Cuando la derecha gobierna (en dictadura o en democracia) implementa políticas de exclusión social que tienden a extraer la riqueza que genera una sociedad, y distribuirla regresivamente, en favor de las clases dominantes. Por esa razón no consigue estabilizar consensos en torno a su modelo, porque la ampliación y profundización de las desigualdades (la única y verdadera "grieta") es causa permanente de tensiones políticas, convulsiones sociales e inestabilidad económica. Y si por excepción logra legitimarse políticamente por un tiempo -como sucedió con el menemismo y la convertibilidad- es la insustentabilidad intrínseca del modelo económico la que termina provocando una nueva crisis.
Cuando es desalojada del poder por el voto (porque la democracia es la única herramienta con que cuentan las mayorías sociales para torcer su destino), dejan a su paso una sociedad cada vez más fragmentada y desigual, que debe reconstruirse desde un piso de derechos y standards de vida más bajo, para la mayor parte de sus integrantes. A la inversa, los que se enriquecen son cada vez menos, pero más ricos y poderosos.
Las fuerzas populares que llegan al gobierno como instrumento electoral de las ansias sociales de reparación de las mayorías deben abocarse de inmediato a esa tarea, para sostener en el tiempo su legitimidad de origen, pues de lo contrario será velozmente erosionada; no solo porque las impaciencias de los que no pueden esperar se explican por urgencias elementales (comida, salud, vivienda), sino porque la derecha controla los dispositivos de construcción de sentido social (sobre todo los medios audiovisuales, las redes sociales y las tecnologías asociadas), y tiene la propiedad de los medios de producción, por ende maneja las palancas y los resortes de la estructura económica, tanto como los climas de opinión y las expectativas sociales.
Si las fuerzas populares consiguen imponer reformas que reviertan en parte el deterioro social heredado, y logran reconquistar o garantizar derechos, revalidan su legitimación política inicia; pero si no encaran transformaciones estructurales más profundas, más tarde o más temprano enfrentarán las restricciones que surgen del modelo de desarrollo, y de las relaciones de poder que exceden lo electoral.
Para avanzar en ese sentido -así lo indica la experiencia histórica- es necesario lesionar intereses, que no aceptarán mansamente ceder posiciones y privilegios, y reaccionarán con todos los medios a su alcance. Si algo enseña la experiencia argentina actual, son los límites del "consensualismo" y los intentos de comprometer a las clases dominantes (o al menos a una fracción de ellas) en un modelo de desarrollo integrado e inclusivo, en el que forzosamente deben ceder parte de sus privilegios.
Puesto en ese trance, no todos los dirigentes de las fuerzas políticas populares se la bancan o demuestran estar a la altura de las circunstancias, y si las clases populares no son organizadas políticamente, en no pocos casos terminan colaborando -al menos parte de ellas- conciente o inconcientemente para sus explotadores.
La experiencia corriente es que, en esos casos, ganen terreno al interior de las fuerzas políticas populares las fracciones conciliadoras, que terminan imponiendo (mas allá de su propio volumen electoral específico) la línea política del conjunto; de resultas de lo cual todos buscan correrse más hacia un presunto "centro", se empieza a hablar de poner fin a los conflictos en busca de consensos, y se tornan más blandos los bordes de las coaliciones políticas y sociales armadas para enfrentar al bloque de poder dominante.
Pero si los procesos de transformación se detienen justo cuando es necesario profundizarlos, las restricciones de todo tipo (económicas, políticas, sociales) que éstos enfrentan no desaparecen y a veces ni siquiera se posponen en el tiempo, porque ellas se corresponden -como se dijo antes- con el modelo de desarrollo imperante, y con el comportamiento predatorio de las clases dominantes, que es tan constante y permanente como lo son sus intereses. Y si esos intereses no son afectados, conservarán todo el poder que surge de su fortaleza, para imponerse aun al riesgo de dañar al conjunto.
Estas clases dominantes además y en toda América Latina, están apoyadas por la memoria social de la experiencia de las dictaduras (instrumentadas siempre en su beneficio): represión, violaciones a los derechos más elementales y desarticulación de toda forma de organización política y social. Desde esa plataforma escrita en el imaginario colectivo siempre exigen más, aun de aquellos que gobiernan en nombre del voto de otros, no del suyo; pues no se sienten comprometidos por el mandato democrático.
Y si las fuerzas populares ensayan políticas de estabilización en busca de reducir los niveles de conflicto (es decir, cediendo a las presiones de los sectores dominantes, aun al precio del abandono de su propia base electoral), la paradoja es que terminan erosionando su consenso y legitimidad inicial, y son batidas o con las propias reglas del juego democrático, o con los golpes de mercado, o con una combinación de ambos: la generación de un clima de desestabilización económica, que redunda en conflictos sociales e influye en los cambios políticos.
Cuando como resultado de ello las derechas retoman el poder institucional y la conducción del Estado, no vuelven mejores, sino peores: profundizan las políticas de endeudamiento para la fuga de capitales, el industricidio, la destrucción masiva de empleos y salarios, la ruptura aun más profunda de la cohesión social, el abandono de las módicas conquistas conseguidas en los ciclos anteriores, la erosión, colonización y destrucción del Estado.
Con lo cual se vuelve al principio, a comenzar de nuevo el ciclo, pero desde más abajo y con un desastre mayor, cada vez. Y por lo general, con la idea (falsa) en los dirigentes políticos de las fuerzas que se asumen como populares o representación de las mayorías, de que el error estuvo en ir muy rápido, o más a fondo, cuando fue exactamente al revés. Si de una vez no se entiende esto y se persiste en el error, nunca lograremos romper el círculo vicioso.
Perfecto. Suscribo.
ResponderEliminarCK
Una mirada micro al problema del sistema de usura internacional, digamos.
ResponderEliminarEn tanto no se cuestiona la deuda, ahora la de Macri y antes la de los milicos y antes la de... Y se convalida y se paga, todos los gobiernos son iguales. Los que toman deuda y los que la pagan a libro cerrado.
Otra discusión será si, mientras pagan o se endeudan, generan un proceso de redistribución interno (futil, porque al pedo es todo lo que se haga en materia de distribución si no se genera crecimiento y desarrollo), pero el crecimiento del que habla la nota, está atado a la realidad de que argentina, como los demás países esclavos de la banca internacional, dedican el grueso de su PBI en pagar intereses de deuda, ni siquiera capital.
Quienes son los dueños de la deuda? Quienes son esa clica internacional, de la que no se puede hablar? Que hoy están acá y mañana allá..
La verdad nos hará libres.