sábado, 30 de marzo de 2019

SE LES VINO LA NOCHE


Cuando hace exactamente un año atrás la aceleración de la fuga de capitales detonó la corrida del dólar que desembocó en el acuerdo con el FMI, algunos leyeron el voluminoso apoyo del Fondo y del gobierno de los Estados Unidos a Macri como una señal de fortaleza de su gobierno, cuando en realidad era una muestra de debilidad extrema: el experimento “Cambiemos” apostaba todas sus chances a la bala de plata de lograr controlar el dólar, y que no le estallara todo por los aires antes de la elección de renovación presidencial.

Antes de eso, en diciembre del 2017, el rechazo a la reforma previsional quebró la pasividad social ante el programa del gobierno, que apenas dos meses antes lanzaba su plan de “reformismo permanente”, alentado por los resultados de las elecciones legislativas de ese año: comenzaba así la cuenta regresiva de los sueños hegemónicos del macrismo, y de las predicciones de más de un analista en ese sentido. De ahí para acá pasaron apenas 15 meses, en los que todo fue en declive: el plan económico, sus resultados, la imagen presidencial, las chances de Macri de reelegir y la fortaleza de la coalición política oficialista.

Hasta llegar a este punto en el que estamos, en que el deterioro se mide ya no por meses o semanas, sino por días y horas, se rompió la coalición oficialista y muchos empiezan a abandonar el barco, mientras se arrancan las insignias de los uniformes para tratar de pasar desapercibidos. Dijimos hace un tiempo que la descomposición final del régimen macrista iba a ser un espectáculo feo de ver, y en medio de él estamos: conspicuos comunicadores del dispositivo oficialista como Pagni o Berensztein se refieren a Macri como un “presidente pesificado”, devaluado, sin peso político ni autoridad.

Los radicales, principales socios del PRO en “Cambiemos”, ya no disimulan en público que trabajan para irse de la coalición oficialista y arrojarse en brazos de Lavagna, o en el mejor de los casos, “quedar en libertad de acción” de hacer lo que más les convenga; con prescindencia de la suerte final del gobierno. Mientras a Lavagna, justamente, lo mandaron a callarse tras una serie de pifias mediáticas que espantaron votos, para que no se note tanto el rol que está llamado a cumplir.

Mientras el escándalo de D’Alessio y Stornelli dinamita la fuerza de tareas de Comodoro Py y los procesamientos de Bonadío a Cristina ya son motivo de consumo irónico en las redes sociales, la Corte Suprema se ha vuelto un terreno árido para el gobierno, desde que forzó el desplazamiento de Lorenzetti de la presidencia: al paso que vamos, a Rosenkrantz le costará conseguir que le sirvan un café; y el asalto a la presidencia del tribunal orquestado desde el gobierno fue un palazo en un panal, que activó una catarata de fallos “tribuneros” en contra de sus intereses; cuya importancia no debe medirse por lo que deciden, sino en tanto advertencia de los cortesanos a la Casa Rosada de que podrían venir otros peores, y que en el mejor de los casos, no cuenten con ellos para apuntalar al régimen, en el plano inclinado de su caída.

Los manotazos de ahogado que toma el gobierno como las últimas medidas del BCRA toqueteando los encajes y poniendo en riesgo los depósitos de los ahorristas no logran domar al dólar (la variable a la cual Macri ató su propio destino político y electoral), y no hacen sino empeorar el cuadro; en tanto denotan claramente que no hay dólares suficientes para calmar la ansiedad del mercado, ni siquiera contando los que vendrán del FMI (que autoriza a vender 60 millones por día, cuando en la última semana de operaciones las reservas perdieron más de 1900 millones), ni los de la “cosecha récord”, que naturalmente los exportadores no liquidarán al ritmo de las necesidades del gobierno, sino en la medida de su propio interés en que el billete verde siga subiendo.

Al fin y al cabo, no es culpa de ellos que el gobierno haya dictado el Decreto 893/17 eximiéndolos de la obligación de liquidar las divisas en el país, una medida que hoy no está en condiciones de revertir (aunque sea imprescindible hacerlo) porque le significaría malquistarse con una de las pocas bases electorales firmes que conserva: a eso apuntaban hace poco las amenazas disfrazadas de críticas de la reaparecida Mesa de Enlace: derogar el decreto sería para Macri una Resolución 125, que no está en condiciones políticas de sostener.

