Sobre las
prevenciones a tener en cuenta a la hora de analizar los resultados de las
elecciones provinciales y traspolarlos al orden nacional, dijimos hace untiempo acá: “Las elecciones provinciales son eso, provinciales: se votan los cargos locales, con problemas locales, y la elección presidencial es otra cosa: allí se vota por el que te va a cuidar los garbanzos, los próximos cuatro años. Los ejemplos de voto cruzado (a un candidato para gobernador, al de otra fuerza distinta para presidente) abundan, incluso en el 54 % de Cristina en el 2011, y en el 51 % de Macri en el balotaje del 2015, sobre todo entonces.”.
Los que desdoblan las elecciones provinciales para separarlas de las nacionales lo hacen justamente para no quedar atrapados en la dinámica de éstas elecciones nacionales, de modo que los oficialismos provinciales (que son los que tienen la potestad de decidir cuando convocan las elecciones) de turno puedan actuar como partidos “cacht all”, atrapando votos de los dos lados de la grieta.
Los que desdoblan las elecciones provinciales para separarlas de las nacionales lo hacen justamente para no quedar atrapados en la dinámica de éstas elecciones nacionales, de modo que los oficialismos provinciales (que son los que tienen la potestad de decidir cuando convocan las elecciones) de turno puedan actuar como partidos “cacht all”, atrapando votos de los dos lados de la grieta.
Así como en los
tiempos en los que el bipartidismo PJ-UCR dominaba la escena política nacional
hubo varios ensayos por generar una tercera fuerza nacional que lo rompiera por
derecha o por izquierda (la UCD. El Frepaso), tras la crisis del 2001 la
tendencia parece ser replicar el modelo del MPN: fuerzas provinciales que
puedan mantenerse “independientes” y negociar con los oficialismos nacionales
de turno, o tomar distancia de ellos, según les convenga.
En el mismo sentido
funcionan algunos“peronismos provinciales” como el “cordobesismo”, o la “teoría
del alambrado” que acá en Santa Fe instauró Reutemann y hoy continúa el
socialismo: la “isla” desconectada de la disputa política nacional, para captar
votos con el argumento del federalismo y la defensa de los intereses
provinciales frente a la “discriminación” (real o presunta) del gobierno
nacional de turno.
No es casual que
los “tercerismos” puedan tener éxito en las provincias patagónicas como
Neuquen, Río Negro o Chubut: con la reforma constitucional del 94’ accedieron a
la propiedad de los recursos naturales (artículo 124 CN), y cuando estos son
estratégicos como el gas o el petróleo, les proporcionan una herramienta
decisiva de negociación para ganar autonomía frente al poder central, y contar
con recursos propios. En sentido inverso, la misma reforma aumentó el peso
electoral gravitante y decisivo de la provincia de Buenos Aires al eliminar los
colegio electorales.
Hoy, a 25 años de
esa reforma, entran en el análisis de esa dinámica otros elementos: la
coparticipación federal, la ampliación de la cobertura de seguridad y
protección social con financiamiento del Estado nacional y la solvencia fiscal
de las provincias; que hacen su aporte a encapsular el conflicto social, o
poner los costos políticos que genera exclusivamente sobre los hombros de la
gestión nacional: mientras no hay empleados públicos que cobren en bonos o
desaparecieron las cuasimonedas, llueven los despidos en el sector privado, y
la inflación y las tarifas se devoran el poder adquisitivo de salarios y
jubilaciones.
Esta dinámica
influye en todos los intentos de instalar “peronismos disidentes”, en especial
desde 2008 en adelante, tras el conflicto con las patronales del campo: si por
un lado el kirchnerismo no logra instalar candidatos provinciales
electoralmente competitivos a los que trasvasarles los votos de Néstor y
Cristina (porque se impone la dinámica de la provincialización), por el otro,
esos cacicazgos peronistas locales no logran proyectar una figura nacional
competitiva, sobre todo en tanto no hagan pie en la PBA, en especial en el
conurbano bonaerense.
A esto debe sumarse
que, por un combo de vanidades personales y paridad de insignificancias
electorales, no terminan de cuajar un actor político que obre con una
estrategia común, para pesar en las decisiones nacionales: la “liga de
gobernadores” fue licuada durante los gobiernos kirchneristas, para no volver a
renacer después de ellos.
Si alguna lectura
nacional se puede hacer de las elecciones provinciales que pasaron y, casi con
toda certeza, de las que vienen, es el estrepitoso declive de Cambiemos y sus
candidatos, como consecuencia del desastroso gobierno de Macri. Aunque hoy lo
quieran disfrazar, esperaban ganar con candidatos propios en varias provincias
y ampliar su representación territorial para consolidar la coalición, y hoy
están “festejando” triunfos ajenos, o más precisamente las derrotas locales del
kirchnerismo: el pase de magia discursivo no alcanza a disimular que, en un
contexto de ratificación de los oficialismos provinciales, se acumulan los
desastres electorales del oficialismo nacional.
