A 40 años de democracia pueden llegar a hacer presidente a un tarado que no tiene la más mínima idea de como funciona el mundo real: https://t.co/LNxikRdEWJ
— La Corriente K (@lacorrientek) October 6, 2023
El video al que pueden acceder en el tuit de apertura se viralizó por estas horas en las redes sociales, y en él un pibe le pregunta a MIlei como se solucionaría el caso de un pueblo pequeño que necesitara que le construyan una ruta para conectarse con una ciudad en la que sus habitantes se proveen de cosas que necesitan; en el caso que esa obra no sea de interés para los privados porque definieron que no es rentable.
La respuesta del tipo es asombrosa, por el nivel de brutalidad: en su pensamiento el mercado ya no es un elemento más (aun el más importante en su visión) entre los ordenadores de la sociedad, sino el único, excluyente y supremo que define todo: que se hace y que no, y es elevado a la categoría de verdad y bien. Si el mercado lo quiere (o sea, si al capital le interesa porque da ganancias) es socialmente útil y relevante, de lo contrario no.
Un nivel tal de brutalidad -en todos los sentidos- no se puede encontrar ni siquiera en los textos de los grandes teóricos del liberalismo económico original, comenzando por Adam Smith: se trataba de tipos que podrían creer firmemente en el mercado como ordenador social, pero no desvariaban sobre el modo real de funcionamiento de una sociedad en su tiempo. Esta gente por el contrario atrasa, y pretende retrotraernos a discusiones saldadas hace 200 o 300 años.
De ese desvarío mental surgen disparates como los vouchers para financiar la educación, creer que se puede resolver el problema de la inseguridad autorizando la libre portación de armas, la compra y venta de órganos, la ausencia de leyes laborales como remedio mágico para el desempleo o los bajos salarios, o la eliminación de los impuestos y la obra pública para que cada uno haga lo que quiera con su dinero, o sea el mercado el que ordene y regule todo.
Esa idea de que lo que no es rentable el Estado no lo debe sostener se opone incluso a las premisas del Estado gendarme que teorizaron Adam Smith y otras grandes figuras del pensamiento liberal clásico: ni la educación ni la salud, pero tampoco la defensa o la seguridad son -en términos estrictamente económicos, o para ser más precisos, contables- rentables: no se sostienen con sus propios recursos, y demandan la inversión del Estado. Y el Estado -hasta que no se invente otra cosa- se financia con los impuestos que recauda.
Como puede advertirse, no es menester un esfuerzo intelectual mayúsculo para demostrar que Milei dice disparates sin sentido. y que ninguna sociedad ni ningún Estado -en ningún lugar ni tiempo presente o pasado- funciona o funcionó como él propone que funcione la Argentina.
Pero eso no hace menos complejo enfrentar ese "sentido común de la idiotez" instalado, que trabaja sobre el terreno fértil de las insatisfacciones que dejaron estos 40 años de democracia, y múltiples y profundas decepciones y frustraciones individuales y colectivas.
Que esas presuntas soluciones (que solo son el germen de muchos problemas más graves aun que los que ya tenemos) tengan aceptación social en especial entre los jóvenes, tienen más que ver con el pensamiento mágico que con la reflexión política, y allí está precisamente la dificultad a vencer: una fractura de la profundidad de un abismo en la memoria social y colectiva, que hace que nos precipitemos hacia las crisis una y otra vez -pero cada vez más profunda- sin el registro de las crisis anteriores.
Encima hay que remar contra la prédica de los comunicadores de la verdadera casta (como Fantino y otros especímenes) que abonan la idea aun más idiota de habilitar por la vía electoral democrática un experimento de reingeniería social "a ver que pasa, porque peor no podemos estar", como si los argentinos no tuviéramos ya experiencia nefasta en ciertos caminos; o como si lo que propone Milei fuera novedoso o el núcleo duro de sus ideas (despojadas de los desvaríos distractivos) no vinieran sirviendo desde hace mucho a los intereses concretos de los dueños de la Argentina, con los resultados conocidos y padecidos por las mayorías.
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