Aun cuando el mundo no estuviese alcanzado por los efectos de la globalización como lo está, un conflicto armado que involucra a Rusia en forma directa, y compromete a Estados Unidos de modo también directo, no puede no terminar impactando, de un modo u otro, en todo el planeta. Claro que de esa constatación no se sigue que países que no están directamente involucrados como la Argentina deban tomar posición por uno u otro de los bandos en disputa, o peor aun, comprometerse en términos militares en el terreno de operaciones.
Vistas las cosas desde éste ángulo elemental, la posición del gobierno argentino expresada en el comunicado que leyó ayer la vocera presidencial, se ajusta no solo a los cánones de la diplomacia internacional, sino de la tradición argentina en materia de política exterior, al menos durante gobiernos democráticos y con la oprobiosa excepción del de Macri: condena del uso de la fuerza, apuesta a la solución pacífica de las controversias, respeto por los principios de la carta de la ONU y los derechos humanos, llamado al diálogo entre las partes. Lo que no supone desconocer las causas profundas del conflicto, que no nació ayer ni de una decisión temperamental de Putin, pero se trata de política exterior del Estado, no de un seminario académico sobre relaciones internacionales.
Ni siquiera el apoyo financiero comprometido por el gobierno de Moscú para inversiones en el país en la reciente gira de Alberto a Rusia le otorga el derecho a exigir un alineamiento explícito con sus acciones, ni el gobierno ruso lo ha pedido como contraprestación; recaudo que -por decir algo- los Estados Unidos y sus instituciones satélites pocas veces han guardado: una de las exigencias implícitas y no escritas en todo el proceso de renegociación de la deuda con el FMI es un mayor compromiso argentino con las determinaciones de política exterior yanquis, del mismo modo que la concesión del mega-préstamo a Macri en 2018 en violación de las propias reglas de funcionamiento del FMI fue el resultado de la presión política de la administración Trump para favorecer a un aliado confiable, que precisamente hacía seguidismo de la política exterior de EEUU.
De allí que la airada exigencia de la oposición nucleada en "Juntos para el Cambio" para que el gobierno condenase las acciones de Rusia están más vinculadas a su visión ideológica del mundo y el lugar que en él debe ocupar la Argentina -no hay visión política más ideológica que la de la derecha, y no se expresa con más contundencia en ningún otro plano, que en la política exterior-, que a una defensa de los principios del derecho internacional y el multilateralismo.
Sin ir más lejos, recordemos que se investiga en la justicia argentina y la boliviana el apoyo dado por Macri y su gobierno con armas y pertrechos al golpe de Estado que derrocó a Evo Morales, y hace unos días Horacio Verbitsky denunció que la administración de "Cambiemos" había autorizado ejercicios de entrenamiento de las fuerzas armadas argentinas, para participar de una invasión militar a Venezuela, comandada por los Estados Unidos.
Cuando Macri, en su limitada comprensión del mundo reducida a analogías futboleras, dice que la Argentina es Sacachispas en el contexto internacional, omite que esa irrelevancia también juega cuando él decidía hacer seguidismo acrítico nivel "relaciones carnales", de las determinaciones de política exterior de la potencia continental. Y que esa irrelevancia se supera cuando un país alcanza lo que Aldo Ferrer llamaba "densidad nacional", por ejemplo desendeudándose para ganar autonomía; renglón en el que los gobiernos kirchneristas -siempre apelando a las analogías futbolísticas- nos habían clasificado a las copas internacionales, y el suyo nos mandó al descenso.
En éste marco, el inicio de las operaciones militares de Rusia en Ucrania no legitima las críticas de la oposición a la visita de Alberto al país de Putin, porque éstas no estuvieron vinculadas a la oportunidad -aunque ése fuera el pretexto público-, sino al destino mismo de la gira presidencial (que también incluyó China), y sus propósitos: abrir canales de financiamiento externo para el país, que le permitan disminuir su dependencia en ese plano de los Estados Unidos, y el FMI. Que fue (volviendo sobre lo dicho) precisamente la razón principal por la que a Macri le dieron el préstamo que le dieron, aunque fracasara como fracasó en su aventura reeleccionista: la idea era -y es- que la deuda pese como espada de Damocles sobre el país que la toma para condicionarlo, más allá de cual sea su gobierno.
Los posibles efectos a futuro en el conflicto, en especial en la economía, dependerán en buena medida de su intensidad y duración, pero ya se están haciendo sentir: suben los precios de los commodities, en especial el petróleo, el gas, la soja, el trigo y el maíz; o sea, buena parte de la canasta exportadora argentina, lo cual podría ser una buena noticia para nosotros, si no es que al mismo tiempo aumenta la inestabilidad mundial, en detrimento del comercio internacional.
Por otro lado, esos aumentos de precios internacionales significan, ya, acelerar uno de los motores de la alta inflación que padecemos, y el gobierno debería pensar en contrarrestarlos adoptando medidas que hasta ha venido resistiendo, como aumentar las retenciones, o hacerlas móviles: una prueba más de que creer que resignando posiciones se evitan los conflictos, suele ser en política una vana ilusión. Además el aumento internacional -en particular- de los precios de la energía impacta de lleno en los costos de prestación de los servicios públicos, en momentos en que el gobierno pulsea con el FMI por el nivel de subsidios a las tarifas, que -si atendemos al contexto- deberían ampliarse, y no reducirse.
En éste escenario complejo el país debe seguir las tratativas con el FMI para renegociar la impagable deuda que nos legó Macri, tensionado entre las presiones del controlador o "accionista de oro" del prestamista (Estados Unidos), y una nueva ventana de acceso a la financiación para disminuir la restricción externa (Rusia), al cual Alberto -en otra sobreactuación innecesaria de su parte, y van- le ofreció en su visita el país como "puerta de entrada en América Latina".
Y finalmente el conflicto en Ucrania tiene consecuencia al interior de la coalición del "Frente de Todos": Sergio Massa prefirió honrar sus vínculos con Washington (que supone serían decisivos en otra aventura presidencial) a la preservación de los consensos en el oficialismo, yendo más allá de la posición del gobierno en la condena a la acción militar rusa, en un gesto de sobreactuación que -nada llamativamente- no suscitó el mismo escándalo que las críticas de Máximo Kirchner a la negociación con el FMI, cuando renunció a la presidencia del bloque de diputados; pese a que este caso trasciende las fronteras, para comprometer la posición del país en sus relaciones internacionales.
Tuits relacionados:
Que raro que los que le saltaron a la yugular a Máximo porque renunció a la presidencia del bloque en desacuerdo con la negociación con el FMI no hayan hecho lo mismo con Massa por fijar una posición diferente a la del gobierno en el conflicto en Ucrania, ¿no?.
— La Corriente K (@lacorrientek) February 24, 2022
O sea que en lugar de sinuosa deberíamos volver a las relaciones carnales con EEUU, decís vos? https://t.co/fbIHWPfm9G
— La Corriente K (@lacorrientek) February 24, 2022
Ustedes son chicos y no se acuerdan, pero el PRO que ahora pide repudiar el uso de ls la fuerza armada contra otros países es el mismo que ordenó a nuestras FFAA prepararse para una invasión militar a Venezuela auspiciada por EEUU.
— La Corriente K (@lacorrientek) February 24, 2022
Sobre la guerra en Yemen no leí nada. O en el Congo, Sahel, zimbawe, myanmar...
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