En esta lectura
sesgada y conveniente de las elecciones provinciales el gobierno coincide con
“Alternativa Federal” y los armadores de la “tercera vía” con el experimento
Lavagna, y la coincidencia dice mucho sobre la salida política de la actual
crisis: las únicas posibilidades reales de cambio de rumbo, más que de nombres,
están en el kirchnerismo y en la coalición política de la cual éste forme
parte. Lo otro sería cambiar de collar, para seguir con el mismo perro.
El oficialismo
nacional “festeja” terceros puestos, mientras Alternativa Federal y Lavagna
(con disputa entre sí, además) sueñan con ser la tercera fuerza que obre como
cuña rompiendo la polarización , metiéndose en el balotaje; y todos ellos
sueñan ganarle al kirchnerismo, con el voto de los otros, en un eventual
balotaje. Pero ni los tres tercios son iguales, ni el tercio K se desinfla como
esperaban, y hay otro dato que lo confirma: lejos de crecer, la izquierda (voto
“ideológico” si los hay, ajeno a la dinámica de provincialización) sigue
manteniendo en las elecciones provinciales sus niveles históricos, señal de que
no están capitalizando electoralmente la agudización de la crisis económica y
social.
En todo caso
quedará por ver cuanto le falta al kirchnerismo y el polo que en torno a él y
la candidatura de Cristina se está armando, para crecer y ganar en primera
vuelta; porque la parte del desinfle del macrismo y el no crecimiento de
Lavagna ya se viene dando. La estrategia de apostar un pleno al balotaje para
recrear el “frente anti K” del 2015 es muy finita entonces, y como parece que
empezó a advertir Durán Barba, puede fallar. Nos permitimos volver a recomendar
la atenta lectura del artículo 98 de la Constitución Nacional.
El intento de los
que fogonean el experimento Lavagna o, sin el ex ministro en juego,
intentan insistir en la viabilidad de la “ancha avenida del medio” sobre una
lectura de las elecciones provinciales en términos de despolarización se basa
en un dislate conceptual: suponer que se puede armar un Frankenstein electoral
con retazos de todas las fuerzas provinciales triunfadoras, que hasta acá nunca
vinieron funcionando en conjunto, ni ahora ni antes; y que si lo hicieron en un
mismo sentido en el Congreso nacional (ahora y antes) fue para negociar
beneficios (cada uno por su lado y no en conjunto) con el oficialismo nacional
de turno, no para plantarle un candidato opositor a los suyos. Armar con esa
base una nueva alternativa política nacional sería ir en contra de la dinámica
de provincialización con la que vienen funcionando con éxito.
De cara a las
elecciones nacionales, el declive de Cambiemos es paralelo con la consolidación
del kirchnerismo como principal expresión opositora; sobre todo porque tras las
PASO bonaerenses del 2017 en PBA no apostó a la testimonialidad de “mantenerse
puro” yendo por afuera del dispositivo peronista como muchos esperaban; sino
que, por el contrario, viene apostando a la unidad dentro de frentes
electorales vertebrados por el PJ, presentando candidatos propios donde puede
ser competitivo (como en Chubut o Rawson, San Juan), o resignándolos en
beneficio de una derrota del macrismo.
Si de estrategias
nacionales hablamos, hay una que estaría siendo más exitosa que la otra, ni
hablar si las medimos en términos de competencia directa entre ellas: en todas
las provincias en las que hasta acá hubo elecciones, la listas kirchneristas o
de los frentes donde el kirchnerismo fue parte terminaron siempre por arriba de
las de “Cambiemos”, y en algunos casos con diferencias muy marcadas a su favor,
como acaba de pasar en Río Negro y Chubut.
Cuando avance el
calendario hacia la elección nacional, habrá dos grupos de provincias: las que
unifiquen (y por ende nacionalicen) la elección provincial con la nacional
porque no pudieron separarlas, o les convenía hacerlas juntas, y las que ya las
hayan separado y resuelto antes, por lo contrario. En estas últimas los
oficialismos provinciales optarán por la prescindencia (“dejar en libertad de
acción a sus votantes”) o sumarse a la ola triunfalista, según los números que
arrojen las PASO nacionales de agosto, para reiniciar el ciclo de los
“tercerismos provinciales”: no tener hostilidades abiertas con un nuevo
oficialismo nacional triunfante, para abrir un frente de negociación del que
obtener beneficios.
Pero más allá de lo
que hagan o digan, los argentinos deberemos elegir un presidente, y solo uno, no
24; y la dinámica propia de una elección presidencial con posible (no
inevitable) resolución en balotaje genera por sí polarización política, que en
todo caso no es sino un reflejo de la polarización real que existe en la
sociedad. Tuits relacionados:
Al final la tercera posición era del macrismo.— La Corriente K (@lacorrientek) 7 de abril de 2019
Desde Lanusse con el GAN y Exequiel Martínez, y Galtieri con el asado de Victorica, que viene fracasando la idea esa de armar una fuerza nacional competitiva juntando los retazos de partidos provinciales ganadores en sus terruños. Aviso para Pichetto, Lavagna y los "terceristas".— La Corriente K (@lacorrientek) 8 de abril de 2019
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