Acuña insistió con sus críticas a los docentes que ven las aulas "como un espacio de militancia" y ratificó su postura sobre la formación de los maestros y maestras que eligen la docencia “luego de haber fracasado en otras carreras”. https://t.co/1ijFFpPHo8 pic.twitter.com/VP1rotcpcr
— Tiempo Argentino (@tiempoarg) November 24, 2020
Todas las dictaduras militares que hubo en el país trataron de generar su descendencia política, para que el proyecto de país que representaban los sobreviviera. De hecho, eso no fue sino consecuencia del hecho de que en cada golpe, las fuerzas armadas actuaban simplemente como los ejecutores de los planes de sectores poderosos de la sociedad, y contaban a su vez con un consenso más o menos extendido entre los diferentes estratos de la misma sobre la necesidad de interrumpir los procesos democráticos.
El autodenominado "Proceso de Reorganización Nacional" no fue la excepción, a punto tal que las cúpulas militares que lo protagonizaron ensayaron distintas salidas políticas condicionadas instando a los sectores civiles que los impulsaron y proveyeron de cuadros para el gobierno, a organizarse para la competencia electoral. Como consecuencia del carácter marcadamente sangriento que alcanzó la represión y la magnitud de las violaciones a los derechos humanos, la reivindicación abierta y pública de la última dictadura quedó reducido a pequeños grupos vinculados a los acusados en las causas de lesa humanidad: no hay una "Comisión Permanente de Homenaje y Reafirmación" del Proceso, como si la hay por ejemplo de la Revolución Libertadora.
Lo cual no quiere decir -ni mucho menos- que no exista un amplio "procesismo" social y político, que más temprano que tarde termina apareciendo. Por ejemplo cuando desde algún lugar del Estado o la política se pretende alertar sobre riesgos de "adoctrinamiento ideológico" en la escuela por parte de "docentes militantes", o cosas por el estilo: para rastrear la veta profunda que expresa Soledad Acuña no era necesario remontarse a su paso por el colegio alemán de Bariloche bajo el influjo de Erich Priebke, siempre estuvo allí, como marca de orillo del PRO.
Salvo para los que creyeron ver en el macrismo algo parecido a una "nueva derecha moderna y democrática", está claro que pueden reclamar, por derecho propio, ser la auténtica "cría del Proceso", y aunque traten de disimularlo, se les nota. Aun ensamblados con retazos dirigenciales de la estructura del PJ y la UCR porteños, su núcleo duro proviene de los que apoyaron a la dictadura, sin mencionar que los mismos grupos económicos que fueron el sustrato social del poder de ella, aportan al experimento amarillo.
Cuando las derechas (acá y en todos lados) alertan sobre el riesgo de "adoctrinamiento" desde los aparatos ideológicos del Estado como las universidades y las escuelas, en rigor lo que está haciendo es reclamar para sí el monopolio del formateo del sistema de ideas de la sociedad. El país de la oligarquía (ese que buena parte de los votantes del PRO añoran) se construyó sobre un inmenso ensayo -concretado, con buen éxito- de adoctrinamiento ideológico, desde la escuela pública y con un "relato oficial": la falsificación histórica del mitrismo.
Hoy además esos aparatos ideológicos del Estado compiten en condiciones desventajosas con los medios de masas, que a su vez "son" la derecha: expresan su discurso, lo vertebran, lo difunden socialmente y lo organizan en forma de agenda política. De la misma forma que llama a la pacificación y unión nacional cuando se quedó sin municiones, la derecha reclama una asepsia ideológica que es imposible en el hecho educativo, cuando siente amenazadas las posiciones conquistadas.
Las palabras de Acuña (de las que no se arrepintió y por el contrario, ratificó redoblando la apuesta tras el apoyo de Larreta) tienen un inconfundible tufillo aquellas campañas de la dictadura en las que instaban a los padres a vigilar de cerca a sus hijos, para asegurarse de que "no anduvieran en nada raro". No es de extrañar por la misma fuerza que espió sistemática y compulsivamente a propios y extraños, o que hace un tiempo atrás habilitó en la provincia de Buenos Aires una línea 0800 para denunciar a docentes "meloneadores".
El "por algo habrá sido", "si vos no estabas en nada raro no te pasaba nada" de aquellos años están grabados a fuego en su sistema de ideas, y solo los límites de la corrección política o social -estos menos, por la cloaca de las redes- los mantienen en la intimidad, sin ser verbalizados públicamente. Pero desde allí mucha gente opina, toma partido y vota, y desconocerlo sería un gran error.
No son difíciles de detectar: usan palabras como "militancia", "política", "adoctrinamiento" o "ideología" con sentido y connotación peyorativa y sinónimo de algo peligroso o contaminante, de lo que hay que huir como la peste, o erradicarlo. Como hacían los dispensadores de la muerte en la dictadura.
Cuando uno se pregunta como es posible que un proyecto de exclusión que solo atiende los privilegios e intereses de una ínfima minoría e hizo un gobierno social y económicamente desastroso, obtuviera el 40 % de los votos en su intento de perduración en el poder, las explicaciones quizás haya que buscarlas por ese lado: aunque nos conforte pensar lo contrario, y aunque la causa de los derechos humanos haya sido asimilada por muchos por la lucha incansable de los organismos, la "cría del Proceso" sigue vivita y coleando, camina entre nosotros y nos la cruzamos a diario en el barrio, en el trabajo, en la escuela.
Tuit relacionado:
Cuando el macrismo utiliza palabras como "ideología", "militancia" o "política" en sentido despectivo o peyorativo es cuando más se le ven los hilos procesistas. Tarde o temprano muestran la hilacha.
— La Corriente K (@lacorrientek) November 24, 2020
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