Haber cancelado la deuda del país con el FMI en 2005 fue una de las decisiones estratégicas más importantes que tomó Néstor Kirchner en su mandato, porque ganó para el país 10 años de mayores márgenes de autonomía para la definición de las políticas económicas; sin la molesta tutoría del Fondo y su manual de recetas del ajuste perpetuo, que fracasaron donde y cuando se ensayaron.
Haber chocado la calesita con todo a favor y tener que terminar yendo a pedir socorro al FMI en 2018 fue el principio del fin para Macri, y los sueños de hegemonía política de la derecha vernácula. Ni el generosísimo salvavidas de 57.000 millones de dólares obtenido con la ayuda de Donald Trump salvó a "Juntos por el Cambio" de la derrota electoral en primera vuelta, y además le dejó al país una pesadísima mochila de deuda por pagar.
El caso argentino parece haber sido uno de los disparadores de cambios en el FMI que culminaron con el reemplazo de Christine Lagarde por Kristalina Gueorguieva, y con un presunto cambio de enfoque del Fondo en su orientación económica, algo que todavía está por verse. Durante el proceso de reestructuración de la deuda de Argentina con sus acreedores externos, el FMI jugó a favor del país apoyando la estrategia de Guzmán por una razón muy sencilla: disminuyendo el nivel de los recursos destinados en los próximos años a la cancelación de compromisos con los acreedores privados, supone el Fondo que preserva excedentes para poder cobrar sus propios préstamos.
La misión del FMI dejó el país después de haber hablado con todos (menos con Cristina), y admitiendo expresamente que los senadores del FDT tienen razón en su carta cuando afirman que el organismo violó su propia carta orgánica al facilitarle fondos generosos a Macri cuando estaba claro que su administración era insolvente, y sobre todo para facilitar un proceso deliberado de fuga de capitales, para permitirles salir del país a fondos inversores calzados en pesos.
Claro que de eso no se puede derivar automáticamente que el FMI dejará de pretender tener injerencia en las determinaciones políticas del gobierno argentino a cambio de reestructurar el perfil de los vencimientos del mega-préstamo otorgado a Macri: el optimismo de los funcionarios del gobierno al respecto debe matizarse con la realidad concreta de los intereses concretos a los que el Fondo sirve y sirvió siempre.
Mientras tanto, hay quienes sostienen que en el Presupuesto 2021 y con otras medidas como el nuevo índice de ajuste de las jubilaciones, la cancelación del IFE o los anuncios de aumentos de tarifas, el gobierno está aplicando en relación al Fondo el "Plan Mondelli" (referencias históricas para comprender, acá): poner en marcha las medidas que ellos recomiendan siempre, para llegar mejor posicionado a la negociación por la reestructuración de los vencimientos. En ésta lectura coinciden la izquierda caviar que se abstuvo de votar el impuesto a las grandes fortunas, y los grandes medios que denuncian que el gobierno ejecuta un ajuste.
La diferencia es que estos segundos expresan a los sectores que efectivamente presionan al gobierno para aplicar el set tradicional de políticas ortodoxas que siempre vienen de la mano con los acuerdos con el FMI: aumentos de tarifas, reducción del gasto público y recorte de las funciones del Estado, desregulación de los movimientos de capital y eliminación de los controles cambiarios, devaluación y -como no- reformas laborales flexibilizadoras.
Ese es ni más ni menos que el programa que lo más granado de nuestro establishment (la AEA, la UIA, el Foro de Convergencia Empresarial, la Mesa de Enlace, los bancos) le exige poner en marcha al gobierno de Alberto Fernández, que no es otro que el que fue derrotado en las urnas el año pasado: "lo mismo pero más rápido" contestó entonces Macri cuando Vargas Llosa le preguntó que pensaba hacer si era reelecto.
No se trata entonces de que el FMI ahora sea "distinto" o "bueno", o que nos tengamos que enamorar de Kristalina; sino de que aquí y ahora para el gobierno son mucho más peligrosas las presiones de esos sectores internos, que cualquier hipotético condicionamiento de política económica surgido del Fondo; que además esta semana, al admitir que los senadores tenían razón en su carta, hizo lo más parecido a una autocrítica que se le puede pedir.
Algo que los sectores empresarios más poderosos del país jamás hicieron ni amagaron a hacer, aunque todos ellos -al igual que los que presionaron al FMI para que le abriera la billetera a Macri- apostaron a pleno, con armas y bagajes, a la reelección del domador de reposeras. Y desde que la apuesta les salió mal, vienen haciendo como si las elecciones simplemente no hubieran tenido lugar.
De allí que sería frustrante que el gobierno -por boca de Guzmán, el propio Alberto o la carta de los senadores- le haya puesto los puntos al FMI marcando límites a ciertos condicionamientos, para terminar cediendo a las presiones del poder económico interno, y que el ajuste salga por la puerta para entrar por la ventana. Sería como escapar del sartén para caer en las brasas.
Los poderosos empresarios apostaron a Macri y financiaron su campaña.
ResponderEliminarHoy sus empresas valen menos de la mitad del valor que tenían en el 2015. Gente visionaria la "burguesia nacional", solo entienden el juego de ser una asociación de fugadores seriales.
El Colo.