jueves, 2 de enero de 2020

EL ENEMIGO INVISIBLE


El Papa Francisco suele decir que la mayor astucia del demonio es convencer a los hombres de que en realidad no existe. Con la oligarquía terrateniente argentina parece ocurrir algo parecido: recordamos aun cuando en pleno conflicto del gobierno de Cristina con las patronales agrarias por las retenciones móviles se nos decía desde los medios que el kirchnerismo tenía un pensamiento desactualizado, porque seguía hablando de un sujeto que ya no existía hace tiempo, por los cambios en el modelo de agronegocios.

Y si bien uno no desconocía la existencia de los pooles de siembra, o la financiarización de la estructura de negocios del campo privilegiado, se preguntaba cuando se había operado la reforma agraria en el país, o cuando se habían desalambrado los campos para entregárselos en propiedad a pequeños colonos o productores rurales, haciendo realidad los "100 Chivilcoyes" con que soñaba Sarmiento, en especial en las fértiles pampas bonaerenses.

La respuesta era sencilla: nunca, salvo con los intentos del primer peronismo expropiando a las familias patricias algunas estancias con fines específicos, como la construcción del complejo turístico de Chapadmalal, o la República de los Niños en La Plata. Muchos recordarán que en el tercer gobierno peronista iniciado en el 73' fracasó el intento de Horacio Ghiberti (el Secretario de Agricultura de entonces) de imponer el impuesto a la renta normal potencial de la tierra, para gravar la propiedad latifundista ociosa a los fines productivos.

Alguien podría decir hoy que las grandes extensiones de campo en la zona núcleo del modelo de agronegocios y en especial en la provincia de Buenos Aires no están improductivas sino explotadas con intensidad, paquete tecnológico y rentas de doble piso, y tendría razón. El asunto es que sigue existiendo en muchas zonas del país (y en especial allí) una gran concentración en la propiedad de la tierra en pocas manos, manos que poco aportan en impuestos que graven esa propiedad, y como tales unifiquen patrimonio y riqueza, con capacidad contributiva e ingresos para el fisco.

La astucia de nuestra oligarquía terrateniente -como la del demonio- ha sido convencer a muchos de que dejó de existir, justamente cuando el modelo productivo crea las condiciones perfectas para que no solo exista, sino que acreciente su riqueza, su poder y sus privilegios; esto último perceptible en los últimos días a partir de la reforma tributaria que impulsa Axel Kicillof para financiar al Estado bonaerense: un puñado de familias, cuyos apellidos se intuyen pero no se conocen -al menos por las tapas de los principales diarios- conservan el poder de extorsionar y manipular al sistema político o parte de él, para que accionen en defensa de sus intereses de clase. 

Si nos asomáramos a esa lista de apellidos (disponible en los registros del fisco para cobrar impuestos) veríamos que muchos nos suenan conocidos, de los libros de historia; porque algunos de ellos se remontan incluso a los tiempos de la colonia, en su condición de grandes propietarios de enormes extensiones de tierras, en la zona donde están buena parte de las tierras aprovechables con fines económico más fértiles del planeta. Allí donde se incuba la renta agraria diferencial, ese otro "protagonista oculto" de nuestra historia política, en palabras de Norberto Galasso.

Esa oligarquía terrateniente que Sarmiento caracterizara despectivamente (cuando lo expulsó del centro de las decisiones políticas) como "con olor a bosta de vaca", es la clase no que construyó el país tal como lo conocemos como a ellos les gusta decir, sino para la cual fue pensado el modelo de granja colonial en el que algunos quieren que sigamos instalados; porque proveía al imperio de "la franja de tierra fértil" del que éste carecía en sus pequeñas y lejanas islas allende los mares, en tiempos de Cobden y Ricardo.

Con el paso de las décadas, su poder e influencia en la escena nacional permaneció incólumne hasta hoy, atravesando todos los gobiernos y regímenes políticos; desde los que apoyó explícitamente como las dictaduras militares, hasta los que vio venir como un malón indígena a sus estancias, como el peronismo, con el IAPI y la Constitución del 49', que tuvo nada menos que la osadía de consagrar la función social de la propiedad privada.

 Y eso es así porque la posesión de la tierra, su propiedad para ser más precisos, confiere un status social privilegiado remanente de la sociedad feudal, en tiempos modernos; que en países con un modelo agroexportador como el que prevaleció por largas décadas entre nosotros y aun hoy nos define (en tanto no hemos logrado consolidar un modelo de desarrollo integrado y diversificado) tiene además un sentido económico: cuando hace rato ya que no es -ni de cerca- el sector más importante en términos de contribución al PBI o el empleo registrado- exige que lo traten como si lo fuera, y en consecuencia con ello le concedan o mantengan viejos y nuevos privilegios, como no pagar impuestos acordes a su capacidad contributiva y riqueza efectiva, medida con los valores del mercado al que endiosan.

De esto se sigue que el conflicto que se le presenta a Kicillof (que ya se le presentara a Scioli en su momento, y con los mismos antagonistas), es de naturaleza política más que económica: se trata del eterno dilema de la democracia por un lado, con su uniformidad plebeya de "un hombre, un voto", representada por un gobernador elegido por el 52 % de los bonaerenses, y el capitalismo por el otro, con el peso de la riqueza, concentrada en pocas manos; en éste caso muy pocas, que atesoran un bien de producción y renta icónico, porque no se puede reproducir: la tierra. 

Un enemigo que -como dijimos- quiere seguir disfrutando de la ventaja de permanecer invisible. Tuit relacionado:

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