martes, 22 de octubre de 2019

LAS VENAS ABIERTAS


Cuando todavía no se habían apagado los ecos de la revuelta popular en Ecuador que obligó a Lenin Moreno a retroceder en el “paquetazo” de ajuste comprometido con el FMI, estalló Chile, con el disparador del aumento de las tarifas del metro (subte) de Santiago; y el gobierno de Sebastián Piñera se vio obligado a decretar el estado de excepción constitucional, y poner a las fuerzas armadas a cargo del control operacional de la represión a la protesta social, que amaga extenderse.

Chile era hasta ahora el ejemplo que los fuerzas de derecha de todo el continente ponían como el modelo a seguir: crecimiento sostenido, baja inflación, buena perfomance exportadora. Claro que en realidad lo ponían como ejemplo por la otra cara del modelo implantado por Pinochet y continuado por todos los gobiernos democráticos que lo sucedieron: Chile es el país más desigual de América Latina, y por allí hay que buscar el origen de las protestas, más que en el aumento del boleto de subte.

Cuando estalló la rebelión chilena (protagonizada en sus inicios por los estudiantes, entre los sectores más dinámicos de aquella sociedad), muchos de este lado de la cordillera se entusiasmaron y lanzaron comparaciones apresuradas, en detrimento de la (presunta) escasa combatividad del pueblo argentino y de sus organizaciones políticas y sociales, que toleraron con mansedumbre los cuatro años de depredación macrista. Lo mismo había pasado con las revueltas en Ecuador, el país que no pudo sacarse nunca de encima el corset de hierro de la dolarización, ni siquiera en el gobierno de Rafael Correa.

Sin embargo, como todo cuando se analizan procesos políticos y sociales, el entusiasmo debe matizarse: baste decir que los chilenos están hoy bajo el control operacional de las fuerzas armadas en una democracia tutelada, porque así lo establece en casos de emergencia la Constitución sancionada por Pinochet en 1980, en un apartado que las fuerzas democráticas que se alternaron en el poder desde el final del régimen dictatorial no se atrevieron a modificar; así como tampoco se atrevieron a avanzar en el juzgamiento de las gravísimas violaciones a los derecvhos humanos perpetradas por la dictadura.

O que los chilenos ponen entre los primeros lugares en su lista de quejas el régimen de las AFJP, que nosotros copiamos de ellos durante el menemismo, y que allá sobrevive aun pese al tardío, tibio y fracasado intento de reforma promovido por Michel Bachelet durante su segundo mandato; mientras acá dejó de existir por una ley sancionada en el 2008 durante el primer mandato de Cristina, conjugada con una ampliación de la cobertura previsional bajo un sistema público de reparto por las políticas inclusivas, que hoy llega al 97 % y es la más alta de América Latina.

Si bien no puede sostenerse una “comunicabilidad” de las experiencias políticas entre los distintos países del subcontinente (cada uno con sus particularidades políticas, sociales, culturales e históricas), lo cierto es que en la sociedad de masas y de la comunicación global, los procesos se retroalimentan entre sí: mientras acá algunos ponían por ejemplo la resistencia de los chilenos al modelo neoliberal que encarna Piñera (así Chile pasó de ser el ejemplo de la derecha, al sueño de la izquierda argentina), allí los que protestan les señalan a los dirigentes opositores que en Argentina votamos para que vuelva Cristina; subrayando así el vacío de representación, que está en la base de las protestas tanto como el rechazo al modelo neoliberal y sus “reformas estructurales”.

No somos ni mejores ni peores, sino simplemente distintos; y como tales, fuimos capaces de construir una alternativa política para derrotar al neoliberalismo, pero en política nada es definitivo: veamos si no lo que pasa en Bolivia, donde el modelo a nuestro juicio más serio y avanzado (respecto a la situación preexistente) de los “populismos” latinoamericanos, el del MAS de Evo Morales y Alvaro García Linera, enfrenta la perspectiva de un triunfo discutido en primera vuelta (con una oposición decidida a deslegitimarlo, a la venezolana), o un balotaje de resultado incierto, que podría desalojarlo del poder tras 14 años de permanencia. Es decir, exactamente lo que sucedió en la Argentina en el 2015, y que el domingo que viene vamos a revertir.   

A este contexto hay que sumarle la crisis institucional en Perú, donde el consenso político en sostener el neoliberalismo se conjuga con ensayos de implantar instituciones parlamentarias en un régimen presidencialista, y el debate político ha quedado reducido a la discusión sobre la corrupción; o lo que está sucediendo en Brasil, donde el impulso inicial del fascista Bolsonaro llegó hasta la imposición de la reforma laboral, pero la recesión económica ha derrumbado su popularidad, y puesto en entredicho su programa de privatizaciones y la reforma previsional “a la chilena”; generando un “empate catastrófico” porque la oposición encarnada en el PT no puede capitalizar plenamente la crisis por la prisión de Lula, pero a su vez está entrando en crisis el “Lavajato”, conforme las políticas neoliberales horadan el consenso social que se había construido en torno a la “lucha contra la corrupción”.

Un contexto en el que los instrumentos de coordinación política construidos durante la dećada de gobiernos afines de sesgo “populista” como la UNASUR o la CELAC fueron prolijamente desmantelados, para dar paso a foros que replican las directivas de política exterior de los Estados Unidos para su patio trasero, al cual han vuelto a prestar (para desgracia nuestra) preferente atención a raíz de la crisis en Venezuela. Así surgieron el Grupo de Lima y la reactivación del TIAR, llegándose incluso a considerar la opción de la intervención militar que hoy pierde terreno, al mismo tiempo que se derrite el fantasmal gobierno títere de Guaidó.  

Todo lo descripto denota una característica común: los obcecados intentos de Estados Unidos, el FMI y las élites locales de imponer el catecismo neoliberal terminan, invariablemente, en crisis económicas e inestabilidad política, y en un grave retroceso institucional y de las libertades democráticas, a menos que el propio sistema político genere sus anticuerpos en forma de alternativas electoralmente competitivas. Los efectos devastasdores del neoliberalismo (que por el contexto económico mundial tienden a profundizarse cada vez más, en menos tiempo) explican mejor que nada por que razón lo que algunos soñaron como una nueva hegemonía de derecha perdurable hoy está en crisis, aun allí donde parecía inconmovible.

Pero esas alternativas políticas a las derechas continentales tampoco están exentas del riesgo del travestismo (como pasó en Ecuador como Lenin Moreno), del intento de “entrismo” de los poderes dominantes, como va a suceder en la Argentina con el casi seguro gobierno del “Frente de Todos”, o de la tibieza paralizante a la hora de avanzar en los procesos de reforma, que puede derivar en que se ponga en riesgo su propia subsistencia en el poder frente al avance de las derechas; como podría ser el caso (ojalá que no) del Frente Amplio en el Uruguay. Lecciones todas a tener en cuenta. Tuits relacionados: 

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