lunes, 3 de octubre de 2022

PRIMER PASO

Con los resultados de ayer, Lula y el PT quedaron a un paso de volver a ser gobierno en Brasil: Bolsonaro debería conseguir en solo un mes el milagro de captar más del 80 % de los votos que no fueron a ninguna de las dos fórmulas principales, para revertir la elección. Lula quedó a poco más de un punto de las cifras necesarias para ganar en primer vuelta -algo que no aparecía como seguro en los sondeos previos-, pero Bolsonaro realizó una elección muy por encima de lo que esos mismos sondeos auguraban: si hubo ayer "voto vergonzante" que se esconde de los encuestadores, fue al candidato de la derecha.

Eso, o las encuestadoras operaron en el sentido de crear sentido para instalar la idea de un triunfo de Lula más amplio de lo que finalmente fue, en el contexto de un operativo despegue de un candidato que, siendo oficialista, amenazaba con desconocer los resultados de la elección si juzgaba que eran fraudulentos, agitando incluso el fantasma de la intervención militar en su favor.

En ese mismo contexto y en el tramo final de la campaña, hasta los grandes medios y el propio gobierno de los EEUU "jugaron" para Lula aislando a Bolsonaro que, en la medida que se radicalizaba, se volvió prescindible. En el caso yanqui, las advertencias al actual presidente para que aceptara los resultados deben leerse más como un favor no pedido para Lula, que tratarán de cobrarle si llega al gobierno: el reemplazo del garrote por la seducción, con un país que integra los BRIC'S y tiene sólidos vínculos con Rusia y China. 

El triunfo de ayer es, ante todo, una conquista personal de Lula, un verdadero animal político capaz de reinventarse a sí mismo, cuyos quilates de liderazgo están incluso bastante por encima del PT como organización política, y la política de alianzas que construyó para esta elección, incluyendo la nominación de un candidato a vice de centro derecha; solución que conlleva el riesgo de repetir -llegado el caso de ser gobierno- el proceso vivido en el último mandato de Dilma Rousseff.  

En un contexto regional y mundial complejo, con una situación política volcánica en su propio país y con una derecha consolidada socialmente y en condiciones de subalternizar sus circunstanciales encarnaciones electorales, Lula afronta el tramo final de la campaña con grandes chances de volver al poder; lo cual despierta otros interrogantes: que Lula y que PT vuelven, en qué Brasil.

Vista desde acá (que es el modo en el que la tenemos que ver nosotros) la elección brasileña deja varias enseñanzas. En primer lugar, la consolidación de la "grieta" social, que se expresa en la polarización política entre las derechas continentales, y las fuerzas populares. Como que la segunda responde y expresa a la primera de la que es consecuencia, la polarización llegó para quedarse, en tanto subsista la grieta social en la distribución del ingreso y el acceso a bienes esenciales, en el continente más desigual del mundo.

Todas las teorizaciones sobre "terceras vías" y las consecuentes búsquedas de construir políticamente las "anchas avenidas del medio" deberán dejarse (acá y allá) para mejor oportunidad, o dejar de disfrazarse de equidistantes, para asumir que son estrategias distractivas y divisorias del voto posible de las fuerzas populares, en exclusivo beneficio de una derecha que ha demostrado (antes con Macri y su 40 % en nuestras presidenciales del 2019, ahora con Bolsonaro que contrarió a las encuestas con su perfomance) consolidarse como alternativa electoral competitiva, en condiciones de ganar en elecciones abiertas.      

Esa consolidación obedece a una razón muy sencilla, y deja una lección que deberíamos aprender nosotros: su fidelidad con los intereses de los sectores a los que representa, y su capacidad de captar a los desencantados de la "frustración democrática" de la que hablaba Cristina. En éste sentido, el comportamiento electoral de San Pablo (el corazón industrial de Brasil) debería marcar una alerta, porque se inscribe en una tendencia regional: a procesos de reprimarización de la economía con deterioro de los indicadores del empleo y el salario propios de las sociedades industrializadas, le sigue el ascenso y consolidación de las derechas, frente a las dudas y concesiones de las fuerzas populares. 

Otra lección que deja la elección de Brasil -en todo caso, todo el proceso político que condujo hasta ella- son los límites de las políticas de alianzas (más las sociales que las políticas), y de contemporizaciones con las distintas fracciones del capital, ensayadas por fuerzas populares que deberían velar por otros intereses, los de las grandes mayorías postergadas. El PT padeció en carne propia las consecuencias de una gestión (la de Dilma Rousseff) concebida bajo esas premisas, tal como nosotros penamos con la de Alberto, por las mismas razones.

Y la última enseñanza: decíamos más arriba que el triunfo de ayer era más una conquista personal de Lula y consecuencia de sus condiciones de liderazgo, que de la construcción política y la arquitectura electoral que sustentó su candidatura. Pues bien, se trata ésta (la de los liderazgos carismáticos) de una de las características más arraigadas de los procesos políticos latinoamericanos, si no la más persistente.

Tanto que no se la puede ignorar -pensando ya la elección en clave argentina- con candidaturas vicarias, o experimentos de transfusión de votos: con una derecha con la potencia electoral que ha revelado en muchos países del continente (entre ellos Brasil y Argentina) solo los liderazgos populares que surgen de la base social (porque la expresan y representan) pueden dar la pelea electoral en condiciones competitivas, claro que sin garantía de victoria, que nunca las hay en política. Pero si Bolsonaro siendo lo que es y como es superó el 43 % de los votos, si ayer no se enfrentaba con Lula y el candidato del PT hubiese sido cualquier otro, todo indicaba que se quedaba con la victoria.  

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