Cuando el gobierno de Alberto Fernández no tenía todavía un mes de iniciado, decíamos nosotros en ésta entrada: "Mucho tiempo antes de que siquiera se conociera el término "globalización", Perón decía que la verdadera política de un país era su política exterior: tan así de importante consideraba el modo en el que el país se relacionaba con el mundo, y las posturas que adoptaba en el contexto internacional.".
"Siendo a su vez la Argentina un país ubicado en lo que los Estados Unidos han considerado siempre su área de influencia primaria (el "patio trasero"), no es de extrañar que la relación bilateral que lleva ya 200 años haya atravesado por todos los estados, que van desde el alineamiento automático e incondicional, hasta el conflicto abierto o la hostilidad; de modo que eso no es ninguna novedad.".
"Se ha dicho también que esto es así porque los Estados Unidos no pueden "descuidar" América Latina frente a la creciente presencia e influencia en la región de China (en mayor medida) y Rusia (con un protagonismo menor, pero no desdeñable). Lo cierto es que por los objetivos que se ha trazado la política exterior del imperio (funcionando más que nunca en ese modo), y por los medios que emplea para conseguirlos, es un factor de tensión allí donde intervenga, y América Latina no es la excepción. De modo que la máxima de Perón aplica como nunca a nuestra situación, e impone al gobierno argentino la prudencia y la inteligencia para moverse en un estrecho desfiladero, para tutelar los intereses nacionales en juego, sin perder de vista el tablero completo.".
"Por otro lado, el gobierno argentino deberá enfrentar, más temprano que tarde, una reestructuración de su deuda externa con los bonistas privados, y una renegociación del acuerdo con el FMI concluido durante el gobierno de Macri, y en ambos casos el apoyo de la administración Trump puede ser decisivo: en el caso del Fondo por su peso en las decisiones del buró, y en relación con los bonistas, porque de acuerdo con los prospectos de emisión de deuda, cualquier contienda derivada del proceso de reestructuración se ventilará en los tribunales de los Estados Unidos, y ya se vio lo que pasó con los causas que llevaba Griesa durante el mandato de Cristina, por la actitud que asumió Obama.".
Andando los meses, ambas negociaciones (con los bonistas privados y con el FMI) se vinieron encima nomás, y condicionaron en parte la política exterior del gobierno. Solo en parte: la política exterior -en tanto prolongación de la política interna más allá de las fronteras propias- es también un territorio en disputa al interior de la coalición oficialista, como lo es todo el rumbo general del gobierno.
Sin embargo, es de destacar que, pese al predominio que los "pro yanquis" como Massa o Béliz tienen en el sistema de toma de decisiones presidencial, Alberto haya decidido mantener relaciones privilegiadas con Rusia y China, a despecho de algún ceño fruncido en la potencia regional; o de alguna explicación inverosímil, como que los chinos exigían que arregláramos con el FMI, para recién entonces invertir acá. Y con alguna sobreactuación discursiva innecesaria como sus dichos frente a Putin, quien podría darle clases de discreción y enseñarle que hay cosas que se hacen, pero no se dicen; o en palabras de Perón, que a la gallina hay que desplumarla sin que grite.
Los vínculos comerciales y políticos con dos potencias como Rusia y China no difieren en sustancia de los que podemos tener con otra como los Estados Unidos: el diferente peso específico de los actores involucrados en cada caso hace que siempre esté latente el fantasma de intercambios desparejos, con desproporción de cargas y beneficios para las partes involucradas: en estos asuntos nadie hace beneficencia, o si lo hace, la termina pagando caro.
De modo que es obvio que, haciendo negocios y acuerdos con nosotros, rusos y chinos buscan, antes que nada y sobre todo, su propio beneficio como lo hacen también los yanquis; aunque en éste caso la propaganda opositora y el pregón de los medios hegemónicos (que desde los tiempos de Braden tributan a la embajada) nos quiera convencer que lo hacen por amor a la libertad y los principios y valores de la democracia.
En el caso de China, la "ruta de la seda" es el nombre que ha tomado el plan orquestado desde Beijing para extender su influencia en áreas en las que ésta se viene incrementando desde hace mucho tiempo, compitiendo con los acuerdos trans-Pacífico impulsados por los Estados Unidos. En un mundo pluripolar, nadie debiera sorprenderse por la competencia entre Estados poderosos por ganar mercados y zonas de influencia. El desafío para países como el nuestro, con nuestro grado de desarrollo y peso en el contexto internacional, es moverse entre los gigantes sin ser aplastado, consiguiendo en el camino las mayores ventajas posibles.
Un ejemplo: chinos y rusos son también miembros del FMI, y manejan sus asuntos en el mundo de las finanzas globales y con sus reglas. Sin embargo, han sido más astutos que sus competidores yanquis para financiar con generosidad proyectos de infraestructura para el desarrollo en los países de América Latina, de los que también esperan obtener beneficios: hay allí una oportunidad para nosotros, para conseguir dólares que tengan un destino más productivo que la fuga de capitales; sin exigencias -al menos visibles- de alineamiento incondicional en asuntos de política exterior, quizás simplemente porque no somos su "patio trasero".
Pero vengan de donde vengan las inversiones o la ayuda extranjera, no escapan a la necesidad de definir antes un modelo de desarrollo nacional, basado en primer lugar en nuestras capacidades propias y en nuestra autodeterminación política sin condicionamientos; en el que esa ayuda que viene de afuera complemente y potencie el esfuerzo nacional, y no lo frustre ni nos desangre, llevándose más de lo que pone.
Como reza un dicho, no se trata de cambiar de collar, sino de dejar de ser perro: en otros tiempos, el primer peronismo desmontó la "relación asociativa especial" construida por la oligarquía argentina con el imperio británico, sin reemplazarla (como pretendían entonces algunos de los voceros de esa oligarquía, como Pinedo) por otra similar con la nueva potencia mundial predominante, que eran los Estados Unidos. Perón eligió construir un camino de soberanía política e independencia económica, sin abandonar una mirada pragmática con la que sostenía relaciones con todos los países del mundo que quisieran tenerlas con nosotros, desde un plano de respeto.
Regla que vale para cualquiera con el que entablemos relaciones en busca de cooperación; lo mismo que la necesidad de repensar la arquitectura jurídica en que esas inversiones se concretan, para que no se conviertan en un factor de potenciación de la dependencia, más que de promoción del desarrollo. Recordar al respecto la triste experiencia de la ley de inversiones extranjeras (diseñada por Martínez de Hoz, empeorada por Menem), la prórroga de jurisdicción en tribunales extranjeros, la adhesión al CIADI o los TBI (Tratados Bilaterales de Inversión) diseñados en el menemato para remachar, aun más, las cadenas de la dependencia.
¿No se podrá derogar la posibilidad de prorrogar la jurisdicción en tribunales extranjeros?
ResponderEliminar¿Es necesario permanecer en el Ciadi? ¿Cual es la ventaja para Argentina?