Después de cada elección todos tratan de
llevar agua para su molino interpretando los resultados a su conveniencia, y el
caso neuquino no fue la excepción: si hasta el gobierno (cuyo candidato salió
tercero cómodo, a 11 puntos del segundo y a 25 del ganador) celebró que no
ganara el kirchnerismo.
Y en “Alternativa
Federal” (el “peronismo perdonable”, en palabras del turco Asís) también sacan
pecho, aun cuando las listas que impulsaban Massa y Pichetto sumaran juntas
apenas el 0,99 % de los votos. La idea es que la merma de votos respecto a la
elección anterior de “Cambiemos” y el frente del que formaba parte “Unidad
Ciudadana” demuestran que la “grieta” deja una muy ancha “avenida del medio”,
para que crezcan terceras propuestas electorales. Que lleguen a esa
conclusión en una provincia en la que ganó la misma fuerza provincial, sin
conexiones nacionales y “oficialista” de todos los gobiernos (incluso
militares) que viene ganando desde 1962, es en sí mismo un absurdo, pero la
idea es demostrar que “la tercera vía” sigue siendo viable.
En paralelo, crece la crisis al interior de “Cambiemos” como lo demuestra lo que pasa en Córdoba, Chubut, Tierra del Fuego y otras provincias; y en la UCR vuelven a amenazar con “plantarle” a Macri un candidato en las PASO de la alianza, si es que ésta sobrevive para las elecciones nacionales. El candidato no sería otro que Lousteau porque el radicalismo (al igual que el “peronismo alternativo”) carece de candidatos propios taquilleros.
En paralelo, crece la crisis al interior de “Cambiemos” como lo demuestra lo que pasa en Córdoba, Chubut, Tierra del Fuego y otras provincias; y en la UCR vuelven a amenazar con “plantarle” a Macri un candidato en las PASO de la alianza, si es que ésta sobrevive para las elecciones nacionales. El candidato no sería otro que Lousteau porque el radicalismo (al igual que el “peronismo alternativo”) carece de candidatos propios taquilleros.
Y en los últimos
días, crece el rumor de que esa “tercera fuerza”, además de sumar a lo que
nosotros hemos denominado como el “tresempanadismo” electoral progresista (el
socialismo santafesino, Stolbizer, Libres del Sur) incluiría a radicales, y hasta a la propia estructura partidaria, detrás de la candidatura de Lavagna; que -recordemos- en su única aventura electoral, allá por el 2007, fue el candidato de la UCR, con Gerardo Morales como vice. Nada de todo esto sería de extrañar, aunque en el caso de los radicales, vienen amagando con dar
el portazo de "Cambiemos" a nivel nacional desde hace tiempo.
Lo que está muy
claro -lo hemos dicho acá muchas veces- es que Lavagna es el enésimo intento
del “círculo rojo” por remediar el derretimiento de Macri, poniendo un obstáculo
a la consolidación de una alternativa realmente opositora con eje en Cristina;
que reúne a la mayor parte del peronismo y otras fuerzas, junto con los
movimientos sociales y los sectores más combativos del sindicalismo. Esos que en unos días van a marchar de la mano de las Pymes y los empresarios nacionales, contra el modelo económico.
Radicales
encumbrados (como Ernesto Sanz, otro hombre de Techint, como Lavagna) y
peronistas “hombres de Estado” como Pichetto no verían con malos ojos esa salida,
que se les antoja muy conveniente; como si desde el 2002 para acá (cuando el
bipartidismo dominante, con base bonaerense, condujo la transición tras el
fracaso de la Alianza) no hubiera corrido agua bajo los puentes.
Es la reformulación
por otros medios de la idea de Duhalde del “gobierno de concertación nacional”,
que deje de lado lo que llaman “la grieta”, y a su vez las culpas y fracasos de
cada uno: el peronismo de Pichetto et al se saca de encima su culpa por haber
sido parte (ahora se puede ver claramente que a disgusto) de la experiencia
kirchnerista, y los radicales la suya, por haber contribuido a depositar a
Macri en la Casa Rosada. Es también la concreción de la "Moncloa" criolla que sectores de la UCR y el PJ le propusieron a Macri en los inicios de su gobierno, y éste habría rechazado por consejo de Durán Barba.
Si ahora funcionara con Lavagna (el hombre que seduce a Luis Barrionuevo y Betty Sarlo), todos contentos,
en especial las fracciones del capital que están empezando a perder el valor de
sus empresas al calor del experimento neoliberal que apoyaron, pero que no
verían con buenos ojos la reedición de otra experiencia “imprevisible” como lo
fue el kirchnerismo, a partir del 2003. Por eso no sorprende que Lavagna despotrique contra las jubilaciones de las moratorias, o hable de que los sueldos son altos en dólares, o hasta de la necesidad de una reforma laboral, en reuniones con empresarios.
