Negaron en campaña que fueran a retornar al
FMI y terminaron yendo, cuando fueron dijeron que el Fondo había cambiado y era
distinto, que ya no exigía políticas de ajuste como siempre y que tenía una
mirada más “social”, puesta en proteger a los pobres.
Desde que firmaron
el acuerdo ya lo modificaron tres o cuatro veces, viven pidiendo “waivers” y
cambiando la letra sobre el uso que le darían a los dólares del colosal
préstamo: que eran precautorios y estaban por las dudas si hacía falta usarlos,
que se iban a usar para financiar el “gradualismo” de no hacer el ajuste fiscal
más drástico, que no los iban a vender en el mercado para la fuga de capitales,
que si los van a vender pero con un límite diario en las subastas.
Otro tanto pasó con
el dólar: que si dejaban que flote libremente sin intervenir, que fijaban
bandas para intervenir solo cuando se saliera de ellas, que si las bandas se
iban ajustando, hasta que ahora la “congelaron” hasta diciembre, en el afán de
planchar la inflación o -mejor aun- contener la corrida electoral en ciernes
con la perspectiva de ofrecer a los especuladores una especie de seguro de
cambio, y pingües ganancias con el “carry trade”.
En lo único en lo
que no cambiaron es en lo que remarcamos en la imagen de apertura: la verdadera
“ancla inflacionaria” es el salario, al que le declararon la guerra desde el
principio, incluso antes de que terminaran yendo a pedir la escupidera al FMI;
y antes incluso del levantamiento del “cepo” con sus consecuencias previsibles
de devaluación, inflación y pérdida del poder adquisitivo: recordemos que
cuando Macri ni siquiera pensaba en ser presidente decía en la tele que había
que bajar los costos, y que los salarios son un costo más.
Justamente ese
objetivo (el de bajar el costo de los salarios, medidos en dólares) fue el
principal con el que se conformó “Cambiemos” allá por el 2015, sostenido no
tanto en los sellos electorales más conspicuos del antiperonismo, como en el
respaldo de las distintas fracciones del capital; para las cuales la rebaja del
“costo argentino” (léase salarios altos para el promedio de América Latina) es
prenda de unidad, más allá de sus diferencias objetivas en otras cuestiones.
Tanto que hoy,
cuando los estragos del neoliberalismo han llegado al punto de destruir el
valor de las empresas y esa unidad está quebrada, hay fracciones del capital
dispuestas a explorar otros rumbos políticos con el experimento Lavagna, que
supone la continuidad de la misma política por otros medios, pero eso sí: con
elogios incluidos a la flexibilización laboral.
Eso, los salarios
altos y los derechos laborales, la tradición de sindicalización, organización y
protesta, la resistencia a los abusos del capital, son los famosos “70 años de
fracasos” de los que hablan todo el tiempo: nos echan la culpa a nosotros, por
querer vivir mejor, de su fracaso por no terminar de convertirnos, de una buena
vez y del todo, en una economía de plantación, con salarios de subsistencia.
De allí el
desplazamiento de las culpas a la sociedad, que no se resigna a perder una
nivel de vida supuestamente ficticio y por encima de sus posibilidades, o los
constantes llamados al sacrificio nuestro, no de ellos: la apelación a terminar
con la “grieta” no es tanto política como social, es un llamado a que nos
resignemos mansamente a perder derechos y aceptemos que ese es el único camino
posible, sin protestar, ni organizarnos, ni quejarnos.
Todos los
instrumentos de política económica y de política en sentido estricto que vienen
desplegando en estos 40 meses de gobierno están alineados con ese objetivo
primordial de pulverizar los salarios: para eso necesitaron cooptar al
sindicalismo nucleado en la conducción de la CGT con la plata de las obras
sociales, por eso insisten una y otra vez, con distintas versiones y según los
contextos, en la flexibilización laboral, y por eso también la permisividad con
los despidos y suspensiones: porque ven con buenos ojos la creación de un
ejército de reserva que discipline a la baja los reclamos salariales de la
fuerza de trabajo.
Para eso también
(para la guerra al salario) fueron las “metas de inflación”, que ahora y pese a
su fracaso estrepitoso en aquello para lo cual en teoría fueron pensadas
(alinear las expectativas de la inflación a la baja), quieren incluir en la
carta orgánica del Banco Central: en realidad, siempre estuvieron pensadas para
funcionar como el ancla real a las discusiones salariales en las paritarias.
Nada extraño ni
sorprendente en un gobierno con un marcado sesgo de clase en su composición y
en sus apoyos, más allá de su amplia legitimidad de origen, que incluyó el voto
de parte de los oprimidos, dominados y explotados.
En la destrucción
del salario (su objetivo primordial, si no el único) sí que se puede decir que
su eficacia (como dijo uno que hasta escribió un libro al respecto) fue brutal;
pero su error fue extremar las cosas al punto de terminar rifando lo que era su
capital político más preciado: su legitimidad política de origen y la
posibilidad de revalidarla electoralmente, estabilizando el consenso político
que requiere su programa de retornar la Argentina al momento anterior a 1945.
Pudieron desplumar
la gallina sin que gritara durante un tiempo razonable (más del esperado), pero
ahora ya no les es posible; como tampoco funcionarán los manotazos de ahogado
que intentan ahora para repetir el batacazo de las legislativas del 2017, en
otro contexto muy diferente, que ellos mismos crearon.
Hicieron su
trabajo, el que vinieron a hacer, y aunque parezca que son un desastre (y
mirados desde muchas otras ópticas ciertamente lo son), lo hicieron bien. El
punto es que hemos llegado al nivel de las “efectividades conducentes” como
decía Ubaldini (año de elecciones, con inflación desbocada, recesión aguda y
malestar social), y al parecer los conejos de la galera de Durán Barba ya salen
muertos.
Hace cuatro años y
aun cuando incluso puede que los hayas votado, te declararon la guerra: a vos,
a tu salario, a tus derechos, a tu nivel de vida, a tu consumo, apostando a que
te rindieras incondicionalmente. Está en tus manos hacer que no lo vuelvan a
hacer más, porque si les das otra oportunidad, no dudes un instante que lo
volverán a hacer: como dijo hace poco Macri ante la pregunta de Vargas Llosa
sobre que haría en caso de ser reelecto, contestando “lo mismo, pero más rápido”.
Nunca las cosas
estuvieron tan claras, ni siquiera en el 2015, cuando ya estaban todas las
cartas sobre la mesa. Acá si que no entiende el que no quiere.
Los constantes llamados al sacrificio que hace el macrismo,prometiendo que así en el futuro vendrán los buenos tiempos, me suena de algún lado: Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
ResponderEliminarEs decir,resignación. Cáguense bien de hambre ahora, pero más adelante van a ver que lindo va a ser todo.
El peronismo ya comprobó más de una vez que una vida mejor es posible. Y ahora. Pero claro, para eso hay que repartir mejor, y los que ahora se llevan todo tienen que poner algo.
El Colo.