El reingreso de la Argentina al circuito del endeudamiento tras el arreglo con los fondos buitres supuso también que volvieran a cobrar un protagonismo central otros actores vinculados a los "mercados de capitales", cuya opinión se nos quiere vender como decisiva para definir la orientación de la política económica.
Tal es el caso de las "calificadoras de riesgo", ese curro anexo de los grandes bancos y fondos de inversión mundiales, que supuestamente tienen a su cargo extender el certificado de seriedad de un país, de su política económica, de las empresas o de alguna alternativa de inversión. Son los dispensarores del "riesgo país" o de categorías tales como las de "mercado emergente", con la que se entusiasmaba el régimen macrista antes de que comenzara su debacle final.
Como si no hubieran tenido un rol central en el estallido de la burbuja financiera de las "sub prime" allá por el 2008 en el corazón mismo del capitalismo mundial, resurgieron de las cenizas como si nada, y siguen ejerciendo ese rol tutelar que solo depende de los que les creen o les dan importancia; como volvió a pasar en la Argentina desde diciembre del 2015. Fruto del poder enorme de los intereses a los cuáles sirven (las finanzas internacionales, los bancos y fondos de inversión) siguen sin ser reguladas en serio, de modo que tengan que afrontar responsabilidad por sus consejos y opiniones.
En el caso argentino, fueron una pieza central del reendeudamiento, con un gobierno que siguió a pie juntillas desde el principio su manual de instrucciones, para ser considerado "serio" y apto para recibir inversiones: desregulación absoluta de la cuenta capital, eliminación de todas las restricciones al acceso a las divisas, libertad absoluta de los movimientos financieros, estímulo a la fuga de capitales.
Y con la misma (escasa) seriedad con la que un día dijeron que habíamos vuelto a ser "economía emergente" ahora nos bajan el pulgar y nos degradan, simplemente porque el gobierno agonizante de Macri repuso algunos mínimos controles de capitales en medio de la crisis.
Una crisis que por supuesto no vieron venir, y de la que ni hablemos de pedir que se hagan cargo, en la parte que les toque: ellos se limitan a alentar la inversión especulativa, condenar de antemano las "políticas populistas" y finalmente alterar sobre las condiciones de repago de la deuda por los acreedores, a los que alentaron a invertir en el país en busca de ganancias rápidas, fáciles y exhorbitantes: cualquier contacto cercano con la economía real, es involuntario porque no está en su hoja de ruta, simplemente.
Que decir que no se haya dicho, en el mismo sentido, del Fondo Monetario Internacional: que reapareció cuando la burbuja financiera explotó y los capitales especulativos comenzaron a huir en estampida del país, como prestamista de última instancia para garantizar que los acreedores pudieran cobrar sus deudas, y que los que aun no se habían ido, salieran antes del desastre. Claro que con un modelo de valorización financiera como el que puso en marcha Macri desde diciembre del 2015, en una economía con restricción externa como la Argentina, conseguir ambas cosas al mismo tiempo era imposible, y por eso pasó lo que tenía que pasar: no hay dólares para todos.
El FMI firmó un rescate al gobierno de Macri que es la asistencia financiera más grande de su historia otorgada a un solo país, ignorando deliberadamente las restricciones económicas y políticas que hacían desaconsejable prestar tamaña cantidad de plata, a cambio de "condicionalidades" de difícil cumplimiento, o altamente erosivas para las chances del macrismo de mantenerse en el poder revalidándose en las urnas. Y lo hizo presionado ostensiblemente por los Estados Unidos, por sus intereses geopolíticos en la región, para contrarrestar la influencia de China y de Rusia.
El stand by con la Argentina tuvo tantas correcciones como revisiones periódicas, y la misma cantidad de veces cambió el discurso del Fondo y del gobierno de Macri sobre el destino de los fondos (que si eran precautorios, pero no iban a ser usados, que sí pero con restricciones, y así sucesivamente), que además financiaron groseramente la fuga de capitales, en contra de las previsiones expresas del propio convenio constitutivo del FMI. Un acuerdo concluido además entre gallos y medianoche, sin intervención del Congreso, sin ninguna documentación legal o contable de respaldo, como si fuera una transacción entre narcos.
No es que nosotros tomemos demasiado en serio -como hacen otros- la opinión que puedan expresar las calificadoras de riesgo (que ahora dicen que está todo mal, porque se instauró una forma de "cepo") o el FMI, que sigue diciendo que está todo bien pero no libera los fondos del último tramo del stand by.
Es más, ni siquiera en el fuero íntimo de los operadores importantes de los mercados internacionales se los toma demasiado en serio: saben que lo único que hacen es usufructuar su peso institucional (aun devaluado) en el caso del Fondo, y la "credibilidad" que le reconozcan algunos para legitimar operaciones de endeudamiento que invariablemente terminan en despojo de recursos de la periferia, para transferirlos al centro, en el otro (el de las calificadoras de riesgo).
Esos operadores tienen claro el rol que cumplen ambos, que es el de legitimar con cierto aire de falso cientificismo una visión de la economía que sirve a los intereses del mundo de las finanzas, y que exige aplicar las políticas que mejor garantizan esos intereses, siempre; sin importar ni el país, ni las condiciones ni el contexto.
El problema, entonces, es cuando esa mentira conocida y consentida es tomado como oro de buena ley por agentes económicos de la economía real, de los que dependen decisiones de inversión que a su vez impactan en los niveles de producción, consumo, empleo, salarios, deuda o tipo de cambio. Esa tara cultural (o esa avidez por descubrir como es más fácil ganar dinero rápido y fugarlo) es lo que opera como un lastre para nuestras posibilidades como país para generar un modelo de desarrollo diversificado, con inclusión social y mejor distribución de la riqueza.
Y no es que nos faltaran ejemplos históricos a la mano para darnos cuenta: entre 2005 (cuando Néstor Kirchner canceló la deuda con el organismo) y 2015 la Argentina pudo crecer razonablemente, generar empleo y mejorar sus indicadores sociales sin la tutela del FMI, y acaso -entre otras condiciones- porque no la tuvo y se apartó de su manual de instrucciones en el diseño de las políticas económicas.
En el mismo lapso, las calificadoras de riesgo hablaron invariablemente pestes de los gobiernos kirchneristas, aunque el país crecía y además había reestructurado su deuda con casi el 93 % de sus acreedores externos, y la pagaba puntualmente; sin hacerlo a costa de imponerle sacrificios extraordinarios a la población, como ellos siempre aconsejan. O sea que, parafraseando el eslogan de los tiempos lejanos del entusiasmo macrista, "sí, se puede" vivir sin la aprobación de estos chantas que quieren tener el monopolio de los certificados de seriedad de la economía de un país.
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