martes, 10 de mayo de 2022

PUNTO MUERTO

 

El Frente de Todos está roto. Primero por abajo, en los cuatro o cinco millones de votos que se fugaron entre las presidenciales del 2019 y las legislativas del año pasado. Luego por arriba, en la falta de diálogo entre el presidente y su vice, que se lanzan dardos en público y por los medios: en on Cristina y las más de las veces en off Alberto, pero se los lanzan.

Está roto -hace rato- en las decisiones de gobierno, que es donde la coalición muestra su mayor desbalanceo, porque las toma un núcleo reducido del cual no forma parte la hacedora del Frente y quienes aportaron el mayor caudal electoral, y se sostienen contra viento y marea y contra toda evidencia de los números, electorales y de la inflación. Tampoco hay una mesa de discusión donde las partes se sienten a intentar resolver sus diferencias, ni nada parecido.

De las apelaciones a la unidad agitando el fantasma de la vuelta de la derecha al gobierno, hemos pasado a las exigencias de que los críticos y díscolos abandonen el gobierno si no se sienten cómodos, y a que los funcionarios (como Guzmán) defiendan banderas ortodoxas, que bien podrían ser defendidas por un gobierno de derecha. O que haya quienes le quieren enseñar a Cristina y a Máximo como es el kirchnerismo, o que hubiera hecho Néstor en éstas circunstancias.

El presidente cree -y le han hecho creer- que tiene volumen electoral propio, cuando la única elección que se produjo durante su mandato y en la que puso los candidatos que encabezaron las listas en los distritos más importantes (como la CABA o la PBA) las perdió. Supone que con las lenguas filosas de Aníbal o D'Elía (que de golpe se volvieron presentables y tolerables para los que siempre los odiaron), más las lambidas obsecuentes de la dirigencia de la peor CGT de la historia, o la ficción de protagonismo popular que le crean los gerenciadores de la pobreza como Pérsico o el Chino Navarro, está en condiciones de dar la pelea interna, y ganarla.

Y en respuesta a las palabras de Cristina en el Chaco -que no puede cuestionar de frente, porque dijo la verdad- redobla la apuesta, prefiriendo desmentir la imagen de "Albertítere" que construyeron los medios, demostrando que es quien está al mando y toma las decisiones, cosa que está clarísima y la propia Cristina subrayó reiteradas veces. El problema es que son equivocadas, como lo advirtió Cristina  y -mucho más importante aun- como lo manifestaron los electores, el año pasado.  

Puede que la ruptura de la coalición oficialista no sea definitiva, y de algún modo logre saldar sus diferencias y llegar junta (que no necesariamente es unida) a las elecciones del año pasado. En política y en la Argentina, todo puede pasar. Hoy por hoy no parece posible, porque las diferencias que se han exteriorizado no son simplemente (como algunos vivos nos quieren hacer creer) de modales, formas o matices.

Cuando alguien contempla impasible sin hacer nada -nada concreto al menos, que trascienda los discursos de preocupación- el proceso inflacionario que se devora los salarios y jubilaciones, incrementa la pobreza y la desigualdad en la distribución del ingreso y se contenta con los números favorables de la macroeconomía (entre los cuales sobresalen los balances de las grandes empresas), es que eligió representar otros intereses que los de aquellos que lo llevaron al gobierno con su voto. Y ahí la "unidad hasta que duela" se complica, porque en esos términos, les duele siempre a los mismos.

Alberto Fernández transmite claramente la impresión de estar en el mismo exacto punto en que estaba en el 2008, cuando en pleno conflicto con las patronales agrarias se bajó del kirchnerismo porque no le gustaba hacia donde iba. No ha dado la más mínima muestra de autocrítica o cosa que se le parezca, ni mucho menos de comprender cabalmente el significado profundo del gesto de Cristina de cederle el primer lugar de la fórmula, o de cuáles son sus responsabilidades históricas e institucionales en la coyuntura. 

La situación está entonces en punto muerto: Cristina tiene razón, está llamando simplemente a cumplir el contrato electoral y es -al menos hasta acá- la única que está haciendo algo por recomponer la unidad por abajo, con la base electoral. Pero no tiene los instrumentos de la gestión, ni forma parte de las decisiones del gobierno, como para conseguirlo. Apenas puede empujar con algunos proyectos legislativos (como el adelantamiento del aumento del SMVM, la moratoria previsional o el gravamen a los activos no declarados en el exterior), para forzar definiciones que el gobierno no quiere adoptar por propia iniciativa.

Y Alberto que tiene esos instrumentos, solo está dispuesto a emplearlos para ratificar el mismo rumbo que hasta acá vino llevando, con los resultados conocidos. Eso sí: de acá en más no vale alegar demencia, ni descargar en otros (en Cristina y el kirchnerismo, básicamente) las culpas por los resultados después, cuando se vote. El problema es que entonces puede ser demasiado tarde. 

A menos que en realidad no esté buscando ganar, pero en ese caso el "albertismo" -si es que tal cosa existe más allá de los despachos oficiales- tendrá que cambiar el discurso de "ojo que vuelve la derecha"; porque el de la "unidad hasta que duela" lo abandonaron hace rato.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario