martes, 9 de abril de 2019

LA TERCERA POSICIÓN


Sobre las prevenciones a tener en cuenta a la hora de analizar los resultados de las elecciones provinciales y traspolarlos al orden nacional, dijimos hace untiempo acá: “Las elecciones provinciales son eso, provinciales: se votan los cargos locales, con problemas locales, y la elección presidencial es otra cosa: allí se vota por el que te va a cuidar los garbanzos, los próximos cuatro años. Los ejemplos de voto cruzado (a un candidato para gobernador, al de otra fuerza distinta para presidente) abundan, incluso en el 54 % de Cristina en el 2011, y en el 51 % de Macri en el balotaje del 2015, sobre todo entonces.”.

Los que desdoblan las elecciones provinciales para separarlas de las nacionales lo hacen justamente para no quedar atrapados en la dinámica de éstas elecciones nacionales, de modo que los oficialismos provinciales (que son los que tienen la potestad de decidir cuando convocan las elecciones) de turno puedan actuar como partidos “cacht all”, atrapando votos de los dos lados de la grieta.

Así como en los tiempos en los que el bipartidismo PJ-UCR dominaba la escena política nacional hubo varios ensayos por generar una tercera fuerza nacional que lo rompiera por derecha o por izquierda (la UCD. El Frepaso), tras la crisis del 2001 la tendencia parece ser replicar el modelo del MPN: fuerzas provinciales que puedan mantenerse “independientes” y negociar con los oficialismos nacionales de turno, o tomar distancia de ellos, según les convenga.

En el mismo sentido funcionan algunos“peronismos provinciales” como el “cordobesismo”, o la “teoría del alambrado” que acá en Santa Fe instauró Reutemann y hoy continúa el socialismo: la “isla” desconectada de la disputa política nacional, para captar votos con el argumento del federalismo y la defensa de los intereses provinciales frente a la “discriminación” (real o presunta) del gobierno nacional de turno.

No es casual que los “tercerismos” puedan tener éxito en las provincias patagónicas como Neuquen, Río Negro o Chubut: con la reforma constitucional del 94’ accedieron a la propiedad de los recursos naturales (artículo 124 CN), y cuando estos son estratégicos como el gas o el petróleo, les proporcionan una herramienta decisiva de negociación para ganar autonomía frente al poder central, y contar con recursos propios. En sentido inverso, la misma reforma aumentó el peso electoral gravitante y decisivo de la provincia de Buenos Aires al eliminar los colegio electorales.

Hoy, a 25 años de esa reforma, entran en el análisis de esa dinámica otros elementos: la coparticipación federal, la ampliación de la cobertura de seguridad y protección social con financiamiento del Estado nacional y la solvencia fiscal de las provincias; que hacen su aporte a encapsular el conflicto social, o poner los costos políticos que genera exclusivamente sobre los hombros de la gestión nacional: mientras no hay empleados públicos que cobren en bonos o desaparecieron las cuasimonedas, llueven los despidos en el sector privado, y la inflación y las tarifas se devoran el poder adquisitivo de salarios y jubilaciones.

Esta dinámica influye en todos los intentos de instalar “peronismos disidentes”, en especial desde 2008 en adelante, tras el conflicto con las patronales del campo: si por un lado el kirchnerismo no logra instalar candidatos provinciales electoralmente competitivos a los que trasvasarles los votos de Néstor y Cristina (porque se impone la dinámica de la provincialización), por el otro, esos cacicazgos peronistas locales no logran proyectar una figura nacional competitiva, sobre todo en tanto no hagan pie en la PBA, en especial en el conurbano bonaerense.

A esto debe sumarse que, por un combo de vanidades personales y paridad de insignificancias electorales, no terminan de cuajar un actor político que obre con una estrategia común, para pesar en las decisiones nacionales: la “liga de gobernadores” fue licuada durante los gobiernos kirchneristas, para no volver a renacer después de ellos.

Si alguna lectura nacional se puede hacer de las elecciones provinciales que pasaron y, casi con toda certeza, de las que vienen, es el estrepitoso declive de Cambiemos y sus candidatos, como consecuencia del desastroso gobierno de Macri. Aunque hoy lo quieran disfrazar, esperaban ganar con candidatos propios en varias provincias y ampliar su representación territorial para consolidar la coalición, y hoy están “festejando” triunfos ajenos, o más precisamente las derrotas locales del kirchnerismo: el pase de magia discursivo no alcanza a disimular que, en un contexto de ratificación de los oficialismos provinciales, se acumulan los desastres electorales del oficialismo nacional.

