lunes, 6 de enero de 2020

LA DISPUTA POR EL SENTIDO


La mega crisis del 2001 con la implosión de la convertibilidad tuvo un beneficio inesperado: durante un tiempo desaparecieron de los medios los econochantas neoliberales que habían aplaudido con las dos manos el modelo, y vaticinaban que con él el país crecería indefinidamente, y dejaba atrás años de fracasos y frustraciones. Hasta comenzado el gobierno de Néstor Kirchner, creyeron prudente mandarse a guardar, para no recibir parte del malestar social que acompañó a Cavallo en su salida del gobierno de De La Rúa, fundamentalmente por el "corralito".

Ayudó también a su silencio el hecho de que los grandes medios vieron lesionados sus intereses con la caída del uno a uno, y pudieron recomponerse merced a favores políticos del duhaldismo: desde Clarín con la pesificación asimétrica de las deudas y la ley de bienes culturales que lo salvó de la quiebra a manos de sus acreedores extranjeros, a La Nación que logró en la justicia la cautelar de la que aun hoy disfruta para no pagar impuestos, no andaban con muchas ganas de hacer críticas, por un tiempo; aun cuando la "tribuna de doctrina" comenzó a mostrarle los dientes al nuevo gobierno iniciado el 25 de mayo del 2003, con aquel célebre pliego de demandas de Escribano.

Cuando reaparecieron en la palestra estos personajes y sus ideas mohosas, fue el propio Kirchner el que asumió la respuesta del gobierno, en clave jauretcheana, contestándoles desde el atril y eligiéndolos como bochines, al compás de una economía que los desmentía, al crecer, generar empleo y pagar mejores salarios aplicando las ideas exactamente inversas a las que ellos pregonaron por años, y aun hoy pregonan. 

Pero la guerra por el sentido común social es larga, y siempre que los gobiernos nacionales y populares afrontaron crisis, estos tipos están dispuestos a salir a la palestra, tanto como sus sponsors (los intereses reales y permanentes a los que siempre sirven) estén dispuestos a sostenerlos, en su propio beneficio. Y salen oliendo a rosas, como si nada hubiera pasado, como están haciendo ahora, otra vez.

Buena parte del éxito electoral del macrismo en el 2015 (y su misma conformación como alternativa electoral competitiva de la derecha) tiene que ver con ese goteo permanente de tres o cuatro zonceras mayúsculas sobre el Estado, la economía, la inflación, las regulaciones públicas o el modelo productivo, que terminan permeando a través de la prédica mediática en determinados segmentos de la sociedad, en especial de la clase media: el discurso "meritocrático" del PRO ancla en buena medida en la prédica "libertaria", aun cuando ya en el poder (y con responsabilidades diversas) unos y otros se desconocieran, como si fueran distintos o peor aun, opuestos.

Dijimos entonces que lo que estaban tratando de hacer era muy fácil de ver: salvar "el  modelo" por el que tanto abogan, echándole las culpas del fracaso que se veía venir inexorablemente (y acá si que los pronósticos que así lo advirtieron no fallaron) a sus circunstanciales ejecutores, en éste caso Macri. Y desde la derrota electoral de la derecha en octubre pasado para acá, ese ha sido el discurso consistentemente machacado de todos: grandes medios, econochantas y "libertarios" varios.

Omitiendo (o pasando directamente por alto) un dato central insoslayable: ese núcleo de ideas económicas y sociales fueron puestas a la consideración del electorado argentino con toda crudeza (Espert, su candidato, no es hombre de andarse con demasiadas sutilezas), con los resultados por todos conocidos: un papelonazo al cosechar menos del 2 % de los votos.

Sin embargo, como te digo una cosa te digo la otra: seríamos necios si nos redujéramos a pensar que la disputa política por el sentido de las cosas en una sociedad se reduce estrictamente a lo electoral, aun cuando los que creamos en los valores de la democracia sostengamos que allí, en la urna, se saldan. Está claro que el pensar social se nutre de otros elementos, y varía constantemente, más en la sociedad moderna de los medios de masas.

