Mauricio Macri: "El riesgo país sube porque en el mundo hay miedo de que los argentinos quieran volver atrás" https://t.co/ChcOIEkSyk pic.twitter.com/HqN92UqG2S— infobae (@infobae) 24 de abril de 2019
Decíamos hace unos
días en Twitter que impresionaba la naturalización que hacen los medios
hegemónicos de la abierta intromisión del FMI y el gobierno de los Estados
Unidos en nuestro asuntos internos, apostando decididamente a la reelección de
Mauricio Macri.
Con poco cuidado
por las formas, trataron de incidir de ese modo en el debate político nacional,
afirmando la idea de que Macri cuenta con apoyos decisivos, sin los cuales no
se puede superar la crisis, o directamente el país no puede funcionar: es así
la contracara del famoso “íbamos camino a Venezuela”.
La “vuelta al
mundo” que pregonaba la campaña electoral de Cambiemos en 2015 significaba
precisamente eso, porque hay mundos y mundos, por sus diferentes pesos
específicos, y si no se entiende, apelemos a un ejemplo: antes de las
elecciones, en el gobierno de Cristina, el país obtuvo un rotundo y mayoritario
apoyo en la ONU en su pelea contra los fondos buitres que obstaculizan la
reestructuración de las deudas soberanas.
Pero dentro de ese
“mundo” no estaba el “mundo” al que quería Macri que volviéramos: Estados
Unidos, la Unión Europea, los países de los que esperaba la “lluvia de
inversiones”, y de los que mayoritariamente provienen los fondos buitres antes
los que ya tenía pensado capitular si llegaba al gobierno; en contraprestación
por los apoyos que le prestaron durante la campaña, según supimos después y
está documentado. Y además por colusión de intereses, y por convicción
ideológica de suponer que la reconexión del país a los mercados de deuda era la clave
para el desarrollo.
Es cierto que la
discusión por el modo de relación del país con el mundo fue parte del debate
político argentino desde siempre, y de lo que se discute cada vez que se vota;
tanto como que la idea expuesta por Macri sobre las causas de la suba del
riesgo país tiene un primer sentido obvio, que se corresponde con el núcleo
duro del discurso oficial: exculparse de toda responsabilidad en la crisis
poniendo sus causas en el pasado (“la pesada herencia recibida”) o en el futuro
(el retorno del populismo), pero nunca en el presente (su gestión concreta).
Sin embargo, si se
lo mira con detenimiento, expresa una vuelta de tuerca sobre el “discurso
único” del neoliberalismo y la tensión permanente que subyace entre el
capitalismo y la democracia; ese discurso según en el cual el “hábeas” de ideas
neoliberal sobre la organización económica es el único camino racional posible,
y por ende debe ser puesto fuera de las disputas políticas democracia: gane el
que gane, tiene una sola hoja de ruta que seguir. Sutilmente nos lo recordó
hace poco madame Lagarde, cuando nos invitaba a no hacer tonterías.
Cuando Macri dice
que “el mundo” está preocupado por la posibilidad de que los argentinos
decidamos “volver atrás” (es decir, votar a Cristina), nos interroga sobre el
sentido último de la democracia, y sus límites: así como nos dijo en su momento
que “el mundo nos demanda alimentos”, nos está diciendo ahora “el mundo nos
demanda neoliberalismo, ojo con lo que votamos”.
Ya no es simplemente asumir que la gente vota, y las élites interpretan ese voto según sus intereses, y se autoconceden un margen de maniobra para hacer lo que les plazca, aun cuando vaya en contra del sentido del voto ciudadano; sino algo más profundo aun.
Ya no es simplemente asumir que la gente vota, y las élites interpretan ese voto según sus intereses, y se autoconceden un margen de maniobra para hacer lo que les plazca, aun cuando vaya en contra del sentido del voto ciudadano; sino algo más profundo aun.
Los dichos de Macri
interpelan a fondo el concepto de soberanía política, que para el peronismo es
tan clave que lo convirtió en una de sus tres banderas históricas, y tiene dos
dimensiones que son inescindibles entre sí: una interna, donde el gobierno es
el resultado de la expresión genuina de la voluntad popular, sin fraudes ni
exclusiones (como era la norma hasta 1946); y una externa, como expresión
de la autodeterminación política del país para decidir su propio rumbo, sin
tutorías ni injerencias, como la que en aquel peronismo fundacional encarnaba brutalmente Braden.
Para el peronismo,
la afirmación de la autodeterminación nacional se sostiene siempre en clave
democrática, y ambos aspectos se suponen recíprocamente, como dos caras de la
misma moneda: un Estado puede hacer respetar como soberano en lo exterior, porque su legitimidad de origen se sustenta en el voto ciudadano, y se revalida en el ejercicio del poder, gestionando a favor de los intereses de las mayorías nacionales.
Por algo para el peronismo y según reza la primera de sus veinte verdades, “La verdadera democracia es aquella es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”. Y “pueblo” no es “mundo”.
Eso es también lo que está en disputa en las elecciones de este año, más allá de que el voto expresará claramente el hartazgo por la situación económica y social, y la necesidad urgente de un cambio de rumbo.
Por algo para el peronismo y según reza la primera de sus veinte verdades, “La verdadera democracia es aquella es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”. Y “pueblo” no es “mundo”.
Eso es también lo que está en disputa en las elecciones de este año, más allá de que el voto expresará claramente el hartazgo por la situación económica y social, y la necesidad urgente de un cambio de rumbo.
El pueblo no es el mundo, pero aclaremos que el ajuste no lo pide el mundo sino las elites que circunstancialmente lo sojuzgan.
ResponderEliminarEl mundo es peronista, por algo el papa lo es también.