Antes de las PASO, incluso después de que Cristina anunciara la fórmula con Alberto Fernández, sobraba la incertidumbre en la oposición respecto a las elecciones: la tendencia dominante por entonces era pensar en una elección indefectiblemente resuelta en balotaje, con pronóstico incierto y chances ciertas de que Macri pudiera reelegir, aun haciendo un pésimo gobierno. Como dijimos acá varias veces, con una elección polarizada las PASO operaron como una primera vuelta en el estricto sentido político, despejando buena parte de esa incertidumbre: con los números en la mano, hoy pocos dudan de que Alberto será el próximo presidente, y solo el núcleo duro del macrismo cree posible una remontada.
Desde el 11 de agosto para acá entramos en otro terreno, todos y la historia es conocida: la transición pasó a ocupar el primer plano de los análisis que antes ocupaba el escenario electoral, la crisis se aceleró, y desde el gobierno y los sectores que son su sostén real (incluyendo al FMI) se intenta por todos los medios forzar alguna forma de cogobierno, comprometiendo al candidato del "Frente de Todos" con las medidas que tome Macri para intentar llegar al final de su mandato; algo que no pocos comenzaron a poner en duda.
En el campo opositor, existe el riesgo cierto de que lo que antes era puro escepticismo haya dado paso a un triunfalismo excesivo que da la elección por liquidada, y se pase por alto un análisis preciso de como se construyó la victoria en las PASO, de resultas del cual "no hay que hacer olas", ni nada para asegurar la victoria, porque esta viene sola.
Y lo que abundan sobre todo, son los intentos de "entrismos" varios al FDT, y presiones sobre AF, para condicionar su futuro gobierno desde antes que comience: a nadie se le puede escapar que hay gestos, maniobras y hechos que parecen gestados contra el gobierno actual, pero en realidad están dirigidos al que lo sucederá, al que le pretenden arrancar definiciones de antemano; desde la postura de algunos de los sectores más duros de los movimientos sociales, hasta los factores de poder que apoyaron al gobierno y quieren que un eventual gobierno de Alberto Fernández sea la continuación del macrismo por otros medios, hay de todo en la viña del Señor.
También hay un intento más o menos coordinado y bastante burdo de los medios hegemónicos por atizar las diferencias y disputas internas al interior de la coalición opositora, separando al kirchnerismo y a Cristina del éxito electoral que contribuyeron como nadie a conseguir; una maniobra que incluso algunos "recién llegados" al "Frente de Todos" no verían con desagrado: oscurecer el rol de CFK en todo el proceso, tomando su gesto de generosidad como una despedida y salida definitiva de escena.
Y por supuesto en la medida que la victoria opositora está cerca, se agudiza la necesidad de ir discutiendo cuestiones que tienen que ver con el perfil del futuro gobierno: cuando los resultados derribaron las dudas sobre si "vamos a volver" (como se cantaba, y les molestaba a algunos), todo indica que volver volvemos, pero la pregunta es como y a donde. No será seguramente al país del 2003 (por más que algunos crean que es posible hacer "nestorismo" tardío), ni tampoco al del 2015, porque este que nos deja Macri es distinto a cualquiera de los dos.
Menos volver para hacer (como proponen otros, sin decirlo) duhaldismo allá 2002 remixado, porque si la gente hubiera querido eso, lo votaba a Lavagna. Es tan cierto -como repite con frecuencia Agustín Rossi- que lo que viene no será kirchnerismo sino algo nuevo y más amplio, como que eso nuevo y amplio no se construye retomando el kirchnerismo donde cada uno lo dejó (y donde decimos "cada uno" cualquiera ponga el nombre que le venga en mente), como si nada hubiera pasado; o como si se dijera "el kirchnerismo funcionaba bárbaro mientas estuve yo", y cuidado con eso, que no es Lavagna el único que piensa de ese modo.
El futuro del próximo gobierno se juega también en la lectura que se haga de la experiencia kirchnerista: es muy cierto que tenemos que "volver mejores", tanto como que es necesario que nos pongamos más o menos de acuerdo en como lo conseguimos, o en que cosas fuimos "peores", y tenemos que mejorar. Sospechamos que no hay unanimidad de opiniones al respecto, y que algunas están muy distantes de lo que pensó la gente al votar.
Porque también nos debemos una lectura del voto popular, que por supuesto no será unidireccional, pero indudablemente en ese voto hay también una revalorización ciudadana de la experiencia kirchnerista, a la luz del desastre macrista: si no todos, la mayoría podríamos acordar en que el ciudadano común que acompañó la fórmula del "Frente de Todos" puso en la balanza los indicadores que hacen a su nivel de vida y condiciones objetivas y materiales de existencia antes y después del 2015, y decidió en consecuencia.
