Durante la campaña previa a las PASO del
último domingo el protagonismo mediático se lo llevaron las peleas entre los ex
socios, por más de 10 años, en el Frente Progresista: se revolearon con de todo
Lifschitz, los socialistas y los radicales “progres”, con Corral y los
radicales de “Cambiemos”.
Trataban de ese
modo de copar la escena, pugnando por el voto antiperonista e invisibilizando
al PJ y el frente “Juntos”. Sobre el final de la campaña, hubo un giro:
Lifchstiz empezó a ningunear a Corral, polarizando con el peronismo y en
especial con Omar Perotti, al decir que la pelea por la gobernación estaba
entre él y Bonfatti.
Trataba de ese modo
de llevar hacia el candidato del socialismo, el voto de María Eugenia Bielsa,
que lo cruzó en público por meterse en la interna de otro partido. Y lo acaba de hacer de nuevo ahora, reafirmando su compromiso con la candidatura de Perotti, y el apoyo al frente "Juntos".
Con los resultados
puestos, están evaluando como moverse para captar el voto de Corral con un
discurso antiperonista, y al mismo tiempo votos de Bielsa con un discurso
“progre”, o hasta “kirchnerista”; cosa que les dificultó el propio Bonfatti,
con aquellas declaraciones en las que (al mejor estilo Del Caño) dijo que para
él y el socialismo, kirchnerismo y macrismo eran lo mismo. Acaso estaba
anticipando que iban a salir a pescar en las dos peceras.
Sin embargo, hay
otra “interna” de la que nadie habla, y es la que se viene dando en forma
larvada (y no tanto) hacia el interior del socialismo, entre Lifschitz y
Bonfatti.
Interna que estalló
cuando el gobernador rompió el pacto sellado entre ambos para turnarse en el
poder cada cuatro años al estilo de Reutemann y Obeid cuando el peronismo
gobernaba la provincia, lanzando la idea de la reforma constitucional con
reelección incluida: el proyecto cruzaba de plano el intento de Bonfatti por
volver a la Casa Gris.
Tanto que cuando se
empantanó en la Legislatura (en buena medida porque el propio Bonfatti lo
cajoneó en Diputados, más allá de que nunca logró consenso del resto de las
fuerzas políticas), Lifschitz amagó con plantarle un “caballo del comisario”
como candidato propio a gobernador, en la interna del Frente Progresista, pero
quedó solo en eso: un amago, para medir fuerzas internas.
O no, porque a la
hora del cierre de listas el gobernador (que se reservó para sí el primer lugar
en la lista de diputados provinciales, como lo hizo Bonfatti en el 2015 al
dejar el gobierno), depuró prolijamente la lista de candidatos del Frente
Progresista de “bonfattistas”, incluyendo en la purga a los que aspiraban a
renovar sus bancas, como Galassi o Di Pollina.
Ante la previsible
queja por quedar afuera, la respuesta fue de manual: “tranquilos muchachos, no
hay de que preocuparse: Antonio gana la elección, vuelve a la gobernación, y
los acomoda a todos en el gabinete”. El sobreentendido de la respuesta era “¿O
no le tienen fe, y quieren un reaseguro?”.
Sin embargo,
pasaron cosas: la perfomance electoral del candidato del FPCyS fue menos
rutilante de lo esperado, y -sobre todo- la del frente encabezado por el PJ en
general y de Omar Perotti en particular, mejor de lo previsto. Tanto que sumando
los votos de María Eugenia Bielsa, terminaron unos 12 puntos por encima del
oficialismo provincia, diferencia que encendió luces de alarma.
Más que nada para
Bonfatti, cuyo retorno al Poder Ejecutivo ya no se puede dar por descontado,
porque Lifschitz fue el candidato más votado al encabezar la lista de
diputados; claro que como dijimos al analizar los resultados, por mucho menos
diferencia de la que esperaba, y a unos 134.000 votos menos de la suma de los
candidatos del PJ a gobernador; cifra que le impidió salir a decir -directa o
indirectamente- que si le hubieran habilitado la reforma constitucional y la
reelección, él ganaba seguro.
Solo en ese marco
se puede entender la absurda insistencia del gobernador en llevar adelante la
consulta popular por la reforma, decidida unilateralmente por el propio
Lifschitz por decreto, y sin las garantías de transparencia necesarias, dado
que no intervendrá en ella el Tribunal Electoral de la provincia: busca con
desesperación generar un hecho político que le permita decir que él es el
político más respaldado de la provincia (no ya del oficialismo), y que la gente
estaba de acuerdo con reformar la Constitución, para dejarlo competir por la
reelección.
Claro que esa
conclusión es como mínimo amañada, porque la consulta (además de estar flojita
de papeles desde el vamos) solo habilita las opciones de votar por sí o por no
a la reforma, sin ninguna discusión sobre los contenidos. Para peor, el Tribunal Electoral acaba de validar que la consulta se haga, en una bochornosa resolución basada en que firmó un convenio con el Poder Ejecutivo, para que se realice en los mismos lugares de votación que la elección general; después de declararse incompetente para fiscalizarla, como disponía el decreto de convocatoria.
Pero lo que se
busca (o lo que busca Lifschitz) con la consulta es simplemente un golpe de efecto a futuro, para el caso que la Legislatura
(e incluso la presidencia de Diputados, como la tuvo Bonfatti) no le de el brillo que él espera, y dentro de cuatro años quiera volver, y se
encuentre en el mismo punto en el que está hoy Bonfatti: con una cuesta de
votos difícil de remontar.
Golpe de efecto no
solo y no tanto para la interna partidaria (aunque seguramente allí la hará
valer también), sino hacia el nuevo gobierno de la provincia, si es el de Omar
Perotti: el “fantasma de Lifschitz”, como antes y por años, estaba el fantasma
de Reutemann, sobre cada habitante de la Casa Gris. Y de paso, disimular el
piñazo político que significaría perder el gobierno a manos del peronismo,
después de 12 años; entre otros factores, como consecuencia de la boleta única
que el socialismo tanto encomia, e impide que una categoría de cargos traccione
a las otras.
La cuestión es en que medida estas reyertas
internas, de las que siempre quedan rencores, no influyen en la campaña de un
Frente Progresista al que no le sobra ningún voto, y necesita conseguir
bastantes más para permanecer en el poder.
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