Claro, porque a la oposición seguro que le va a salir gratis haber hecho campaña contra las vacunas, las medidas sanitarias y a favor de los contagios: https://t.co/AFGxzYk8AK
— La Corriente K (@lacorrientek) June 5, 2021
La expresión del título del post debe ser de las más bobas del discurso simplificador de la política: por empezar un gobierno no es una entelequia abstracta, sino la consecuencia -en democracia- de una confrontación electoral saldada en las urnas, a favor de un determinado proyecto político, con determinada orientación, determinados apoyos sociales y -en consecuencia- determinado rumbo en los económico, político y social. Así es al menos en líneas generales.
Dicho de otro modo, "gobierno" hay siempre, pero no todos los gobiernos son iguales, ni buscan lo mismo, aunque -otra vez- desde la generalización simplista pareciera que sí: ni siquiera podemos afirmar que exista consenso, desde ese punto de vista, en el apotegma peronista: "la grandeza de la patria y la felicidad del pueblo". Hay gobiernos (es decir, proyectos políticos), que ni siquiera se animan a explicitar esas premisas, en el plano teórico. No digamos ya llevarlas a la realidad.
Lo mismo vale para el país: no hay "un" país, sino varios; tantos como sectores sociales con intereses divergentes e incluso contrapuestos existen, o tantos como visiones de para donde debe ir ese país hay. De modo que la premisa falla por la base.
Por otro lado, que a un gobierno "le vaya bien" significa que logra lo que se propone como objetivos políticos, económicos y sociales, aunque eso no le convenga necesariamente al conjunto de la sociedad, o al menos a la parte mayoritaria de ella. El ejemplo claro fue el macrismo: a menos que uno fuera lo suficientemente bobo como para creer en serio que buscaba llegar a la "pobreza cero" o construir la unidad nacional, si a Macri (y a los sectores cuyos intereses reales representaba) le iba bien en sus objetivos, a la mayoría nos iba a ir muy mal. Como efectivamente pasó.
Una excepción a la regla -es decir, un caso en el que yéndole bien al gobierno, le iría bien al país, sin importar el signo político de ese gobierno- podría darse cuando ese gobierno se enfrenta al desafío no ya de poner en ejecución su programa político, sino de tener que responder a un "cisne negro" venido del "afuera" de la política propiamente dicha. Como una pandemia, por ejemplo.
En todo el mundo y sin importar el color político de los gobiernos, el COVID impone a los gobiernos colosales desafíos, frente a los cuáles han articulado distintas respuestas, pero que en un punto terminan confluyendo, porque la amenaza es la misma: un virus que se propaga, y genera contagios que tensionan el sistema de salud y pueden producir muchas muertes. Está pasando acá y en todos lados, hace más de un año.
Frente a eso, las respuestas son básicamente las mismas: cierres de actividades, restricciones a la circulación, testeos, refuerzo del sistema de salud, ayudas económicas y campañas de vacunación masiva. Casas más, casas menos, igualito a mi Santiago: algunos pondrán el acento en una cosa, otros en otra.
En la Argentina esto ha tenido, sin embargo, una particularidad: el accionar demente y criminal de una oposición que se opuso a literalmente todo, sucesivamente y también al mismo tiempo: a las medidas de prevención, a las restricciones, a las vacunas, a las vacunas de una determinada marca, o llegó a exigir que si no eran de otra, no se compraran. El caranchismo político -es decir, especular electoralmente con la muerte- no es un invento de la derecha argentina ni muchos menos; pero no en muchos lugares ha alcanzado como acá, los niveles de casi excluyente discurso y programa políticos.
El fenómeno no es nuevo: no se trata de solo de una oposición que ha renunciado a hacer política de otro modo, sino de una oposición construida íntegramente desde sus cimientos, desde afuera del sistema político de los partidos; fundamentalmente por el poder económico, y los medios hegemónicos que vertebran su discurso, cumpliendo el rol de "intelectualidad orgánica" de los intereses del privilegio.
Buena parte de los espumarajos de bronca que han desatado los progresos del plan de vacunación (porque de eso se trata, y no de otra cosa) tiene que ver con que -sin cantar victoria antes de tiempo- podríamos estar ingresando en la fase de la pandemia en la que (invirtiendo el postulado) le empiece a ir bien al país, porque le empieza a ir bien al gobierno, en su conjuración, vacunas mediante.
Y la oposición, en lugar de abrazarse a ese logro colectivo, elige deliberadamente ponerse al costado, y sabotear el esfuerzo; cuando lo que está en juego no es la suerte de un gobierno ni el resultado de las próximas elecciones, sino vidas humanas. Y espera de ese modo cosechar votos sobre las pilas de cadáveres.
Venidos del desencanto reciente de poner en marcha un programa de gobierno destinado a favorecer los intereses objetivos de entre un 15 a un 25 % de la sociedad, sin ser revalidados en las urnas, parecen no haber aprendido nada de la derrota; y esperan obtener del COVID, lo que no lograron del modelo de ajuste, depresión salarial, destrucción productiva, endeudamiento y fuga de capitales.
Mientras tanto, hay opositores igual de hijos de puta pero apenas algo más inteligentes (como Gerardo Morales) que han advertido que las vacunas pueden traer votos, y lo aprovechan desembozadamente haciendo campaña con ellas; sin que ninguna de las almas de cristal republicanas se indigne porque, claro, no es un groncho peronista/populista que busca votos de cualquier modo.
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