ojos en su patio trasero, dispuesta a hacer valer su influencia para abortar todo brote de populismo, y a meter sus pezuñas en recursos naturales estratégicos, como el petróleo.

Macri apostó todas las fichas al alineamiento incondicional con las estrategias de la política exterior yanqui por convicciones ideológicas, y por necesidades concretas: hoy por hoy su gobierno se sostiene por el salvataje financiero descomunal recibido del FMI, que no hubiera sido posible sin el apoyo político de la administración Trump; y sigue creyendo en un crecimiento basado en la "lluvia de inversiones extranjeras", que es como la línea del horizonte, que se corre conforme uno avanza. Así como antes apostó a que esas inversiones llegaran capitulando frente a los reclamos de los fondos buitres, dando por tierra con el avance logrado por el país en las Naciones Unidad durante el gobierno de Cristina, para adoptar principios de reestruturación de las deudas soberanas de los Estados, de un modo compatible con su desarrollo y crecimiento con justicia social.

Ideologismos rígidos y abandono de los auténticos intereses nacionales, en pos de los objetivos políticos concretos de un gobierno: los viejos vicios de la política exterior de los gobiernos de derecha, que ellos les atribuyen a los populismos, sin ruborizarse. La política exterior soberana e independiente, otra institución democrática que tendremos que recuperar los populistas, después de que la destrocen los republicanos. 

Al mismo tiempo que se sumaba ansioso al club de "defensores de la libertad venezolana", Macri expedía un bando propio de una dictadura militar (otra vez las semejanzas, que ya son tantas que excluyen meras coincidencias), para habilitar la cacería judicial de opositores políticos, vulnerando groseramente la división de poderes, la presunción de inocencia, la propiedad privada, las garantías de la defensa en juicio y media Constitución Nacional; esos dogmas sagrados de los que nuestros liberales se acuerdan cuando son oposición, para olvidarlos de inmediato cuando llegan al gobierno.

No hay contradicción alguna entre ambas cuestiones, como que son las dos caras de una misma moneda: el hostigamiento diplomático contra el gobierno de Maduro y el apoyo abierto contra el golpe de Estado en su contra que está en curso (porque de eso se trata, ni más ni menos), son perfectamente compatibles con el uso indiscriminado de las herramientas jurídicas y pseudo jurídicas del "law fare" diseñadas en el país del norte, en contra de los opositores políticos; y con un profundo desprecio por la voluntad popular, a menos que los favorezca a ellos: para eso, ya están embarcados en orquestar un fraude electoral, por si les resulta necesario para mantenerse en el poder.

El derrocamiento de Zelaya en Honduras, el de Lugo en Paraguay, los intentos contra Corre en Ecuador y Evo en Bolivia, el decreto de Obama declarando a Venezuela una amenaza para la seguridad nacional de los Estados Unidos, la destitución de Dilma, la prisión de Lula, la abierta injerencia de los fondos buitres en la campaña Argentina del 2015 (con la denuncia de Nisman y su propia muerte como telón de fondo), la persecución a Cristina con base en jueces, ministros y servicios de inteligencia que reportan a la embajada, la designación del carcelero de Lula en el gabinete de Bolsonaro: para los que descreen de las visiones conspirativas de la historia, no se podrá negar que se trata de demasiados hechos que van en una misma dirección, como para descartarlas tan a la ligera.

El conflicto político en Venezuela (que todo indica que irá escalando imparablemente) tiene ya demasiadas manos extranjeras en el plato, como para suponer que su solución esté, hoy por hoy, exclusivamente en las manos de quienes debiera estar, que son los venezolanos: ellos lo pusieron a Maduro en su cargo con su voto, y ellos deberían sacarlo de él por la misma vía, si esa es su decisión. En ese concepto tan sencillo y elemental se basaron más de 100 años de política exterior de los gobiernos democráticos argentinos.

Pero el entuerto venezolano también arroja conclusiones para adentro: la rapidez con la que Massa, Urtubey y Pichetto salieron en fila a alinearse incondicionalmente con la posición del gobierno, que es la de los Estados Unidos y su embajada, dice bastante sobre las reales condiciones de posibilidad de la famosa "unidad hasta que duela, con todos adentro". Y no se trata simplemente de la mayor o menos simpatía o afinidad ideológica que despierten Maduro y el proceso de la revolución bolivariana; sino simplemente de respetar principios esenciales que están en el ADN del peronismo, ese que estos personajes reivindican para sí, y le niegan a Cristina.

Personajes que parecen empeñados en dejar en claro que, como se dijo acá, de haber estado en 1945, hubieran optado por Braden, frente a Perón. Acaso es la forma que eligieron para dejarnos en claro, con todas las letras y más allá de lo que pensemos nosotros al respecto, que no les interesa unirse, y menos para ganarle a Macri; o para hacer algo distinto a lo que él está haciendo, en todos los planos.

Mientras tanto Macri parece dispuesto a reconocer un golpe de Estado apenas lo ve, algo en lo que los argentinos deberíamos ser expertos. El problema es que él los apoya.

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