jueves, 18 de julio de 2019

POLARIZAR ES LA TAREA


Cualquiera sea la opinión que se tenga respecto a la seriedad de las encuestas que están circulando y los resultados que arrojan, todas parecen coincidir en algo: la elección presidencial tiende a polarizarse entre la fórmula oficialista y la del “Frente de Todos”, mientras las terceras opciones se estancan, o caen en intención de voto.

Las cifras son consistentes con la percepción que arroja el análisis del comportamiento de las fuerzas políticas, previo al cierre de los frentes electorales y la presentación de las candidaturas ante la justicia electoral: Macri -por ejemplo- terminó armando su fórmula con un Pichetto que fue el único que le aceptó el convite, y que lo hizo porque “Alternativa Federal” jamás llegó a despegar, ni con Lavagna ni sin él.

Y hablando de Lavagna: a esta altura del campeonato no hay casi ninguna encuesta que lo muestre llegando a los dos dígitos de intención de voto, afronta más problemas internos en los principales distritos que perspectivas de crecer; y los sectores del “progresismo” que lo vieron como una opción, hoy están pensando (como el socialismo acá) en promover el corte de boleta, para intentar salvar la ropa en la elección de legisladores nacionales.

Un progresismo que era la expresión más antigua de la idea de una “tercera vía” que nunca cuajó, en éste caso (como en el de Lavagna y el peronismo “alternativo”) porque puso más el foco en oponerse a un kirchnerismo que ya no gobierna hace cuatro años, que al macrismo que lo hace desde entonces, y como y con que resultados. La crisis de esa opción de “tercera vía” es terminal, al punto de no poder presentar siquiera una fórmula presidencial propia, a título meramente testimonial, o para sostener una posición política.

La polarización y sus propios errores se devoraron también las expectativas de crecimiento de la izquierda (amesetada en su intención de voto en medio de una crisis económica que se suponía, podía capitalizar electoralmente), y el sueño presidencial de Sergio Massa; que terminó confluyendo en el FDT cuando la declinación de sus chances propias no le dejaron otro camino. En el caso de la izquierda, ni siquiera parece repuntar con votos kirchneristas no encuadrados orgánicamente, supuestamente desencantados porque el candidato es Alberto Fernández, y no la propia Cristina.

El frente de izquierda no es opción para desplazar a Macri, simplemente porque nunca lo fue, y desde allí se entiende que purgaran a Altamira y su sector, que proponían ese objetivo como consigna central de campaña, por “funcionales al kirchnerismo”: a confesión de parte, relevo de pruebas, diría Pitrola: la confesión implícita en la purga es que están en el juego menor de mejorar su representación parlamentaria, en alguna banca más, en todo el país.

La dinámica polarizadora también afecta a los “provincialismos” y sus estrategias de “boleta corta”, que hoy están siendo recalibradas, ante la perspectiva de no cosechar tantos legisladores propios como pensaban; y la expresión máxima de eso es el declive brutal de la influencia política de Schiaretti, que consumió en días el capital político que acumuló ganando en forma contundente la elección a gobernador en su provincia.

Claro que hay un dato que pasaba mayormente desapercibido, hasta que algunos encuestadores (incluso de los cercanos al gobierno) empezaron a prestarle atención: la dinámica de polarización pone a alguna de las fórmulas que expresan los polos al alcance de lograr el mágico 45 % de los votos válidos afirmativos, que permitirían resolver la elección en primera vuelta sin tener que apelar al balotaje, de acuerdo con el artículo 97 de la Constitución Nacional.

Acaso muchos encuestadores soslayen el dato, porque el promedio de las mediciones que se conocen coloca en primer término a la fórmula que componen Alberto Fernández y Cristina, y no son pocas los que les asignan ya más del 40 % de los votos; lo que supone que a diferencia del 2015 en que perjudicó a la fórmula del entonces FPV, en esta elección la dinámica de la polarización podría favorecer a la oposición, y no al macrismo; hoy oficialista, y entonces opositor.

Lo cual no sería de sorprender -al menos para nosotros-, porque sería ni más ni menos que la lógica consecuencia del proceso político que se viene viviendo en el país los últimos casi cuatro años: en la medida que las políticas de Macri muestran el verdadero rostro del “cambio” prometido en el 2015, ya no le queda tan a mano a la maquinaria duranbarbista el recurso de apelar a las expectativas de la población (atentos los resultados a la vista), y muy por el contrario, debe plantearse como la promesa de continuidad de un presente que dista mucho de ser halagüeño. Nuevos escenarios, que demandan nuevas estrategias.

Por contraste, a la oposición real (es decir, a la fórmula FF) le queda el ancho campo del “cambio” para explotarlo esta vez a su favor, planteando -como dice Cristina en su libro- que así no se puede seguir, porque la sociedad argentina no toleraría cuatro años más de lo mismo, o peor; que es lo que sucederá si gana Macri, conforme el mismo lo dijo: haría lo mismo, pero más rápido.

No nos vamos a cansar de decirlo: la “electorabilidad” opositora se construyó con eje en la figura convocante de Cristina, tanto como en la fortaleza del kirchnerismo para persistir en una actitud opositora y no conciliadora con las políticas de Macri y su gobierno. De allí que el “Frente de Todos” se construyó primero en la base social y en las organizaciones que la expresan (como las dos CTA, la Corriente Federal de la CGT, los movimientos sociales), y luego en las estructuras políticas que lo terminaron formando.

Sería un error confundir el “giro a la moderación” que supone la candidatura de Alberto Fernández, o los apoyos que ese giro permitió conseguir en el sistema político formal (el de Massa, la mayoría de los gobernadores), con una necesidad de “hibridización” del discurso, para no parecer confrontativos: polarizar nos trajo hasta acá, y nos guste o no, es lo que nos hará ganar la elección. Porque además el gobierno -como lo viene demostrando- no nos dejará escapatoria a esa dinámica.

Lo que hay que hacer en todo caso es ajustar el discurso para escapar a las provocaciones oficiales, yendo a fondo en cambio contra lo que el macrismo supone en términos de proyecto político, económico y social, marcando claras diferencias. Hay que captar votos dispersos, sueltos o indecisos, pero el mejor modo es afirmar la propia identidad y no dejar ningún lugar a dudas respecto a que encarnamos la solución diametralmente opuesta del macrismo, a los problemas del país: a los que tenía antes, y a los que Macri y su gobierno crearon.

Sin complejos de inferiores ni inhibiciones, con inteligencia y sensibilidad, pero pisando el acelerador a fondo porque el triunfo está al alcance de la mano, y a la oportunidad de ganar las elecciones está cerca, y no hay que dejarla escapar por seguir un discurso (el de la “tercera vía”) que no tiene ya anclaje en la sociedad, que -ahora sí- demanda un cambio.

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