sábado, 6 de julio de 2019

VEREMOS


No se trata de cuestionar o tan siquiera discutir se es verdad o no lo que dice acá el salteador de caminos Di Stéfano sobre la incidencia del dólar en la vida de los argentinos, y en sus decisiones electorales: lo cierto es que el gobierno apuesta un pleno a mantener la calma cambiaria hasta las elecciones; como si eso por sí mismo transmitiera la idea de que la economía está empezando a funcionar, y sus planes están comenzando a dar frutos. La famosa al final del túnel, en el último semestre del mandato de Macri, el decisivo porque se juega su continuidad en el poder.

Más o menos esa es la idea que transmitió esta semana Marcos Peña en su conferencia de prensa, en la que incurrió en un absurdo en el que pocos repararon: mientras hasta acá el discurso oficial que trataba de explicar el derrumbe que comenzó en abril del año pasado y forzó al gobierno a acordar con el FMI era que “pasaron cosas” (es decir, acontecimientos imprevistos fuera de su control), el jefe de gabinete dice ahora que “el esfuerzo realizado” -sin aclarar por quienes, porque los excluye a ellos y los sectores para los que gobiernan, claro está- valió la pena y está empezando a dar frutos”.

Traducido en criollo, la respuesta que encontraron frente a lo que nos vendieron como un acontecimiento de la naturaleza y no la consecuencia natural de un modelo inviable, fue otro ajuste; con la promesa de que luego vienen los beneficios. La eterna promesa del neoliberalismo, jamás cumplida. Es decir, admite implícitamente que jamás se les pasó por la cabeza la posibilidad de instrumentar políticas anticíclicas para sostener la producción ,el empleo, el trabajo y el salario de los argentinos.

Más bien todo lo contrario: a la inconsistencia macroeconómica esencial del modelo en curso (sobre lo que no es necesario abundar acá), le suman ahora una fiebre por cerrar o prometer acuerdos de libre comercio con economías con las que no podemos competir, que no harán si no sumar un factor más al proceso de destrucción de empresas, empleos y salarios. Y a eso lo presentan como un signo de que las cosas están mejorando, porque “el mundo confía en nosotros”.

Por supuesto que una elección es también (o sobre todo) una disputa por la construcción de subjetividades en la percepción cotidiana de los votantes, para inducirlos en un sentido determinado: en este caso no sería estrictamente (al menos no exclusivamente) lo que alguien ilustró con la metáfora de la heladera versus el televisor -es decir, condiciones objetivas y materiales de existencia versus agenda mediática-, sino heladera versus pizarras de los bancos y casas de cambio: aunque todo ande como el culo, si el dólar baja o se mantiene quieto, los argentinos se tranquilizan y se sentirán inclinados a darle un voto de confianza al gobierno.

Sobre la relación de los argentinos con el dólar se ha dicho y escrito mucho, y es cierto que en las elecciones del 2015 el “cepo” fue un tema que influyó, pero en un contexto absolutamente distinto al actual: precisamente, si se reclamaba por el “derecho a comprar dólares” aun por aquellos que jamás lo hicieron, era porque otras cuestiones más acuciantes estaban resueltas, y existía resto para pensar en ahorrar. Los indicadores económicos de entonces (en un año que no fue de los mejores del kirchnerismo) bien quisiera el gobierno tenerlos ahora.

Por el contrario, ahora (es decir, cuando dentro de 36 días votaremos en unas PASO que serán la primera vuelta real), el panorama no podría ser peor en términos económicos, al menos de los que pueden palpar en nuestra vida cotidiana: con un dólar quieto e incluso a la baja, no se detienen los aumentos de precios de los bienes esenciales, ni los tarifazos, ni los aumentos de los combustibles, los cierres de empresas y despidos siguen estando a la orden del día, la incertidumbre sobre la conservación del empleo o las chances de llegar a fin de mes es algo real, concreto, tangible y palpable en muchos hogares argentinos.

Parece difícil que en las cinco semanas que faltan para las PASO esas percepciones puedan modificarse, porque es seguro que en ese tiempo no han de cambiar las causas que las provocan: ni siquiera el intento (mucho más módico que entonces) del gobierno de repetir el esquema de “administración de dosis de populismo moderado” que usó con éxito en las legislativas del 2017, parece estar dando resultados.

Hacer campaña con foco en los acuerdos de libre comercio que “nos hicieron volver al mundo” no solo tiene que ver con que el gobierno no tiene otros resultados que mostrar, sino que así se apunta a cierto voto aspiracional, de clase media, fluctuante en sus apoyos y que votó a Macri en el 2015, con el deseo de comprar baratos celulares importados de alta generación, o tener un Apple Store en cada esquina.

Esos mismos sectores hoy, tras cuatro años de políticas devastadoras, están golpeados por la crisis, y mucho más lo están los sectores populares; que en no pocos casos acompañaron a Macri en el 2015. Y hablando de entonces, cuadra repetir la que para nosotros es la pregunta del millón, que en realidad son dos: con la realidad en mente y a la vista ¿cuál sería la razón por la que alguien que votó a Scioli entonces hoy no votaría una fórmula en la que además está Cristina, y alguien puede aseverar que de todos los que entonces lo hicieron por Macri, ninguno se arrepintió y decidió cambiar su voto?

Nosotros acá no tenemos las respuestas a los interrogantes, tan solo las preguntas. Preguntas por ejemplo como las que se hizo a modo retórico Máximo Kirchner hace poco en un acto en la provincia de Buenos Aires (ver tuit relacionado al final). La campaña oficial del “Frente de Todos” deberá girar -en nuestra modesta opinión- casi exclusivamente en torno a estas cuestiones, algo de lo que ya se deja ver en los primeros spots que están circulando.

También tenemos algunas intuiciones, pero veremos si las cosas son como dice Di Stéfano -que la elección se definirá por el dólar, que encima ayer subió-, o como se palpa en la calle, juegan otras cosas. Tuit relacionado:

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