jueves, 7 de febrero de 2019

EN CUESTA


Basta leer los diarios o los portales de noticias todos los días para empacharse de encuestas que circulan, para todos los gustos: sobre la imagen de Macri y su gobierno, sobre intención de voto de los candidatos lanzados y no lanzados, sobre posibles escenarios de balotaje y su resolución.Pueden diferir en los resultados, pero hay más o menos una tendencia general: cae Macri pero sostiene un núcleo duro de adhesiones, sube Cristina como principal referencia opositora pero tendría un techo, la elección se resuelve en segunda vuelta y allí el gobierno se impondría; a menos que la oposición genere otra candidatura con menor nivel de rechazo, todo eso pese a los fantasmagóricos números de la economía.

Aun cuando no se piense que las encuestas son más un mecanismo de influencia y configuración de la opinión pública que un relevamiento de ésta, se tiene la clara sensación de que la percepción en la calle es otra, comenzando porque la gente está sumida en preocupaciones mucho más apremiantes que empezar a pensar a quien votaría, o a quien no votaría nunca; y cosas por el estilo. Sin embargo, todos los análisis políticos que circulan por los medios se construyen exclusivamente en base a las encuestas, claro que en muchos casos por las mismas razones: se trata de operaciones más o menos desembozadas no para explicar la realidad, sino más bien para construirla a medida.

Muchos menos conclusiones se sacan, en cambio, del comportamiento de los propios actores políticos; que suelen obrar en general en base a un cruce entre ambas fuentes: revisando constantemente encuestas (incluyendo las que no los favorecen, y por eso no dan a conocer) y midiendo el pulso y la temperatura de la calle, algo de lo que ningún político que se precie debiera prescindir. Y si uno repasa el comportamiento de los principales actores políticos (oficialismo y oposición) en los últimos meses, se encuentra con lo siguiente:

* El gobierno parece empecinado y apurado en modificar, e pleno proceso electoral, las reglas de juego de modos sospechosos, y sin consenso con la oposición o por lo menos con toda ella, como sería de esperar si los cambios tuvieran la finalidad de perfeccionar el sistema, y no de sacar ventaja: así pasaron los cambios por decreto al voto de los residentes en el exterior (incluyendo el voto por correo), la eliminación de los telegramas de mesa violando el Código Electoral (ya trabajan en un software específico que lo posibilite), cambios en el voto de los privados de libertad y el personal de las fuerzas armadas y de seguridad afectado al operativo electoral, intento de modificar las reglas de financiamiento de campaña para permitir los aportes empresariales.

* Una compulsión al dictado de DNU’s y otras medidas burdamente destinadas a favorecer negocios propios y de los amigos (como la quita de las frecuencias a ARSAT, o el desguace de la Secretaría de Deportes), echas a las apuradas y buscando soslayar la discusión en el Congreso: ambas cuestiones (maniobras sospechosas de fraude, apresuramiento por manotear algo) no parecen propias de una fuerza política que confía en ganar las elecciones para permanecer en el poder, sino más bien todo lo contrario.

* La constante instalación de un agenda “efectista”, con la discusión de temas como el uso de la fuerza letal por las fuerzas de seguridad, la expulsión de los extranjeros que delinquen, la edad de la imputabilidad de los menores, la “extinción de dominio” o los presuntos fraudes cometidos con las pensiones sociales: una mezcla de bolsonarismo argento con “mani pulitte” direccionado a los opositores políticos, todo con el propósito de darle al núcleo duro de votos propios motivos para seguir creyendo, cuando la “realidad efectiva” induce en sentido contrario.

* Dentro del propio PRO (es decir, la fuerza construida y liderada por Macri) surgen brotes “autonómicos”, como el intento de Vidal de desdoblar las elecciones bonaerenses por la presión de los intendentes propios, preocupados por el collar de melones predidencial; o la propuesta de Jorge Macri para suprimir las PASO, seguramente preocupado por los efectos de la polarización y el “voto útil” en contra del gobierno: aunque ambas propuestas parezcan contradictorias y en cierto modo lo son, nacen de la misma debilidad política del oficialismo, y su preocupación por los resultados de la elección.

* Pese a sus promesas previas y a las convocatorias públicas de Macri para que no lo hicieran, los radicales (Cornejo primero, en breve Morales) separan las elecciones de las nacionales en las provincias donde gobiernan, expresando los límites de su compromiso con “Cambiemos”: no llega al extremo de entrar al cementerio con el proyecto de reelección presidencial, dejando en la puerta los lugares institucionales que consiguieron.

* Ya ni siquiera se oyen voces importantes de la UCR (no vale decir Ricardito Alfonsín) planteando la necesidad de sostener candidatos propios a la presidencia, disputando en una PASO con Macri la nominación por “Cambiemos”, o el reclamo de que uno de los propios acompañe al presidente en la fórmula, algo que sí hacen por ejemplo con Vidal en la provincia de Buenos Aires.

* Hace un año o menos, el entonces presidente del PJ bonaerense decía que Vidal "estaba angelada", y nadie en el peronismo de la PBA se animaba a enfrentarla electoralmente. Hoy los candidatos auto proclamados a la gobernación son cerca de una decena.

* La creciente irrelevancia de los intentos de la progresía bienpensante (el socialismo santafesino, Stolbizer, Liebres del Sur) por instalar una tercera alternativa al macrismo y el kirchnerismo que se suceden unos a otros como intentando armar un rompecabezas que tiene más piezas que votos y encima no encastran, no hace más que confirmar que la polarización existe, y se los llevó puestos. Otro tanto ocurre con el desinfle diario de Massa, a cada paso.

* El “peronismo alternativo” no despega: Lavagna avisa que él no participará de ninguna interna y esperará hasta mediados de año para decidir si será candidato (acaso aspirando a ser proclamado por la Asamblea legislativa como Duhalde en el 2002), el propio Duhalde dice que ha olvidado sus diferencias con Cristina, y los gobernadores oscilan entre arreglar listas de unidad con el kirchnerismo en sus provincias, despegarse en silencio del pichettismo, o pedir públicamente que la unidad incluya a Cristina, como Manzur.

* Arranca el “operativo clamor”, con gente pidiéndole a Cristina no solo que defina su candidatura, sino que conduzca el espacio opositor, y desde lugares impensados: primero fue Alperovich, acaso urgido por la interna tucumana; luego Pino Solanas; hombre reacio a aceptar toda conducción que no sea la de él mismo, si los hay.

* La tendencia desde que se votó la reforma previsional con represión en el Congreso incluida es que un polo se achica (el del gobierno y sus aliados), mientras el otro crece sumando adhesiones (el de la oposición encarnada por el kirchnerismo). Alguien -puesto en crítico ácido- podría decir que en el segundo caso esos movimientos suponen no tanto conseguir los votos que le permitan a Cristina “romper el techo,” como cobijarse debajo de ese techo y de esos votos, pero la tendencia está, lo que está por ver si existe es el famoso techo.

De todo lo expuesto no debe seguirse como conclusión que la elección ya está ganada, pero (parafraseando a la propaganda oficial) que “sí, se puede”. Faltaría que se convenzan algunos de los propios y los “autocríticos”, y se pongan a trabajar en consecuencia para hacerlo realidad, en lugar de anticipar derrotas inexorables frente a la maquinaria invencible de Durán Barba. Tuits relacionados:

1 comentario:

  1. Ese cuervo es el mismo que decía que no había que votar Scioli porque no era revolucionario como él? En ese momento era un solanopo encubierto. Un cagador de argentinos!!!

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