sábado, 18 de julio de 2020

EL UNICORNIO AZUL


El tendido de puentes hacia sectores del empresariado para construir una alianza social amplia que permita impulsar un determinado proyecto de país está en los genes originales del peronismo, en tanto el movimiento fundado por Perón nunca se concibió a su mismo como un partido clasista.

Desde su propio origen entonces, el peronismo se puso a la búsqueda de la "pata empresarial" del proyecto nacional, y cuando no la encontró, trató de suplirla desde el Estado. En eso y el protagonismo político de los trabajadores, que lo hicieron por abrumadora mayoría su identidad política y por razones muy concretas (dignidad, salarios, derechos), consiste en esencia el peronismo, simplificando mucho las cosas.

Pero encontrar en un país como el nuestro, con su particular y desequilibrado modelo de desarrollo productivo, algo parecido a una burguesía nacional con visión de desarrollo para el país, y capacidad de resignar intereses propios en pos de la construcción de ese objetivo, no es una tarea sencilla. De hecho, para el peronismo se parece bastante a la búsqueda de un unicornio azul, una criatura mítica de cuya propia existencia se duda.

Y la carencia se traslada de generación en generación, sobre todo porque desde el peronismo original para acá, nuestra élite empresaria fue profundizando sus rasgos estructurales que obstan a que pueda cumplir con eficacia ese rol: es rentista, parasitaria, evasora, poco afecta a invertir, proclive a endeudarse en divisas (aumentando la ya de por sí aguda restricción externa que nos condiciona), y afecta a embarcarse en la defensa de proyectos económicos (y políticos) que termina yendo en contra de sus propios intereses; al menos si a estos se los considera desde la óptica de lo debería ser una "burguesía nacional", en un país que quiera completar su ciclo de desarrollo. 

Eso, sin contar con que la estructura productiva del país se ha ido extranjerizando cada vez más desde entonces, de modo que muchas decisiones que conciernen al entramado empresarial, no se toman en el país, aunque terminen impactando en él. Mucha se ha dicho al respecto, pero vale la perna reiterarlo: en el fracaso o la deserción de nuestra élite empresarial a cumplir ese rol, radica buena parte de nuestras frustraciones y fracasos como país. 

Y tanta actualidad tiene el tema, que por estos días es parte central del debate al interior de la coalición oficialista, y sus apoyos sociales: precisamente a las relaciones entre el poder político y el empresariado (más específicamente, la cúpula del mismo) apuntaba la nota de Zaiat en Página 12 del domingo que Cristina recomendó en Twitter, y eso y la puesta en escena del acto oficial por el 9 de julio fue lo que disparó la carta de Hebe de Bonafini al presidente con fuertes críticas, y la respuesta de Alberto Fernández.

Junto con su muy reducido arsenal conceptual (que orbita siempre en torno a dos o tres tópicos obsesivos, como el ajuste fiscal, la baja de impuestos o la reforma laboral), nuestra élite empresarial es afecta a prodigarse en la generación de foros, entidades, cámaras y nucleamientos varios; como por ejemplo el que se estaría gestando en el sector agroindustrial, del cual da cuenta esta nota de Infobae a la que refiere el tuit de apertura.

Es tal la proliferación de sellos que nuclean al empresariado, que hay sectores que pertenecen simultáneamente a varios, de modo que esa proliferación, más que responder a la representación de intereses diversos hacia el interior de nuestra élite empresarial (que existen), obedece a multiplicar su capacidad de lobby sobre el Estado y las instituciones políticas; algo en lo que son más expertos que en invertir, por ejemplo. Porque de eso se trata, ni más ni menos. de aumentar su peso específico para vehiculizar sus demandas sectoriales hacia el Estado.

Eso, sin considerar que hay algunos de esos sellos (como la UIA por ejemplo) que siguen conservando cierto "prestigio institucional", en cuyo seno conviven intereses empresariales no solo distintos, sino contradictorios; pero en los que la voz cantante la llevan siempre los más poderosos. Y sin considerar tampoco que los perjudicados por las políticas que esos sectores más poderosos impulsan (como buena parte de las Pymes) en muchos casos terminan abonando al mismo discurso, y planteando como soluciones las mismas, que fracasaron cada vez que se ensayaron.

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