Pero las cosas no son tan sencillas como parecen, y ellos mismos (radicales y peronistas “perdonables”) parecen olvidar sus propias advertencias de que es imposible volver el tiempo atrás, que aplican para descartar al kirchnerismo como opción competitiva. En efecto, la Argentina del 2019 no es la del 2002, aunque al igual que aquella esté sumida en una profunda crisis, y no lo es precisamente porque la disyuntiva política real (que algunos por comodidad eligen llamar “grieta”) de cara a las elecciones de este año, es entre las dos fuerzas políticas que fueron justamente los emergentes de aquella crisis, cada uno a su modo: el kirchnerismo y el macrismo.
Pero las cosas no son tan sencillas como parecen, y ellos mismos (radicales y peronistas “perdonables”) parecen olvidar sus propias advertencias de que es imposible volver el tiempo atrás, que aplican para descartar al kirchnerismo como opción competitiva. En efecto, la Argentina del 2019 no es la del 2002, aunque al igual que aquella esté sumida en una profunda crisis, y no lo es precisamente porque la disyuntiva política real (que algunos por comodidad eligen llamar “grieta”) de cara a las elecciones de este año, es entre las dos fuerzas políticas que fueron justamente los emergentes de aquella crisis, cada uno a su modo: el kirchnerismo y el macrismo.
Y las condiciones
que se dieron entonces son hoy irrepetibles, porque esas dos fuerzas dominan el
mapa político, aun cuando no lo ocupen en su totalidad: la coalición
bipartidista de hecho entre peronistas y radicales que se expresó en el
gobierno interino de Duhalde, en medio de un marcado clima antipolítico en la
sociedad, fue posible porque se trató en definitivas de un gobierno
parlamentario, que no obtuvo su mandato de las urnas, sino que fue el resultado
de roscas palaciegas para salvar la profunda crisis institucional provocada por
el estallido de la Convertibilidad.
El kirchnerismo (en
tanto emergente político de esa crisis) fue una salida del laberinto “por
arriba”, apostando a la autonomía de la política en tiempos en que la política
estaba desprestigiada y era mala palabra, y a la recomposición de la autoridad
del Estado y del presidente (el factor institucional más fuerte de nuestro
diseño constitucional); cuando se venía de otra brutal transferencia de
ingresos del conjunto de la sociedad hacia los sectores más concentrados,
vehiculizado precisamente por ese gobierno de coalición parlamentaria de
transición: la mega devaluación y la pesificación de las deudas en dólares de
los principales grupos económicos del país, con las diferencias de cambio a
cargo del Estado, es decir de todos.
Y esa salida
diseñada por Néstor Kirchner y continuada luego por Cristina fue ratificada en
dos oportunidades por el pueblo argentino en las urnas, por amplia mayoría,
generando un ciclo inédito en el país de tres gobiernos consecutivos del mismo
signo político. Luego y también con un amplia mayoría popular -conformada, es
cierto, amalgamando sectores, expectativas y tradiciones políticas distintas,
pero no por eso menos sólida-, la derecha llegó al poder, de la mano de Macri.
Si cuando aun no ha
transcurrido su mandato lejos y atrás quedó la idea de una larga hegemonía que
algunos avizoraban tras las elecciones legislativas del 2017, y hasta está en
entredicho no solo la posibilidad de reelección de Macri, sino que sea quien en
definitivas encarne la candidatura electoral del oficialismo, no tiene tanto
que ver con sus propias condiciones personales (que pierden ciertamente en el
cotejo con las de sus predecesores en el cargo), como con la naturaleza
excluyente y destructiva de las políticas que puso en marcha.
Sin la certeza
plena de que la mayoría de la sociedad los perciba como una continuación en
trazos gruesos de esas mismas políticas con diferencia de matices (apenas
tenemos sospechas al respecto), intuimos que allí están las razones por las
cuales la “tercera vía” no termina de anclar en las expectativas electorales
con chances reales; y por eso estos experimentos de volver (aquí si) al pasado
no son más que ensayos de laboratorio de los que se resisten a aceptar que ya
se les pasó su cuarto de hora. Tuits relacionados:
Siguen pensando en términos del 2002, ignorando que la dominancia electoral desde entonces se reparte entre las dos fuerzas emergentes de la crisis: el kirchnerismo y el macrismo.— La Corriente K (@lacorrientek) 12 de marzo de 2019
Alguien le tendría que explicar a Lavagna que el acuerdo UCR - PJ con el cual él llegó a ser ministro en el 2002 y que ahora quiere reeditar para ser presidente, fue posible en un gobierno que nadie había votado. O sea que tienen un tramitecito previo que cumplir: las urnas.— La Corriente K (@lacorrientek) 12 de marzo de 2019
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