martes, 13 de abril de 2021

REUNIONISMO

 


Cuando arrancó la pandemia las dudas sobre cuáles eran las medidas más eficaces para enfrentarla eran legítimas: se trataba de un virus nuevo y desconocido, contra el cual no existían vacunas y cuyo contagio se desarrollaba de formas que se trataban de establecer, mientras crecían los casos.

Más de un año después ya no es admisible la duda, al menos no en términos científicamente razonables: se sabe como se comporta el virus, cuales son los mayores factores de riesgo para el contagio, las actividades más riesgosas desde ese punto de vista; y lo más importante: cuáles son los efectos que puede llegar a provocar en los grupos de riesgo de la población, que también están definidos.

También se sabe -desde el comienzo- cuales son las medidas de prevención general e individual que deben observarse, e insistir en ellas tiene más que ver con que no se cumplen, que con que se ignoren. Pasa algo parecido al preservativo como mecanismo para evitar contagiarse el VIH: no debe quedar nadie -salvo el doctor Albino- que desconozca como es la cosa.

La segunda ola del COVID y los contagios masivos acelerados que está provocando en todo el mundo fueron pronosticados y suficientemente advertidos, y llegaron incluso antes de lo previsto. Nadie puede decir -como hizo acá Reutemann con la inundación del 2003- "a mí nadie me avisó". 

Esta segunda ola que provoca -acá y en todos lados- hospitales llenos, terapias desbordadas, sistemas de salud al borde del colapso si es que ya no lo están, decisiones extremas a las que nosotros aún no llegamos pero que podrían venir si no se actúa a tiempo (como decidir a quien se le da o no un respirador), coexiste con decisiones absurdas, como sostener las clases presenciales: si no son un factor de contagio, la pregunta entonces sería por qué estuvimos un año sin ellas, cuando los números eran mejores. 

La respuesta es sencilla: los números eran mejores -entre otras cosas- porque las clases presenciales estaban suspendidas, y eso generaba una menor circulación de personas, con menor utilización del transporte público. Pero un año largo de pandemia nos desgasta a todos, y se termina llevando puestas a la coherencia, la lógica y la razonabilidad de los que gobiernan, y de la propia sociedad. 

Así por ejemplo hoy tenemos teletrabajo para los estatales nacionales, pero diferimos la entrada en vigencia de la ley de teletrabajo que aprobó el Congreso, para los privados; y las mismas autoridades públicas que llaman a sus empleados a quedarse trabajando en su casa, disponen que los empleados privados que son grupos de riesgo pero tienen al menos una dosis de cualquiera de las vacunas, vuelvan a trabajar en forma presencial. 

En plena segunda ola siguen habilitados el turismo, los viajes, los shoppings, los bares y restaurantes y los deportes, pero eso sí: todo bajo "estrictos protocolos", que vienen siendo más o menos lo mismo que las "burbujas" en las escuelas: letra muerta que nadie -o casi nadie- hace cumplir, contribuyendo por acción u omisión a propagar los contagios. Baste el ejemplo del fútbol (actividad súper profesionalizada si las hay) para entender de que hablamos. 

Los que atentan a diario contra la salud pública, incluso desde los medios de comunicación (sobre todo desde ellos) no sufren ninguna consecuencia, y se apela por toda respuesta a la responsabilidad individual: sin coerción general resultante de medidas de restricción a la circulación cuya necesidad cae por su propio peso, ni sanciones individuales a los que violan las normas e incluso se jactan de ello como un acto de legítima rebeldía, el resultado en términos sanitarios no puede ser otro que el que estamos obteniendo; y la cosa así no puede funcionar, por demasiado tiempo.  

Se advierte sobre el colapso del sistema de salud, pero si no se toman medidas concretas para evitarlo, solo sirve como un intento de salvar la ropa de los funcionarios que tienen responsabilidades en su gestión, y no mucho más. Vacunar hay que vacunar igual, con o sin restricciones. pero dejando claros los límites de inmunidad que generan las vacunas (o al menos siendo concientes de ello), y su efectiva disponibilidad; punto éste en el que no ayudan para nada quienes -como el Jefe de Gabinete- dicen que no hay impedimentos para que las provincias salgan a comprarlas, cuando el impedimento real es que son escasas, y sumar compradores no las hará abundantes, sino más bien lo contrario.

