En su discurso del otro día en La Plata Cristina volvió a plantear la necesidad de alcanzar consensos en el marco del diálogo entre las diferentes fuerzas políticas, para recomponer el pato democrático quebrado con el atentado en su contra. Vinculó así ambas cosas e hizo bien: la escalada de violencia política que terminó en el intento de magnicidio se dio en un contexto en el que parece imposible arribar a algún nivel de acuerdo entre los actores del sistema político, sobre al menos algunos de los problemas del país, y sus posibles soluciones.
Ya antes, cuando fue al plenario de delegados de la UOM, había dicho exactamente lo mismo, y en ese momento dijimos nosotros acá: "CFK dejó en claro que está dispuesta a dialogar, pero la pregunta es con quiénes: ¿con los que quisieron asesinarla, los que los financiaron, los que los protegen en la justicia o los que los blindan en los medios? ¿Otra vez con sectores de la "burguesía nacional", ese unicornio azul que se le perdió al peronismo hace décadas, y que también se apropia con voracidad de las "rentas inesperadas" en detrimento de los salarios de los trabajadores? ¿O con el gobierno del presidente que no le atiende el teléfono y no le hace caso ni siquiera para detener los aumentos de las prepagas?".
No se trata entonces de que propongamos que Cristina ensaye un giro discursivo vindicativo hacia el "5 por 1" o algo por el estilo, sino de indagar acerca de las posibilidades reales de entablar y diálogo, y como consecuencia de él, arribar a ciertos consensos. E indagarse al respecto supone preguntarse con quiénes se dialogaría, porque la agenda (es decir, sobre qué dialogar) la vino perfilando Cristina en sus intervenciones: la economía dual o bimonetaria, los recursos naturales, el sistema de salud, las políticas sociales, la distribución del ingreso, el modelo de desarrollo, la organización y el funcionamiento de la justicia, la correlación entre precios, salarios y tarifas, entre otras cuestiones.
Como se ve, temario sobre, pero interlocutores faltan. Al menos alguno o algunos que estén dispuestos a recoger el guante que lanza CFK, dejar de lado los prejuicios o el ojo puesto en el electorado propio que les reclama profundizar la grieta, y asumir el riesgo de acordar, o al menos intentar hacerlo.
En los años previos y posteriores a la experiencia kirchnerista hubo diálogos en la Argentina, y si no fueron explícitos, lo que hubo fueron consensos, más que nada en las políticas de ajuste; casi siempre al amparo de los planes de estabilización del FMI. Hoy pasa algo parecido: en un gobierno sacudido por críticas de adentro y de afuera de todo tipo, nadie del "afuera" (es decir de la oposición) parece estar proponiendo en serio otra hoja de ruta que no sea la tradicional del ajuste: en palabras de Macri, ellos mismos están diciendo que si vuelven, van a hacer lo mismo que antes, pero más rápido.
Y en términos sociales, pudo verse con las reacciones al atentado contra Cristina primero, y con la muerte de Hebe después, que la "grieta" vino para quedarse, que buena parte de los argentinos odia, que muchos (como señalamos acá) no creen en el compromiso democrático, y que la principal dirigencia opositora responde a los deseos y las aspiraciones de esa base electoral.
Tanto que, aun pensando en su fuero íntimo que sería conveniente sentarse a dialogar con nosotros, muchos de sus dirigentes se abstienen de hacerlo, para no perder votos. Y el radicalismo alfonsinista "socialdemócrata", con raíces populares -en el que muchos en el kirchnerismo creen como el peronismo cree en el unicornio azul de la burguesía nacional- son los padres, por si alguno aun no se dio cuenta. Ni hablemos si se habla de dialogar con la UCR con fotos del abrazo entre Perón y Balbín.
Está claro entonces -al menos en nuestra opinión- que con la principal oposición, encarnada en "Juntos por el Cambio", no hay muchas posibilidades de dialogar, ni tampoco con la izquierda, que parece dispuesta a poner por delante de cualquier cosa "el narcicismo de las pequeñas diferencias" que se pudo ver en las expresiones de sus principales dirigentes a partir de la muerte de Hebe de Bonafini.
Esto último que no se entienda como una crítica a lo que son legítimas posiciones políticas (la izquierda por ejemplo siempre planteó desconocer la deuda y no pagarla) cualquiera sea la opinión que se tenga sobre ellas, sino un señalamiento de otra definición política, ésta sí objetable: la testimonialidad práctica de no comprometerse jamás en la búsqueda de acuerdos, ni siquiera con aquellos con los que se pueden tener puntos de coincidencia, con tal de preservar la presunta pureza ideológica químicamente pura, que no existe nunca en la realidad.
Por ese camino es difícil que una fuerza política crezca, gane elecciones y llegue a ejercer el poder (sola o aliada con fuerzas similares), y cuando la táctica se reitera sistemáticamente, cabe legítimamente preguntarse si realmente lo desea, o piensa la política en términos de pasatiempo para superar el ocio. Pro eso es un problema de la izquierda, que tendrán que resolverlo ellos, si lo ven como problema.
Lo dicho antes para la "derecha social" y su representación política respecto a las posibilidades de diálogo, vale para la "derecha económica", representada por los principales grupos empresarios del país: ¿cuánta vocación de diálogo real hay allí, cuanta predisposición a resignar posiciones y ceder intereses, como para que un eventual diálogo no se transforme simplemente -como pasa siempre- en hacer lo que ellos quieren?
¿Con quiénes entonces, se podría dialogar y arribar a acuerdos? Para empezar, con el propio gobierno y dentro del "Frente de Todos", para que las críticas y advertencias sobre el rumbo equivocado no caigan en saco roto como pasó antes de las elecciones legislativas del año pasado. Y si se concluye en que tampoco ahí hay chances reales de diálogo y acuerdos, mejor sería dejar de hablar del tema, para no seguir perdiendo el tiempo. Tuit relacionado:
(....) https://t.co/jfiy88nicz
— La Corriente K (@lacorrientek) November 19, 2022
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