Sin embargo, si convenimos en que -como dijimos antes- el país que le dejará Macri al nuevo gobierno no será el del 2003 ni el del 2015, tendremos claro que restituirles a los argentinos derechos, expectativas, posibilidades, esperanzas y hasta mejores niveles de vida no será cosa sencilla, ni cuestión de soplar y hacer botellas: no es necesario recordar acá las severas restricciones dentro de las cuáles tendrá que moverse la futura administración; de las cuáles acaso la deuda sea la más importante, pero no la única: sobre eso, esto de Alfredo Zaiat nos parece decisivo.
Nosotros nos permitimos mirar las cosas con una perspectiva adicional, que entendemos subyace en la decisión del voto al FDT aunque no se explicite, y que explica en buena medida la persistencia del kirchnerismo como identidad política y opción electoral, y de Cristina como principal figura política del país: entendemos que no es poca la gente la que, también a la luz de la experiencia macrista, revalorizó el modo de gobernabilidad con el que kirchnerismo eligió salir de la crisis producida por la implosión de la Convertibilidad, que significó una ruptura respecto a los gobiernos precedentes.
Se ha dicho hasta el cansancio (sin detenerse a pensar muchas veces en lo que realmente significaba) que Néstor y Cristina reinstalaron la primacía de la política en el proceso de construcción de las políticas públicas, su autonomía (la de la política) frente a las lógicas corporativas, la recuperación del poder arbitral y regulador del Estado y la recomposición de la autoridad presidencial. Esas fueron las bases que hicieron posibles los logros conseguidos, y que marcaron las constantes del período kirchnerista, aun en medio de las crisis que sus gobiernos tuvieron que atravesar.
Incluso si comparamos a CFK con Néstor (algo que acá no solemos hacer porque entendemos que cumple la misma función que el "evistismo" respecto a Perón y Evita: degradar sutilmente a uno de los términos de la comparación), podríamos decir que, en modo conteste con la consolidación en el poder después de la victoria "propia y plena" del 2007, acentuó el componente de la autonomía de la política frente a las lógicas corporativas; acaso porque sintió que debía revalidar permanentemente un poder amenazado, más después de la muerte de Néstor.
Y esa actitud construyó el liderazgo que aun hoy ostenta Cristina, que sin embargo en cada oportunidad en que afrontó un conflicto para preservar esa autonomía, no se cansó de invitar al resto de la política a dar la pelea juntos, porque se beneficiaba el conjunto del sistema con el resultado, en términos de consolidación democrática: es muy claro al respecto lo que pasó con la disputa con Clarín por la ley de medios.
No se trata de que, si volvemos al gobierno, generemos conflictos gratuitos o innecesarios, o volvamos en modo pendenciero, para sobreactuar autoridad: si así fuese CFK no habría elegido a alguien conciliador como AF para encarnar la candidatura presidencial. Se trata sí de tener en claro que esos conflictos son, las más de las veces, consecuencias de la distribución "real" del poder, y de las injusticias que a nosotros nos duelen y otros quieren perpetuar porque se nutren de ellas para sostener privilegios, y esta vez no será la excepción. Esa es la verdadera "grieta".
Si Macri nos deja como herencia la profundización de la "grieta" política, peor aun es su legado en términos (a la inversa del kirchnerismo) de claudicación de la política ante el poder corporativo, disolución de la autoridad presidencial y licuefacción de las capacidades regulatorias y arbitrales del Estado. Pero sobre ese legado (concienzudamente construido durante cuatro años) se van a parar desde el 10 de diciembre (e incluso antes, como ya lo están haciendo) los "poderes reales", presionando para que el nuevo gobierno atienda sus intereses, en desmedro de los de las grandes mayorías nacionales; y para socializar los costos de la crisis, sin poner ellos de su parte para resolverla, aunque de la boca para afuera apelen a la necesidad de construir consensos.
De allí como decíamos acá, la tremenda pertinencia política de la pregunta de CFK sobre quien va a pagar la factura de la crisis y el endeudamiento, porque sobre tan álgida y definitoria cuestión la presión de las corporaciones es muy clara en un sentido (que la paguemos todos, menos ellos), y es precisamente por eso que deberá aparecer como nunca la autonomía de la política para ponerles un freno, y distribuir las cargas de otro modo. Si alguno identifica eso con hacer kirchnerismo no es culpa del kirchnerismo, sino su principal mérito.
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