No es muy difícil saber que habría que hacer, hoy, para contener los contagios: volver al principio: restricciones de la circulación a las actividades estrictamente imprescindibles y esenciales, restricción del uso del transporte público, suspensión de las clases presenciales y de los espectáculos públicos, en especial en lugares cerrados. Nada extraño, ningún misterio, no hay recetas nuevas, mágicas o novedosas.

Pero tampoco somos necios y sabemos que es lo que impide que estas medidas se tomen: las presiones del poder económico, y la desesperación de empresarios y trabajadores por no poner en riesgo su fuente de ingresos o sus empleos. Es difícil entender -aun en ese contexto- por qué se insiste en sostener las clases presenciales, como no sea para preservar los ingresos de los colegios privados por las cuotas, o dar por definitivamente perdida una batalla conceptual con una derecha que nos llevó de la nariz a reabrir las escuelas, cuando todo indicaba que era inconveniente.

Y también -en nuestro caso particular- debe ponerse en el análisis la decisión del gobierno de no inyectar recursos en la economía en compensación por posibles cierres, como fueron en su momento el IFE o la ATP; cuestión -la de no repetirlos ahora, en la segunda ola- no tiene tanto que ver con que la economía se ha recuperado, como que se busca que las cuentas cierren, para poder cerrar a su vez el acuerdo con el FMI: seamos buenos entre nosotros, siendo sinceros. 

No sigamos quemando científicos o haciéndoles perder el tiempo, haciendo como que estamos evaluando tomar medidas que en realidad no estamos dispuestos a tomar, o evaluando alternativas que ya fueron evaluadas hasta el cansancio, y no son tantas ni tan difíciles de entender. Mejor expliquemos que elegimos otras cosas -a la economía, el empleo, la recaudación, todos argumentos en sí valederos-, por sobre la salud, y listo: como diría Perón, no nos estemos echando suertes entre gitanos.

4 comentarios:

  1. "por qué se insiste en sostener las clases presenciales, como no sea para preservar los ingresos de los colegios privados por las cuotas, o dar por definitivamente perdida una batalla conceptual con una derecha que nos llevó de la nariz a reabrir las escuelas, cuando todo indicaba que era inconveniente";

    la causa fundamental d la presencialidad es q ningun padre pueda aducir el cuidado d sus hijos debido a escuelas cerradas.
    D esta forma kedan liberados para exigirseles el retorno a sus puestos d trabajo.
    Una nueva demostracion d para kienes estan gobernando.

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  2. Gracias a Moroni, en la reglamentación de la Ley de Teletrabajo, aquellos que tienen que hacerlo por "motivos ocasionales (léase pandemia)" no tendrán los beneficios de la misma.

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  3. 4% de inflación mensual es hiperinflación en cualquier lugar del mundo, salvó acá. Eso se entiende, no?
    Se entiende que tenemos, por mes, el doble de la inflación del resto del mundo; no?

    Paremos la moto acá. Los números son de colapso económico inminente.
    Argentina no puede soportar una segunda ola. Así de simple.
    Salvó contados rubros que durante la pandemia incrementaron sus utilidades, el resto acumuló una deuda que no se puede levantar sin recomposición salarial y mejora de los niveles de consumo.

    Le dieron plata a las grandes empresas, que podían afrontar los costos, y a las morenas chicas que no podían les dieron créditos. Una cosa de locos.
    Para colmo, casi ninguna empresa pago salarios, solo se percibió lo del ATP.
    Ahora los chicos van a quiebra y los grandes rajan gente.

    Si ponen otro ATP asi, deja nomás.
    Todo mal Alberto.

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  4. Estamos complicados, el virus no afloja, las empresas sobre exigen a sus trabajadores, los hospitales llenos y los precios desatados. El juego de pinzas del establishment es caos pandemico mas presion inflacionaria. Apuestan a el humor popular se canse. Mientras tanto seguimos haciendo amigos.

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