Una de las respuestas del presidente en la entrevista que dio el domingo para Página 12 sobre la necesidad de un plan económico post pandemia disparó el reclamo de los economistas de la ortodoxia por "un plan". En realidad, ni siquiera hubieran hecho falta el reportaje, la pregunta y la respuesta, porque siempre están reclamando un plan.
Un "plan creíble y consistente", que cuando entran en mayores precisiones, es también siempre el mismo: equilibrio fiscal, reducción del gasto, baja de impuestos, incentivos al capital, eliminación de regulación, desregulación del flujo de capitales, "señales de precios". No importan nunca, a esos fines, ni el momento ni el contexto ni -tampoco- el gobierno: siempre reclaman un plan, y no cualquiera, sino "ese" plan.
Las razones de la insistencia no son difíciles de descubrir, aunque las quieran disfrazar de "discurso científico racional sobre el estado del arte de la ciencia económica" (aspecto desde el cual la berretada es aun más grosera): ese "plan" consulta y tutela los intereses materiales concretos, puros y duros que esos economistas expresan, de los cuales son voceros, intereses que además sponsorean sus dislates.
Y en la medida en que esos intereses son cada vez más poderosos y concentrados, tienen la capacidad de obturar el debate de ideas, y presionar al sistema político para llevar agua para su molino. A esos intereses (que no juegan con las reglas de juego de la democracia, ni se atienen a sus resultados) poco les importan las elecciones y sus resultados, que expresan las preferencias del electorado por una u otra orientación de la economía; entre otras cuestiones que determinan el voto.
Hemos dicho otras veces que parten de la idea de una escisión conceptual entre política y economía, de la que resulta que son compartimentos separados y estancos, sin comunicación entre sí: voto como vote la gente, hay "un" solo plan económico posible. Tan inmunes son a los resultados electorales, como a los resultados concretos que "ese" plan produjo, cada vez que fue aplicado, en nuestra concreta experiencia histórica.
Claro que esto tiene una explicación también sencilla: que la inmensa mayoría de los argentinos nos jodamos y retrocedamos en nivel de vida, consumos, derechos y posibilidades cada vez que se ponen en práctica ciertas ideas mohosas desacreditadas por la práctica, no significa que a quienes las trafican, les vaya igual de mal. Por el contrario, suelen salir fortalecidos de cada una de las crisis que, invariablemente, se producen cuando se ponen en práctica las ideas que pregonan.
De esto se sigue que, mientras su prédica y su lobby para que los gobiernos apliquen "su" plan responde a una racionalidad instrumental pura en defensa de intereses concretos, que los gobiernos les presten atención e incluso lleguen a aplicar algunas de las soluciones que estos personajes propugnan no solo es una irracionalidad en términos económicos, sino una estafa en términos políticos, que termina degradando a la democracia.
Es allí donde el lobby deviene una avanzada golpista, porque lista y llanamente le pide al gobierno electo que abandone sus compromisos electorales, para adoptar el programa que la gente no votó. Es lo mismo que cuando los principales columnistas de los medios hegemónicos o los "analistas" de esos mismos medios le piden -por ejemplo- a Alberto Fernández que se desprenda de Cristina y el kirchnerismo, para gobernar como ellos quieren.
Y este último aspecto de la cuestión la reconduce en un problema político, y de magnitud, que excede con creces la discusión en torno al rumbo económico del gobierno, de éste y de cualquiera. Siendo como el "Frente de Todos" una coalición puede admitir a su interior diferentes miradas sobre una misma cosa, todas respetables; y siendo el presidente dialoguista como es (y se jacta de serlo), puede reunirse e intercambiar opiniones con quien sea.
Lo que no puede pasar es que el gobierno (y no estamos diciendo que lo haga, o lo piense) termine siendo permeable a esas presiones/consejos (elijan la palabra que crean más adecuada) y aplique políticas que, además de no ser las que la gente votó, fracasaron estrepitosamente cada vez que se ensayaron en el país. Dicho de otro modo, es bueno tener un plan, en tanto ese plan sea el que la gente votó, por razones de transparencia democrática.
Pero en la misma medida es malo (muy malo) aplicar otro, cuando ese otro es el que la gente no votó, y no solo por esas razones: porque es el mejor modo de que nos vaya mal como cada vez que se lo aplicó, y la gente nos lo haga saber, no votándonos. Incluso y por paradójico que parezca, aunque ese "voto castigo" se exprese en votar justamente a los que impulsan esos planes, de hecho ya nos pasó, y el resultado fue el macrismo.
Por 100 días pagaron los sueldos de todas las empresas que podían pagar los sueldos y dejaron fundir todas las pymes que no podían pagarlos.
ResponderEliminarAhora no se animan aea prohibición de despidos. Las empresas que no pagaron sueldos por 3 meses ahora piden que les permitan despedir.
Para que gasto plata el estado entonces?
Ahí lo tenes al radical Fernández. Y detrás todo el séquito de no peronistas.
Y que hace Moyano jodiendo con lo de ML?
Bienvenidos a la post pandemia
A los AnoNimos ¿Se les agotó el Manzan?
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