Los indicadores sociales y económicos (evolución del PBI, nivel de actividad, empleo, pobreza, inflación), aun toqueteados por el INDEC macrista, son horribles, y la percepción cotidiana es aun peor. Default, hiperinflación, adelantamiento de elecciones, corralito: todas palabras asociadas a las crisis de 1989 y 2001, que en el actual contexto se tornan verosímiles, y posibles; sobre todo en el imaginario social.

Los presuntos movimientos para desplazar a Macri de la candidatura oficialista e instalar a Vidal en su reemplazo, o como parte de un acuerdo político transversal más amplio con sectores de la UCR y el PJ “alternativo” orquestado por fracciones del capital que le soltaron la mano al gobierno, más allá de su realidad o avances concretos, ya están instalados en los medios como operaciones a cielo abierto, y desde las trincheras “amigas”. Aun siendo globos de ensayo, solo pueden contribuir a lijar más aun la desvencijada figura presidencial.  

En ese marco, mientras más imposta Macri autoridad y energía, sin tomar ninguna media concreta para cambiar el rumbo (y por el contrario, ratificándolo toda vez que puede, incluso prometiendo ir más rápido si fuera reelecto), mas se deteriora su autoridad institucional, más se licúa su poder político y más disminuyen sus chances electorales: hoy le están diciendo que es peso muerto y debe correrse de la disputa sus amigos, no sus enemigos.

Lo que se intuía hace un año se confirma hoy, y todo transmite la sensación de fin de ciclo, y aun de una posible crisis institucional; algo que no es un escenario soñado ni deseado para la oposición que tiene más (y claras) chances de ganar las elecciones, ni para el conjunto de los argentinos, en especial los sectores populares: por muy desastroso y dañino que sea el gobierno de Macri, siempre que hay crisis institucionales, son ellos los que pagan los platos rotos de las peleas entre las distintas fracciones del capital, en escenarios de excepcionalidad política.

Para la oposición real (no la de “cartón pintado”, como dijo Cristina) la mejor salida política de esta crisis es que Macri llegue al fin de su mandato, sin excusas ni desplazamiento de culpas en otros (su especialidad, en la que sus socios radicales descollaron siempre), y que él, su gobierno y su propuesta política sean rotundamente derrotados en las urnas; para sumar legitimidad y acumular poder de origen para el proceso que se abre con su salida, que será duro y difícil, y exigirá tomar medidas drásticas desde el primer día.

Cualquier otra salida (como un golpe palaciego o alguna otra alquimia institucional) son funcionales al experimento en marcha de reeditar el 2002; con el radicalismo esquivando el bulto a su responsabilidad en el desastre, el peronismo “perdonable y conversador” sosteniendo posiciones institucionales que no está en condiciones de conservar en competencia abierta por el voto popular, y buena parte del “círculo rojo” escapando del experimento fallido de gobernar el país instalando directamente uno de los suyos en la Rosada; colocando a un presunto “tapado” (como Lavagna) que vele eficazmente por sus intereses.

Hoy, con Macri en el piso, incluso los que hasta ayer vaticinaban que era invencible electoralmente se le animan, y cunde la idea de que cualquiera puede ganarle. Pero aunque eso fuera cierto,  no significa que cualquiera pueda gobernar después de Macri; al menos si entendemos por gobernar algo más que administrar la crisis, y tutelar los mismos intereses que él.

Tuit premonitorio:

1 comentario:

  1. Qué buena descripción de la actualidad política. Felicitaciones.

    Hay un párrafo que me dejó pensando y sobre el que tendríamos que poner énfasis: sin la ayuda super extraordinara, inaudita, del FMI, el gobierno hubiera estado en default -y feo- el año pasado.

    Se sabía entonces que el "modelo Macri" iba a estallar, pero no sé si alguien pensó en que iba a ser tan temprano y tan profundo.

    Estamos en la misma situación ahora: el modelo es insostenible y, si no se arregla el frente externo, va a ocurrir en peores condiciones.

    ¿Qué se puede esperar del próximo gobierno si va a estar atado a lo que el FMI y Trump quieran imponer?

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