En esta lectura sesgada y conveniente de las elecciones provinciales el gobierno coincide con “Alternativa Federal” y los armadores de la “tercera vía” con el experimento Lavagna, y la coincidencia dice mucho sobre la salida política de la actual crisis: las únicas posibilidades reales de cambio de rumbo, más que de nombres, están en el kirchnerismo y en la coalición política de la cual éste forme parte. Lo otro sería cambiar de collar, para seguir con el mismo perro.

El oficialismo nacional “festeja” terceros puestos, mientras Alternativa Federal y Lavagna (con disputa entre sí, además) sueñan con ser la tercera fuerza que obre como cuña rompiendo la polarización , metiéndose en el balotaje; y todos ellos sueñan ganarle al kirchnerismo, con el voto de los otros, en un eventual balotaje. Pero ni los tres tercios son iguales, ni el tercio K se desinfla como esperaban, y hay otro dato que lo confirma: lejos de crecer, la izquierda (voto “ideológico” si los hay, ajeno a la dinámica de provincialización) sigue manteniendo en las elecciones provinciales sus niveles históricos, señal de que no están capitalizando electoralmente la agudización de la crisis económica y social.

En todo caso quedará por ver cuanto le falta al kirchnerismo y el polo que en torno a él y la candidatura de Cristina se está armando, para crecer y ganar en primera vuelta; porque la parte del desinfle del macrismo y el no crecimiento de Lavagna ya se viene dando. La estrategia de apostar un pleno al balotaje para recrear el “frente anti K” del 2015 es muy finita entonces, y como parece que empezó a advertir Durán Barba, puede fallar. Nos permitimos volver a recomendar la atenta lectura del artículo 98 de la Constitución Nacional.

El intento de los que fogonean el experimento Lavagna o, sin el ex ministro en juego, intentan insistir en la viabilidad de la “ancha avenida del medio” sobre una lectura de las elecciones provinciales en términos de despolarización se basa en un dislate conceptual: suponer que se puede armar un Frankenstein electoral con retazos de todas las fuerzas provinciales triunfadoras, que hasta acá nunca vinieron funcionando en conjunto, ni ahora ni antes; y que si lo hicieron en un mismo sentido en el Congreso nacional (ahora y antes) fue para negociar beneficios (cada uno por su lado y no en conjunto) con el oficialismo nacional de turno, no para plantarle un candidato opositor a los suyos. Armar con esa base una nueva alternativa política nacional sería ir en contra de la dinámica de provincialización con la que vienen funcionando con éxito.

De cara a las elecciones nacionales, el declive de Cambiemos es paralelo con la consolidación del kirchnerismo como principal expresión opositora; sobre todo porque tras las PASO bonaerenses del 2017 en PBA no apostó a la testimonialidad de “mantenerse puro” yendo por afuera del dispositivo peronista como muchos esperaban; sino que, por el contrario, viene apostando a la unidad dentro de frentes electorales vertebrados por el PJ, presentando candidatos propios donde puede ser competitivo (como en Chubut o Rawson, San Juan), o resignándolos en beneficio de una derrota del macrismo.

Si de estrategias nacionales hablamos, hay una que estaría siendo más exitosa que la otra, ni hablar si las medimos en términos de competencia directa entre ellas: en todas las provincias en las que hasta acá hubo elecciones, la listas kirchneristas o de los frentes donde el kirchnerismo fue parte terminaron siempre por arriba de las de “Cambiemos”, y en algunos casos con diferencias muy marcadas a su favor, como acaba de pasar en Río Negro y Chubut.

Cuando avance el calendario hacia la elección nacional, habrá dos grupos de provincias: las que unifiquen (y por ende nacionalicen) la elección provincial con la nacional porque no pudieron separarlas, o les convenía hacerlas juntas, y las que ya las hayan separado y resuelto antes, por lo contrario. En estas últimas los oficialismos provinciales optarán por la prescindencia (“dejar en libertad de acción a sus votantes”) o sumarse a la ola triunfalista, según los números que arrojen las PASO nacionales de agosto, para reiniciar el ciclo de los “tercerismos provinciales”: no tener hostilidades abiertas con un nuevo oficialismo nacional triunfante, para abrir un frente de negociación del que obtener beneficios.

Pero más allá de lo que hagan o digan, los argentinos deberemos elegir un presidente, y solo uno, no 24; y la dinámica propia de una elección presidencial con posible (no inevitable) resolución en balotaje genera por sí polarización política, que en todo caso no es sino un reflejo de la polarización real que existe en la sociedad. Tuits relacionados:

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