Como si quisieras, y -sobre todo- si pudieras. https://t.co/lbegiOEIi5
— La Corriente K (@lacorrientek) February 12, 2022
- "Presidente, quería preguntarle si es cierto que estamos instalando en la Patagonia una base para que vengan a invadirnos los marcianos".
— La Corriente K (@lacorrientek) February 12, 2022
- "Me viene bien su pregunta para aclarar el tema. Eso es falso, estamos en excelentes relaciones con los marcianos".
Dejá de aclarar obviedades a pedido del periodismo mononeuronal ensobrado por la embajada, nabo. https://t.co/XzZLswXE31
— La Corriente K (@lacorrientek) February 12, 2022
— La Corriente K (@lacorrientek) February 12, 2022
Haciendo una gira que incluyó a Rusia y China en busca de inversiones y financiamiento para proyectos de infraestructura aun en el medio del tramo final de las negociaciones con el FMI, Alberto Fernández tomó una decisión acertada de política exterior, propia de un país soberano que, como tal, atiende en primer término a sus propios intereses-
Una decisión que va en la dirección de disminuir la dependencia del país de los Estados Unidos y del FMI, tal como él mismo lo dijo en Rusia en una declaración que debió haberse ahorrado, pues sirvió como perfecta excusa para gatillar el coro de intereses alineados con la potencia hegemónica, para deslegitimar los logros de la gira, y llevar el debate hacia lugares inconducentes, con niveles bizarros.
Tal como sucedió en la conferencia de prensa en la que Gabriela Cerrutti -con solvencia- tuvo que acomodar a un par de paparulos desubicados, en un éxito efímero: por evidente indicación presidencial, salió a pedir disculpas por algo que había hecho bien, porque los papagayos solemnes de los sellos que manejan la prensa (como ADEPA o FOPEA) hablaron, para variar, de ataques a la libertad de expresión.
La reculada -una marca de fábrica del albertismo- fue completada con una vergonzosa ronda presidencial por los medios el fin de semana, tratando de explicar lo que no es necesario explicar (que un país toma sus decisiones de política exterior en forma soberana, o por lo menos debería intentar hacerlo); o lo que es inexplicable, porque se trata de un planteo absurdo, como aventar temores de que el país vire hacia el comunismo.
Si hay algún aspecto de las decisiones del gobierno que no se le puede atribuir a nadie más que al propio Alberto, es todo lo que tiene que ver con lo comunicacional: contra toda evidencia en contrario, el hombre cree que comunica bien, y por eso elige hacerlo en persona, la mayoría de las veces.
Aunque eso le signifique desbarrancar a menudo, dejando a cada paso jirones de su ya menguada autoridad: como dijo alguien alguna vez, si discutes con un idiota sobre idioteces, es muy posible que jamás entienda tu punto, y termines pareciéndotele.
Un presidente que se aviene a discutir la agenda de los medios, y para peor, en los términos de imbecilidad en que la plantean éstos, se falta el respeto a sí mismo, a la investidura que ostenta y a los que lo pusieron allí con su voto, a cuento de nada. Porque no podrá seguir Alberto creyendo en la ingenuidad de que aviniéndose a eso, los medios lo tratarán mejor a él y a su gobierno.
Basta de querer esconder la realidad. ¿No ven los tanques rojos por las calles?
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