Y no se trata de volver acá a plantear la eterna discusión respecto a si los medios juegan (juegan, obvio), o cuanto influyen (influyen, por supuesto) en estos asuntos, sino de advertir precisamente que las elecciones no cambian ni su propiedad (es decir, las empresas que los manejan), ni sus contenidos, ni su orientación ni sus intereses permanentes. De allí que sea iluso suponer que se rindan a la evidencia de los votos, y se resignen al hecho de que las ideas que sostienen no serán las que regirán los destinos del país los próximos cuatro años: por el contrario, lo racional es esperar exactamente lo contrario.

Claro que no lo harán directamente por sí (aun cuando algunos no resistan la pulsión de hacerlo, como La Nación y sus plumas más connotadas), sino precisamente a través de estos personajes que reaparecen, llevando agua para su molino, con la cantinela de siempre: el modelo es no solo el correcto sino el único sensato, racional, posible y de éxito asegurado, el problema fueron los circunstanciales ejecutores, los problemas del país vienen cuando la política mete la cola y no acepta seguir las leyes presuntamente sagradas e inmutables de la economía; que suelen ser las que ellos defienden, como "único estado del arte posible".

A poco que se tome distancia del vértigo cotidiano y se mire el panorama, la maniobra es siempre la misma, y muy conocida; tanto como los titiriteros. Y sin embargo, no deja de asombrar como la política corre por detrás de esos viejos eslogans, e ingresa en la confusión de plantear como acuciantes, problemas que son menores en el contexto de los que realmente aquejan al país.

Así es como en lugar de estar discutiendo como fue posible que se implantara un modelo de valorización financiera y deuda que facilitó un colosal proceso de fuga de capitales, mientras destrozaba el aparato productivo, el empleo y los salarios, asistimos a una especie de competencia de la política por ver quien va más allá en los gestos ampulosos por "recortar gastos" de la política: que si congelamiento de dietas, que si rebaja de los sueldos de los funcionarios, cuando no retroceder a la primera oposición en reformas tributarias progresivas, para que los costos de la crisis los paguen los que realmente pueden hacerlo, que son también al mismo tiempo y no casualmente, los que se beneficiaron con ello.

Hay allí una derrota cultural en ciernes para las fuerzas nacionales y populares, que hay que revertir rápidamente; porque el aplauso fácil de hoy (porque parece que "los políticos entendieron el mensaje"), trocará fácilmente en el descontento de mañana, cuando los problemas estructurales persistan sin resolverse. Y de seguro que si los cambios se limitan a esos aspectos cosméticos menores (que no hacen al fondo de la cuestión, aun cuando haya algunos que deban hacerse) así será, porque no se puede pedirle peras al olmo: los problemas del país no se originan en los sueldos de los funcionarios o legisladores como quieren hacernos creer los Cachanoskys, y por ende no se solucionarán sola y simplemente metiendo mano allí.

Y más serio aun: no renunciemos a desenmascarar a estos chantas, ni les dejemos la coartada de escaparse por la tangente diciendo que sus ideas son buenas y de eficacia comprobada, pero lo que fallan son los ejecutantes. Porque de ahí a la "doctrina Calvo", que plantea que si hay que hacer ajustes, mejor que los haga el peronismo que tiene espaldas sociales más anchas, hay apenas un paso. 

Lectura complementaria recomendada, esto de Alfredo Zaiat en Página 12 de ayer.

2 comentarios:

  1. además si lxs funcionarixs deberían vivir ad honorem , sólo podrían ejercer quienes tengan sus fortunas malhabidas aseguradas, como los rodriguez larreta, los bullrich, los peña braum, q por cierto no renunciaron a ningún salario ¿no?

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  2. Excelente nota. Así son las cosas. Qué vigencia tienen las enseñanzas de Perón !! y las de Jauretche y su Manual de Zonceras Argentinas !! Ah, no es "cantinela" sino cantilena. Pero esto es casi un mosquito en la bandada. El trabajo es muy sólido. Fraternales saludos

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