El primer empresario en plantear con crudeza la necesidad de una reforma laboral fue el propio Macri, apenas ganó las elecciones legislativas del 2017, en aquel acto en el CCK en el que planteó el "reformismo permanente". El hecho de que hoy vuelva con fuerza el tema (en realidad, nunca se fue) habla a las claras de que piensan que pueden ganar, y ya han dicho que si eso sucede, lo que harán antes que nada, es esa reforma.
Una reforma cuyas líneas generales se repiten, con prescindencia de quien gobierno, como un mantra de nuestra clase dirigente empresarial desde 1976: derogación de los convenios colectivos y su ultraactividad, flexibilización a la baja de las condiciones de trabajo, eliminación de las cargas sociales, eliminación de la indemnización por despido poniéndola a cargo del trabajador con una parte de su salario todos los meses, menor presencia sindical en la empresa, convenios por empresa.
Nada demasiado nuevo bajo el sol, porque son ideas viejas. Lo que nos permite recomendar la relectura de este posteo de hace un par de años, en el que Sebastián Etchemendy explicaba con precisión en que consiste la reforma laboral que ahora se pretende volver a impulsar. Tampoco es nuevo que la reforma flexibilizadora de hecho la vienen ejecutando desde el 2015, reduciendo el salario en dólares a la mitad, ensayando acuerdos de precarización por sectores (petroleros, automotrices) o promoviendo diferentes formas de explotación (plataformas digitales por ejemplo).
Lo que en todo caso puede parecer nuevo es que en los últimos días los garcas más garcas del país, esos que han formado a instancias de Macri un grupo de whatsapp para darse ánimo en la pelea, vienen insistiendo en el tema: primero fue Galperín, luego Ratazzi (siempre Ratazzi), después Cabrales y ahora es Julio Crivelli, el presidente de la Cámara Argentina de la Construcción puesto allí por el macrismo, para blanquear un poco la imagen tras el escándalo de los cuadernos.
Cuando te dicen que hay que facilitar las normas para contratar y despedir personal, lo que en realidad te están diciendo es que hay que facilitarles los despidos, ahorrándoles a los empresarios el costo de pagar las indemnizaciones, y que las tenga que pagar el trabajador de su bolsillo. Y muchos acuerdan con esa idea, pensando que serán los contratados, y jamás los despedidos.
Y cuando te dicen que quieren discutir la mejora en la productividad, te están diciendo que quieren sostener o incrementar su tasa de ganancia, a costa de tu salario y tus derechos: no hay secretos, es la vieja lucha entre el capital y el trabajo, en su versión más tradicional. Otra vez: muchos están de acuerdo con eso, dando por sentado que ellos son productivos, y por ende sus empleos no corren riesgos: tal es la trampa del discurso "meritocrático", una versión en el ámbito laboral de de la idea de la represión política en los 70': si vos no andás en nada raro (afiliarte a un sindicato, reclamar por tus derechos, hacer huelga, negarte a ser explotado), nada tenés que temer de la flexibilidad laboral.
Y cuando te dicen que quieren discutir la mejora en la productividad, te están diciendo que quieren sostener o incrementar su tasa de ganancia, a costa de tu salario y tus derechos: no hay secretos, es la vieja lucha entre el capital y el trabajo, en su versión más tradicional. Otra vez: muchos están de acuerdo con eso, dando por sentado que ellos son productivos, y por ende sus empleos no corren riesgos: tal es la trampa del discurso "meritocrático", una versión en el ámbito laboral de de la idea de la represión política en los 70': si vos no andás en nada raro (afiliarte a un sindicato, reclamar por tus derechos, hacer huelga, negarte a ser explotado), nada tenés que temer de la flexibilidad laboral.
Por otro lado, cuando hablan de productividad siempre mencionan las leyes laborales y los impuestos; nunca ingresan al debate los groseros niveles de rentabilidad de algunos sectores empresariales que se originan -precisamente- en el negreo de la fuerza de trabajo y en la evasión impositiva, y se destinan a la fuga de capitales en lugar de a la inversión para -justamente- mejorar la productividad por ese lado.
