Cualquiera sea la opinión que se tenga
respecto a la seriedad de las encuestas que están circulando y los resultados
que arrojan, todas parecen coincidir en algo: la elección presidencial tiende a
polarizarse entre la fórmula oficialista y la del “Frente de Todos”, mientras
las terceras opciones se estancan, o caen en intención de voto.
Las cifras son
consistentes con la percepción que arroja el análisis del comportamiento de las
fuerzas políticas, previo al cierre de los frentes electorales y la presentación
de las candidaturas ante la justicia electoral: Macri -por ejemplo- terminó
armando su fórmula con un Pichetto que fue el único que le aceptó el convite, y
que lo hizo porque “Alternativa Federal” jamás llegó a despegar, ni con Lavagna
ni sin él.
Y hablando de
Lavagna: a esta altura del campeonato no hay casi ninguna encuesta que lo
muestre llegando a los dos dígitos de intención de voto, afronta más problemas
internos en los principales distritos que perspectivas de crecer; y los
sectores del “progresismo” que lo vieron como una opción, hoy están pensando
(como el socialismo acá) en promover el corte de boleta, para intentar salvar
la ropa en la elección de legisladores nacionales.
Un progresismo que
era la expresión más antigua de la idea de una “tercera vía” que nunca cuajó,
en éste caso (como en el de Lavagna y el peronismo “alternativo”) porque puso
más el foco en oponerse a un kirchnerismo que ya no gobierna hace cuatro años,
que al macrismo que lo hace desde entonces, y como y con que resultados. La
crisis de esa opción de “tercera vía” es terminal, al punto de no poder
presentar siquiera una fórmula presidencial propia, a título meramente
testimonial, o para sostener una posición política.
La polarización y
sus propios errores se devoraron también las expectativas de crecimiento de la
izquierda (amesetada en su intención de voto en medio de una crisis económica
que se suponía, podía capitalizar electoralmente), y el sueño presidencial de
Sergio Massa; que terminó confluyendo en el FDT cuando la declinación de sus
chances propias no le dejaron otro camino. En el caso de la izquierda, ni
siquiera parece repuntar con votos kirchneristas no encuadrados orgánicamente, supuestamente desencantados porque el candidato es Alberto Fernández, y no la propia
Cristina.
El frente de
izquierda no es opción para desplazar a Macri, simplemente porque nunca lo fue, y
desde allí se entiende que purgaran a Altamira y su sector, que proponían ese
objetivo como consigna central de campaña, por “funcionales al kirchnerismo”: a
confesión de parte, relevo de pruebas, diría Pitrola: la confesión implícita en
la purga es que están en el juego menor de mejorar su representación
parlamentaria, en alguna banca más, en todo el país.
La dinámica
polarizadora también afecta a los “provincialismos” y sus estrategias de
“boleta corta”, que hoy están siendo recalibradas, ante la perspectiva de no
cosechar tantos legisladores propios como pensaban; y la expresión máxima de
eso es el declive brutal de la influencia política de Schiaretti, que consumió
en días el capital político que acumuló ganando en forma contundente la
elección a gobernador en su provincia.
Claro que hay un
dato que pasaba mayormente desapercibido, hasta que algunos encuestadores
(incluso de los cercanos al gobierno) empezaron a prestarle atención: la
dinámica de polarización pone a alguna de las fórmulas que expresan los polos
al alcance de lograr el mágico 45 % de los votos válidos afirmativos, que
permitirían resolver la elección en primera vuelta sin tener que apelar al
balotaje, de acuerdo con el artículo 97 de la Constitución Nacional.
Acaso muchos
encuestadores soslayen el dato, porque el promedio de las mediciones que se
conocen coloca en primer término a la fórmula que componen Alberto Fernández y
Cristina, y no son pocas los que les asignan ya más del 40 % de los votos; lo
que supone que a diferencia del 2015 en que perjudicó a la fórmula del entonces
FPV, en esta elección la dinámica de la polarización podría favorecer a la
oposición, y no al macrismo; hoy oficialista, y entonces opositor.
Lo cual no sería de
sorprender -al menos para nosotros-, porque sería ni más ni menos que la lógica
consecuencia del proceso político que se viene viviendo en el país los últimos
casi cuatro años: en la medida que las políticas de Macri muestran el verdadero
rostro del “cambio” prometido en el 2015, ya no le queda tan a mano a la
maquinaria duranbarbista el recurso de apelar a las expectativas de la
población (atentos los resultados a la vista), y muy por el contrario, debe
plantearse como la promesa de continuidad de un presente que dista mucho de ser
halagüeño. Nuevos escenarios, que demandan nuevas estrategias.
Por contraste, a la
oposición real (es decir, a la fórmula FF) le queda el ancho campo del “cambio”
para explotarlo esta vez a su favor, planteando -como dice Cristina en su
libro- que así no se puede seguir, porque la sociedad argentina no toleraría
cuatro años más de lo mismo, o peor; que es lo que sucederá si gana Macri,
conforme el mismo lo dijo: haría lo mismo, pero más rápido.
No nos vamos a
cansar de decirlo: la “electorabilidad” opositora se construyó con eje en la
figura convocante de Cristina, tanto como en la fortaleza del kirchnerismo para
persistir en una actitud opositora y no conciliadora con las políticas de Macri
y su gobierno. De allí que el “Frente de Todos” se construyó primero en la base
social y en las organizaciones que la expresan (como las dos CTA, la Corriente
Federal de la CGT, los movimientos sociales), y luego en las estructuras
políticas que lo terminaron formando.
Sería un error
confundir el “giro a la moderación” que supone la candidatura de Alberto
Fernández, o los apoyos que ese giro permitió conseguir en el sistema político
formal (el de Massa, la mayoría de los gobernadores), con una necesidad de “hibridización” del
discurso, para no parecer confrontativos: polarizar nos trajo hasta acá, y nos
guste o no, es lo que nos hará ganar la elección. Porque además el gobierno
-como lo viene demostrando- no nos dejará escapatoria a esa dinámica.
Lo que hay que
hacer en todo caso es ajustar el discurso para escapar a las provocaciones
oficiales, yendo a fondo en cambio contra lo que el macrismo supone en términos
de proyecto político, económico y social, marcando claras diferencias. Hay que
captar votos dispersos, sueltos o indecisos, pero el mejor modo es afirmar la
propia identidad y no dejar ningún lugar a dudas respecto a que encarnamos la
solución diametralmente opuesta del macrismo, a los problemas del país: a los
que tenía antes, y a los que Macri y su gobierno crearon.
Sin complejos de
inferiores ni inhibiciones, con inteligencia y sensibilidad, pero pisando el
acelerador a fondo porque el triunfo está al alcance de la mano, y a la
oportunidad de ganar las elecciones está cerca, y no hay que dejarla escapar
por seguir un discurso (el de la “tercera vía”) que no tiene ya anclaje en la
sociedad, que -ahora sí- demanda un cambio.
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