viernes, 21 de junio de 2019

ESTADOS DE ÁNIMO


De la cuenta de Twitter de Mariana Moyano tomamos las imágenes del tuit de apertura, que corresponden a los actos de ayer en Rosario con la presencia de Macri y Cristina, separados por algo más que unas cuadras de distancia: casi parecían dos mundos diferentes.

En un lado (el acto "oficial" de la presidencia por el Día de la Bandera) se vio algo muy bizarro, difícil de entender, y por ende de explicar: un presidente desenfocado, que eligió no participar del acto tradicional en el Monumento a la Bandera (*), hablándoles a chicos y chicas de 10 años, con sus guardapolvos blancos y sus banderas de ceremonia, sobre los Moyano, la mafia del transporte y las patotas que complican los costos de la logística. 

Uno no puede dejar de pensar en los pobres pibes y pibas, y compararlos con aquellos que hoy peinan canas y aun guardan con cariño el recuerdo de su infancia, cuando Perón o Evita les regalaron una muñeca, una bicicleta o una pelota.No conformes con cagarles el presente, Macri les está cagando el futuro, en todo sentido.

En el otro acto, una multitud compacta y bullanguera llegó al lugar con alegría, para escuchar con atención y respeto a alguien que se ha ganado con derecho su lugar en la historia, porque es algo más que una líder política: es un fenómeno social digno de estudio, el día que se acallen las pasiones.

Pero volvamos a Macri: en un mandato presidencial plagado de papelones, lo de ayer en Rosario puede perfectamente ingresar al podio de aquellos más sonoros: pocas veces se vio un registro tan desajustado entre el rol institucional que le toca investir a alguien (en éste caso el de presidente, en una celebración patria), y su concreta encarnación en alguien; en este caso Macri, el empresario despotricando contra los trabajadores, sus derechos, sus dirigentes y sus organizaciones.

Porque cualquiera sea el juicio que se tenga respecto de Hugo y Pablo Moyano (los destinatarios nominados de los dardos, que en realidad fueron para todos los trabajadores y todos los sindicalistas), si hay algo de lo que no caben dudas es que para su sector, son representativos; y lo son porque defienden sus derechos, y han conseguido que estén mejor de lo que estaban antes. ¿No es acaso eso lo que se supone que debe haber el sindicalismo? A menos, claro está, que uno, como el presidente, vea las cosas desde la óptica del patrón. 

Unas horas más tarde. en el otro acto, el verdadero acto popular del Día de la Bandera ayer en Rosario, Cristina dejó aun más en evidencia el papelón presidencial, con el simple recurso de preguntarse de modo retórico si no había otra cosa de la que hablar, frente a niños en edad escolar, en el acto del Día de la Bandera: mejor descripción del macrismo, imposible. Mejor aun, cuando lo "chirolizó" a Macri preguntándose como es posible que nadie diga que lo maneja Lagarde.

Respondiendo a la pregunta retórica de Cristina: si, hay un millón de cosas de las que hablar y no, ni Macri ni su gobierno pueden hablar de esas cosas. Y por eso eligen salir de ese laberinto del peor modo: diciendo que el problema del país son los trabajadores, que tienen demasiados derechos, y sindicatos que los defienden; al menos cuando asumen que ése es su rol, como pasa con los Moyano y los camioneros.

Por si algún paparulo despistado cree que el presidente está proponiendo un país sin sindicatos (el sueño de muchos "emprendedores" y "libertarios", y de cualquier garca que se precie de tal, como Macri), va mucho más allá: está proponiendo uno donde los trabajadores y sus derechos son "el" problema a resolver.

Y basta de Macri, que la tuvimos por acá cerca a Cristina, para presenciar en vivo como renueva permanentemente su vínculo con la gente: en un país estragado por la crisis, ayer en Rosario se respiraba alegría, optimismo, esperanza. Y cuando Cristina finalmente apareció en escena, primero en el escenario y después a saludar afuera es conmovedor ver el cariño genuino de la gente, el respeto y la devoción con el que la escuchan. Impresiona ver como los cánticos, los gritos, los bombos, dan paso a un silencio conmovedor apenas ella empieza a hablar; como cuando llenaba las plazas siendo presidenta.

Como lo viene haciendo de un tiempo a esta parte y en cada presentación de su libro, Cristina habló en un registro descontracturado, cercano, contando anécdotas personales, conmoviéndose cada vez que hablaba de Néstor, pero también riéndose mucho: de él, de ella misma, de cosas que pasaron. 

Como las cadenas nacionales, o los pedidos de autocrítica; como si nos dijera "¿ven que soy una más, a la que le pasan cosas como a todos, con la diferencia de que a mí me toco ser ocho años presidenta?". O como si nos invitara a reflexionar sobre las cosas de las que nos quejábamos hace cuatro años, y las que nos preocupan hoy; para ponerlas en perspectiva.

El registro de Cristina y también el contenido de lo que dijo (la crítica al reendeudamiento del país, por ejemplo, o al arreglo con el FM), son también una lección para adentro, para los policías de la agenda que se escandalizan por cada cosa que alguien dice, según les parezca que puede sumar o restar para la campaña. Sin ir más lejos y como si les hablara, se encargó de enfatizar que ni siquiera forzándola, van a lograr que no diga lo que piensa.

El acto de ayer (los actos, en realidad) transmiten infinidad de sensaciones y estados de ánimo, y al fin y al cabo la política se trata también de eso: en el 2015 el macrismo llegó al poder jugando hábilmente con las emociones, apelando a la insatisfacción, el odio, el resentimiento, los prejuicios, de buena parte de la sociedad. Pero prometiendo a su vez quitarle dramatismo a la política, y desvincularla de la vida cotidiana "para no complicarle la vida a la gente, que está cansada de discusiones y peleas". 

Cuatro años después, hacen campaña intensa en los grupos de whatsapp de los padres del colegio, y el presidente les habla a chicos de la escuela primaria de Moyano y los costos de la logística. Nosotros podríamos hacer lo mismo (explotar las emociones y sentimientos negativos que hoy tiene buena parte de la sociedad), con más anclaje real, en cuestiones ciertamente más apremiantes.

Sin embargo Cristina nos está diciendo que no, que por ahí no es; que sin resignar ningún principio ni ninguna bandera, tal como lo viene diciendo desde aquel acto en Comodoro Py en abril del 2016, no hay que enojarse con nadie por como piensa o vota (aunque cueste, como no), no hay que insultar: a la gente que la pasa mal y siente angustia en su vida cotidiana (por no saber si podrá comer, o seguirá teniendo trabajo, dijo: esos si que son problemas de los que preocuparse), hay que intentar llevarle paz, tranquilidad, serenidad. Y sobre todo, darle esperanza de que puede estar mejor, porque se lo merece; aunque la intenten convencer de lo contrario.

Es cuestión  entonces de que la campaña (en la que Cristina y su vínculo especial con la gente tienen que tener un rol crucial), el discurso, las propuestas, estén a tono con eso: los candidatos y la militancia tienen que persuadir, convencer, escuchar y proponer, pero también contener y esperanzar. Porque tenemos con que, entre otras cosas, porque de éste lado está Cristina.

(*) Al parecer desde que perdió las elecciones, para el socialismo el Día de la Bandera ya no es tan importante; y por eso no hubo acto popular en el Monumento, ni desfile, ni bandera gigante ni nada.

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