En ese contexto, sería muy fácil desvirtuar teóricamente la falacia de que flexibilizar salarios y condiciones de trabajo mejora las oportunidades para crear empleo: como bien dijo esta misma semana Alberto Fernández, con estas mismas leyes laborales y la vigencia de la doble indemnización por despido, durante el kirchnerismo se crearon más de cinco millones de empleos, porque la economía crecía, generaba demanda y esa demanda generaba empleos. O sea, todo lo contrario de lo que sucede ahora.
Sin embargo, la cosa es más compleja: el discurso flexibilizador puede permear en ciertos sectores de la sociedad que serían perjudicados si las reformas flexibilizadoras prosperasen: hace un tiempo atrás decíamos nosotros en esta entrada: "Ahora bien, cuando decíamos antes que la idea de insistir con reformas flexibilizadores de las relaciones laborales cae en campo propicio, nos referimos también a que ha cambiado el contexto de esas relaciones, no solo por la organización concreta de la producción en las diferentes ramas de la economía, sino en las percepciones que eso genera al interior de la propia clase trabajadora.
Al respecto esta excelente nota de Claudio Scaletta en Cash hace unos días nos pintaba claramente el cuadro del "trabajador neoliberal", ese nuevo sujeto social en el que el proceso de creciente individuación cultural le va ganando terreno a la solidaridad y la conciencia de clase; que son la base sobre la cual fue construido el derecho del trabajo (con sus convenios colectivos, sindicatos y paritarias) desde fines del siglo XIX hasta hoy.
Sumemos al cuadro el desprestigio del sindicalismo (que muchos dirigentes gremiales poco hacen por evitar), la falta de experiencia sindical de buena parte de la fuerza de trabajo, la idea del "emprendedorismo" (fuertemente incentivada por el gobierno de la "meritocracia"), es decir de que cada uno sea su propio empresario, y la herencia cultural de las corrientes migratorias predominantes en nuestro país que ponen siempre a los logros frutos como un producto del propio esfuerzo más que del contexto social, político y económico o de la acción sindical, y tendremos un combo bastante apto para que sobre él se instalen ciertas ideas. Como las de demoler por completo el esquema de la negociación colectiva, llevándola al nivel de la empresa, y de allí al mano a mano entre el empresario y el trabajador, como si fueran iguales; y terminar además de paso con las "interferencias molestas" del Estado/árbitro y el sindicalismo "protector" de la parte más débil de la relación.
Hoy no son pocos los trabajadores que suponen que "mi sueldo me lo gano yo", como si su nivel de salario dependiera de sus propios méritos, reconocidos por el patrón, sin la mediación del sindicato, sin necesidad de paritarias, huelgas ni reclamos. Con innegable astucia, el gobierno pivotea sobre los aspectos de la reforma que tienen a disminuir el peso específico de las organizaciones gremiales (aprovechando además la apabullante inoperancia de la dirigencia de la CGT), ocultando que desarticuladas éstas, los derechos de los trabajadores estarán más desprotegidos, y no mejor tutelados.
De tal modo que un formidable retroceso en nuestra evolución cultural como sociedad (más precisamente a unos 130 años atrás, o más) nos es presentado como un avance hacia la modernidad, un progreso necesario para ponernos a la altura de las sociedades más avanzadas. Y todo en nombre del mismo y viejo conflicto de siempre, que tan bien describiera cierto alemán nacido en Tréveris, hace casi 200 años.".
La reforma laboral flexibilizadora es el punto de convergencia de todas las fracciones del capital (incluso de no pocas Pymes), del mismo modo que es el objetivo que se esconde detrás de la denigración del peronismo (los "70 años de fracasos" son eso: los años de la leyes laborales, la cobertura previsional universal y la protección contra el despido, las enfermedades profesionales y los accidentes de trabajo), del ataque al sindicalismo y de la agitación del fantasma del comunismo. Es decir que en este caso la estrategia de campaña está completamente al servicio del objetivo principal (si no único) de un eventual segundo mandato de Macri: todo lo demás es chamuyo y decorado accesorio.
Este es un dato que no puede perder de vista la oposición en su campaña (de hecho, debería ser el eje casi excluyente de la misma) y debe mantenerse firme en sostener el discurso contrario, redoblando los esfuerzos para explicar estas cuestiones todas las veces que haga falta, para minimizar el riesgo de que -por ejemplo- haya trabajadores que vuelvan a votar a sus verdugos.
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