Después de la
derrota en las presidenciales del 2015, escribimos acá una serie de posteos
ensayando una explicación de las razones por las que la mayoría de los
argentinos decidieron elegir a Mauricio Macri como presidente, con el título
“Cosas que explicamos mal”. Referían a distintas políticas públicas desplegadas
(con mayor o menor acierto) durante los gobiernos de Néstor y Cristina que, no
obstante haber mejorado objetivamente las condiciones de vida de millones de
personas, encontraron algún punto de resistencia social en un caso, o no fueron
percibidas como algo que estuviera en riesgo con un cambio político en el país;
aspecto este último al que -dijimos entonces- contribuyó el error del
kirchnerismo de plantear que ciertos cambios eran “irreversibles”, cosa que la
realidad y el gobierno de Macri se encargaron de desmentir rotundamente.
Por supuesto que
también contribuyó a la derrota la incapacidad que tuvimos para entender que la
situación del país ya no era la misma del 2003, cuando había que salir del
infierno de la crisis de la implosión de la convertibilidad, y en consecuencia
existían nuevas demandas sociales que debían ser expresadas; error sobre el que
el macrismo pivoteó con eficacia con aquello de “no vas a perder nada de lo que
te dieron, y vamos a estar cada día un poco mejor”. En apretada síntesis y sin
que el orden signifique su mayor o menor importancia, estas fueron algunas de
las cuestiones que, desde esa óptica, planteamos entonces:
* La necesidad de
garantizar la accesibilidad a los servicios públicos esenciales (luz, gas, agua
potable, cloacas) mediante tarifas razonables que se pudieran pagar, lo que
implicaba sostener un sistema de subsidios financiados con recursos públicos;
que constituían por un lado salario indirecto, y por el otro, un alivio a los
costos de producción de las empresas.
* La importancia
del desendeudamiento externo del país como factor para ganar grados de
autonomía en el diseño de la política económica, y liberar recursos para
destinarlos a otras necesidades más acuciantes en términos sociales y
productivos.
* La reparación de
los estragos causados por las políticas neoliberales en tiempos pasados a
través de una política previsional cuyo objetivo principal fuera ampliar el
nivel de cobertura del sistema, por encima de la tasa de sustitución del haber
de los trabajadores activos por la jubilación o pensión; aunque luego se
enfocara con éxito este otro aspecto a través de la ley de movilidad.
* La necesidad de
garantizar una fuerte inversión pública en salud y educación, garantizando el
acceso a los medicamentos y las vacunas, un piso mínimo de atención en el
sistema público y en los demás efectores, así como mejoras en los salarios
docentes y la infraestructura escolar, mientras se intentaba garantizar la igualdad
de posibilidades en el acceso a las nuevas herramientas aplicables al proceso
educativo.
* La defensa de la
industria nacional y el trabajo de los argentinos administrando el comercio
exterior para hacer frente a la amenaza de las importaciones provenientes de
otras economías con las que no podríamos competir en forma abierta; y la
importancia de garantizar un control del Estado sobre el acceso a las divisas y
el uso que de ellas se haga, en un país con restricción externa y estructura
productiva desequilibrada como el nuestro; y en el que es necesario promover un
entramado industrial más profundo y diversificado, evitando caer en la
primarización de la producción y las exportaciones.
Al día de hoy y por
la actualidad que tiene el tema, agregaríamos la importancia de defender una legislación
laboral y de protección social de avanzada en América Latina, que hizo de la
Argentina uno de las países más cohesionados y menos injustos de una región
injusta; herencia del peronismo bajo constante embate de las propuestas de corte
flexibilizador, como en estos momentos.
Hecho el repaso, no
hace falta ser muy agudos para advertir que en todos esos temas hemos
retrocedido en forma brutal en estos años de macrismo, sin que la resistencia
social hasta estado a la altura de las circunstancias; aunque también es cierto
que de no mediar la oposición de los núcleos más activos de nuestra sociedad,
el retroceso hubiera sido aun mayor: lo que la derecha no ha avanzado en este
tiempo en la búsqueda de sus objetivos es porque no se lo permitimos, no porque
no lo hubieran intentado.
No se trata de
expresar ahora el lamento de una vanguardia iluminada incomprendida por una
sociedad a la que le mejoró la vida, porque además esas políticas públicas del
kirchnerismo (que retomaron las mejores tradiciones del peronismo) tuvieron
rotunda convalidación popular en dos elecciones presidenciales, y colocaron en
la tercera al candidato del FPV con chances ciertas de pelear la elección.
De lo que se trata
es de entender hasta que punto sigue pesando entre nosotros e influyendo en las
condiciones del debate política, la herencia de la dictadura y el menemismo,
que nos legaron más de una generación de argentinos que no percibieron esas
ideas fuerzas en su existencia cotidiana; o se acostumbraron a vivir con su contracara,
y natualizarla. De allí que al defender algunas ideas parecemos remando en
dulce de leche, hablando de un país que no existe y -peor aun- que no puede ni
debe volver a existir, tales son las premisas del discurso de la derecha que
han ganado el sentido común incluso de muchos que nos votan.
Esto determina que aun hoy, cuando estamos
ante la evidencia de otro fracaso estrepitoso del neoliberalismo y muchos
argentinos vuelven a reclamar del Estado y de la política que los salven de sus
propios errores (como los tomadores de créditos UVA), la insolidaridad está a
flor de piel, incluso más allá del núcleo duro de votos del macrismo. Y es
posible que -como sucedió en el 2001- apenas la cosa mejore un poco y saquen la
cabeza del agua, vuelvan a ser seducidos por las ideas de la “meritocracia”.
Todos conocemos gente que piensa que estuvo
mal “jubilar a gente que no aportó” o pagar la AUH, que considera un símbolo de
progreso y ascenso social tener una prepaga y mandar a los hijos a la escuela
privada (allí impacta fuerte la frase de Macri de “caer en la pública), que
quiere poder comprar cosas importadas aunque desaparezcan industrias y puestos
de trabajo; o que supone que las leyes laborales no están para protegerla, sino
que le impiden ganar más, o tener un mejor trabajo, y que el sindicalismo es
uno de los mayores responsables de los problemas del país. Incluso personas que
eventualmente votarían por Alberto y Cristina piensan así.
Porque como hemos dicho muchas veces, es tan
posible la victoria electoral sobre el macrismo, como la subsistencia -aun en
caso de lograrlo- del “macrismo social”, esa base sobre la que fue posible
construir el experimento amarillo, y que muy posiblemente en un futuro gobierno
y ante las primeras dificultades que sin duda se presentarán como consecuencia
de las enormes restricciones creadas por el macrismo (que sí deja una “pesada
herencia”), otra vez crea que la solución pasa por aplicar las mismas ideas que
crearon el problema.
Seamos concientes entonces, que como
dijimos, en estas (y otras) cuestiones estaremos siempre (o al menos por un buen tiempo)
remando en dulce de leche, siendo “contraculturales” -si se nos permite la
expresión-, pero hay que persistir en hacerlo; porque de lo contrario negaríamos
nuestra razón de ser, y más tarde o más temprano, nos convertiríamos en lo que
combatimos. Lectura relacionada recomendada: esta excelente nota de Ricardo Aronskind sobre los desafíos de la oposición más allá de ganar las elecciones, y sobre todo si lo logra.
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