miércoles, 11 de septiembre de 2019

APRENDIZAJES


La idea del pacto social forma parte del ADN fundacional del peronismo, y la ha ensayado cada vez que le tocó gobernar, con la posible excepción del período menemista; aun cuando entonces hubo ciertamente acuerdos más o menos explícitos en los que se sustentaba el modelo. El pacto social como idea, a su vez, excede bastante a un simple acuerdo de precios y salarios para encauzar la puja distributiva, o anclar las expectativas inflacionarias.

Sin embargo, un pacto supone que los actores que converjan a él (que por definición, tienen intereses distintos y aun contradictorios) hagan una lectura más o menos parecida del contexto en el que se los convoca a pactar, y por supuesto que compartan los objetivos del acuerdo, al menos en sus líneas generales. Y en los tiempos presentes, con otro estruendoso fracaso de otro experimento neoliberal ensayado en el país, eso exige que todos hayan hecho el aprendizaje correcto de la experiencia macrista, del cual sacar las conclusiones también correctas a futuro, para no repetir fracasos.

La propia conformación del "Frente de Todos" como articulación opositora al macrismo que se apresta a llegar al gobierno en la Argentina, y la conformación de su binomio presidencial, son sin dudas el resultado de aprendizajes individuales y colectivos de la experiencia kirchnerista primero, y los efectos del despliegue del proyecto macrista en el país, después: comenzando por Cristina y el kirchnerismo para seguir con Alberto Fernández y los demás dirigentes y sectores que confluyeron en el FDT, hay allí un importante aprendizaje político, una lectura de la situación y una percepción del rol propio y del de los demás, puesta en acto político. Algunos, celosos por las denominaciones, la llamarían "autocrítica".

Recorriendo como se conformó el frente opositor que será la estructura política de soporte del futuro gobierno del país en una presidencia de AF, cada uno puede hacer más o menos su propio mapa mental al respecto, y como cree o supone que las piezas se fueron armando. Se puede intuir que además del componente específicamente político (los pedazos del mosaico peronista, los sectores "progresistas" que se sumaron dejando de lado prevenciones hacia el kirchnerismo y Cristina), confluyen también sectores sociales que son en sí mismos estructuras de representación, y como tales se deben a los intereses que expresan: la CGT, las CTA, los movimientos sociales, los empresarios nacionales, en especial de las Pymes. 

Aun cuando podría pensarse que todos esos sectores tienen en común que, precisamente, nunca compraron el modelo neoliberal de valorización financiera para la fuga de capitales que volvió a estragar el país como cada vez que se lo aplicó, eso no significa que no hayan debido hacer aprendizajes, para terminar confluyendo en el lugar que confluyeron, y aceptando los roles que a cada uno les toca jugar. Sin conocer la cocina del proceso y juzgándolo por los resultados, podría decirse que el aprendizaje fue provechoso, y sacaron las conclusiones correctas: casi no hubo esta vez "despistados", desviados hacia vías muertas de la inoperancia política o electoral, salvo los de siempre (la izquierda, los "progresismos blancos de dentadura completa", etc).

Pero en la concreta estructura productiva y en el mapa del poder económico del país que deja Macri, en la mesa del pacto social deberán sentarse actores poderosos, con capacidad de influencia en el resultado del proceso y que no parecen estar en las mismas condiciones descriptas; al menos en cuanto a la debida metabolización de la experiencia macrista refiere.

En efecto, y como lo hemos dicho otras veces, si hemos de guiarnos por los posicionamientos públicos de las entidades en las que se nuclea el más poderoso empresariado vernáculo (la AEA, la cúpula de la UIA, el "Foro de Convergencia Empresarial"), el panorama es desolador: no hay el más mínimo ejercicio de autocrítica no ya de su decidido apoyo al gobierno de Macri (al fin y al cabo y en tanto gobierno de clase, "su" gobierno), sino del marco conceptual con el que miran al país, y desde el que proponen o apoyan soluciones para sus problemas. Para decirlo en palabras de Aldo Ferrer, su contribución a la "densidad nacional" es poco más que nula. 

Inmunes a los resultados contundentes (y trágicos) de la experiencia concreta, nuestros grandes empresarios siguen pensando y sosteniendo que los grandes problemas del país son el déficit fiscal, la presión tributaria, el tamaño del Estado, la amplitud de sus funciones o la rigidez de la legislación laboral. Con un bagaje tan limitado de ideas, será una tarea titánica sumarlos a un pacto, acuerdo o contrato social amplio, que además estén dispuestos de buena fe a cumplir: el gobierno que se va ha sido pródigo en "acuerdos de caballeros" que no se cumplieron, sin que el poder político macrista tuviera la mínima precaución de generar las herramientas jurídicas para asegurar sus resultados.

En los últimos días Cristina volvió a hablar de la importancia de formular un nuevo contrato social, con precisa atribución de responsabilidades; y Alberto Fernández señaló a la concentración económica existente en el país como un serio  problema, del cual deriva en parte la inflación que carcome el poder adquisitivo de los salarios y las jubilaciones. Pues bien, los sectores empresarios que encarnan esa concentración no la ven, simplemente, como un problema; suponen -en línea con el discurso oficial del macrismo- que la inflación es un problema puramente monetario derivado del excesivo gasto público, y no parecen dispuestos a asumir ningún compromiso explícito en esa materia.

Por el contrario, si de la boca para afuera se manifiestan proclives a alguna forma de acuerdo o pacto social, es porque suponen que en ese contexto el poder político (ahora en manos del peronismo) puede disciplinar y contener los reclamos salariales, para que el retraso del salario real sea la única y verdadera ancla inflacionaria; congelando de paso la distribución regresiva del ingreso que dejará el macrismo. 

En este punto y en el enésismo  intento de socializar las pérdidas que a sus empresas les ocasionó el modelo que apoyaron en su caída, así como el de sacarle el culo a la jeringa en poner de su parte para pagar la fiesta del endeudamiento y la fuga de capitales, puede resumirse el programa de nuestros sectores dominantes; que a su vez esperarán el momento para insistir en las propuestas flexibilizadoras. Sería tan sorprendente que no lo hicieran, como que hayan apoyado -una vez más- un programa industricida, que comenzó pulverizando salarios, para terminar consumiendo inversiones y capital de trabajo. 

¿Significa esto que hay que renunciar a la idea del pacto social, o excluirlos de sus deliberaciones, aun cuando nucleen a la mayor parte de los sectores importantes de la estructura productiva del país? No, significa que en esa tarea de articulación política de las demandas e intereses sociales no hay que resignar la legitimidad de origen del futuro gobierno, que construyó en las PASO (y aspira a ampliar más aun en las elecciones generales) una mayoría amplia como consecuencia no solo y no tanto de determinados acuerdos políticos o superestructurales, sino de que se lo percibió como el vehículo político adecuado para garantizar la defensa de los intereses de las grandes mayorías nacionales.

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