martes, 18 de junio de 2019

SOÑAR NO CUESTA NADA


Uno puede comprender -hasta cierto punto- que a falta de resultados propios para exhibir, el macrismo en retirada se aferre a los ajenos: hasta el domingo el latiquillo era "en todas las provincias vienen ganando los oficialismos"; pero perdió el socialismo, y tuvieron que recalcular. Ahora es "Perotti es un aliado potencial, Pichetto lo va a convencer y esos votos van al gobierno", o paparuladas por el estilo.

Análisis propios de una audiencia de edad mental promedio de 8 o 9 años, como suele decir Artemio López, y que invierten el orden de los factores que determinan la dinámica de un proceso político, por supuesto que de modo interesado: en una o dos elecciones provinciales pueden existir factores locales que expliquen determinado resultado, pero cuando se trata ya de una ola de 16 o 17 provincias donde el gobierno apenas puede festejar uno o dos triunfos (y con notable sangría de votos), hay otra cosa.

Hay un hartazgo social pronunciado con un modelo agotado, que nos prometió la revolución de la alegría y que todos íbamos a estar todos los días un poquito mejor, pero en realidad nos hizo retroceder en todos los aspectos: los niveles de desempleo del 2007, la caída de la actividad al nivel del 2002, la inflación más alta desde 1991, y así podríamos seguir. En ese contexto lo lógico es que el gobierno pierda elecciones, lo extraño sería que las ganase; como nos hizo creer Durán Barba por años.

Y ese mismo contexto el que determina también como se viene organizando la oposición a Macri para generar una propuesta política alternativa, para salir de la crisis: no es que la gente vota a los opositores porque se juntaron, sino que esos opositores se juntaron porque la gente se los reclamaba, para tener una opción para salir del desastre. Como pasó acá en Santa Fe, donde el primer paso que dio el peronismo para volver a ganar tras 12 años de derrota fue juntarse, lo que supone tender puentes entre los que piensan distinto.

Por eso Omar Perotti -que no es kirchnerista- lo primero que hizo para ganar fue sentarse a hablar con Cristina, que lo primero que hizo fue bajar los candidatos propios de la competencia para la gobernación, para sumar al triunfo, como hizo en otras provincias. Sin ambas cosas (que en realidad son la misma, vista desde los dos lugares), el peronismo no ganaba en Santa Fe, es así de sencillo.

Pero insistimos, ese es el aspecto superstructural de la explicación, el que se lleva la mayor parte de la atención en todos los análisis, pero no el más importante. El elemento clave es que por abajo (en la sociedad, entre la gente común y antes y más allá de lo que hagan los dirigentes) hay hartazgo con Macri, tiene el boleto picado y está de salida; por más alquimias electorales y comunicacionales que intenten: a una semana o menos del "efecto Pichetto" su candidato a gobernador repitió la desastrosa perfomance de las PASO, y su lista de diputados provinciales perdió más de 100.000 votos en manos de Amalia Granata. Datos, no opinión.

Hasta la propia derrota del socialismo en Santa Fe (más allá de los errores que cometieron en la gestión, que fueron muchos) está vinculada a esa percepción: con la magnitud de la crisis que vive el país, no es la hora para tibiezas, ni para ensayar experimentos de "tercera vía" que no se sabe como pueden terminar. O sí: mal.

Dicho esto, que el "Vamos a volver" se venga imponiendo por paliza sobre el "No vuelven más" no significa que se pueda simplemente apretar un botón y resetear el país para ponerlo como estaba en el 2015, porque -precisamente- pasó Macri. Y como consecuencia de eso, el país no es el mismo de entonces, ni tampoco el sistema político en general, la oposición en particular y dentro de ella el peronismo. Incluso el kirchnerismo y la propia Cristina no son los mismos de entonces, y no podrían serlo, porque no flotan en el vacío: desenvuelven su praxis política en esta realidad que nos toca vivir.

La persistencia política del kirchnerismo como identidad, y de la centralidad de Cristina como principal activo electoral de la oposición y punto de acumulación de la coalición que busca desplazar al oficialismo, no significa desconocer que hay otras legitimidades políticas existentes, con las que se tendieron puentes: ahí están por ejemplo los resonantes triunfos electorales que construyeron en sus provincias Gildo Insfrán o Alberto Rodríguez Saá por incuestionables méritos propios; aunque uno haya reivindicado con mayor énfasis la adscripción al proyecto que gobernó el país entre el 2003 y el 2015, y el otro haya revisado su posición frente al kirchnerismo, tanto como CFK revisó su suya frente a la experiencia del peronismo puntano. Los votan por lo que hicieron cuando les tocó gestionar, pero también porque han sido claramente opositores a Macri, el caso contrario es Rossana Bertone: su contribución a la "gobernabilidad" macrista (con efectos letales en su provincia) le terminó costando la elección.

Legitimidades que se encuentran, y pueden convivir y articularse políticamente, o deben demostrar que pueden, porque el país lo reclama: hoy no se puede salir de la crisis desde un 22 % de los votos como en el 2003, porque lo que se enfrenta es mucho peor, y mucho más difícil de sortear que un desafío electoral: aun con el macrismo retrocediendo en las urnas, enfrente estará el más poderoso conglomerado de intereses creados coaligados para sostener un staqus quo inviable en términos económicos y sociales, desde el retorno a la democracia. Y esa gente no está acostumbrada a aceptar mansamente y sin chistar el pronunciamiento de las urnas, y gobiernos que actúen en consecuencia con el mandato popular que reciben. 

Y aquí volvemos al punto de Santa Fe, y a las especulaciones sobre el rol futuro de Perotti: el gobierno tiene todo el derecho de soñar con guiños del rafaelino o su supuesta prescindencia en la pelea nacional, ahora que "los triunfos de los oficialismos provinciales" como pirueta dialéctica para justificar derrotas están dando paso a "los gobernadores van a ir con lista corta". Lo que no puede pretender es que esos sueños se conviertan mágicamente en realidad: el "Frente Todos" ya fue inscripto como alianza en Santa Fe de cara a las elecciones nacionales, por el PJ santafesino y las mismas fuerzas (incluyendo al Frente Renovador) que conformaron acá "Juntos", la plataforma sobre la que se construyó la victoria de Perotti.

Victoria que, como dijimos, se inscribe en una ola nacional en la que el peronismo (con participación decisiva del kirchnerismo y Cristina) está concitando la atención creciente de los electorados como el vehículo elegido para salir de la crisis: el peronismo santafesino, que acaba de recuperar la provincia tras 12 años, y con él Omar Perotti, ya están confluyendo en el apoyo a la fórmula que componen Alberto Fernández y Cristina no solo y no tanto porque la mayoría del peronismo en todo el país lo está haciendo; sino y fundamentalmente -lo repetimos- porque son los electores comunes los que ya fueron hacia allí: decíamos ayer que las mismas encuestadoras que acertaron esta vez con exactitud el resultado de la elección provincia, su ganador y la diferencia, están registrando una diferencia de entre 18 y 20 puntos a favor de la fórmula FF en Santa Fe.

Más aun cuando se desconociesen estos datos duros de la realidad, y se viese a Perotti exclusivamente como un pragmático reacio a las definiciones contundentes: ¿cuál sería la razón por la cual, luego de lograr acceder al gobierno provincial tras varios intentos fallidos, preferiría a Macri en la Casa Rosada, con otros cuatro años por delante para seguir destrozando todo y haciendo inviables las gestiones provinciales, a un gobierno del peronismo, gestado en un amplio marco de unidad?    

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