¿Está realmente loco Javier Milei, o compone un personaje que hasta acá le ha redituado beneficios? La pregunta no es sencilla de responder, a menos que uno haga la gran Nelson Castro -sin ser médico además- y se ponga a diagnosticar a distancia a un paciente al que no vio en persona, metiéndose además en el espinoso terreno de la salud mental.
El tipo no está bien, eso está claro, y su comportamiento denota que acumula perturbaciones varias; aspecto en común con la mayoría -por no decir la totalidad- de quienes lo rodean: su vocero, su hermana/funcionaria/guía espiritual, varios de sus ministros y funcionarios, sus adherentes y trolls en las redes sociales. Hay como un fuero de atracción de lunáticos en torno a Milei, que funcionaría como una especie de imán que atrae a los "raros", o borders.
Es gente rota por dentro, con escasos vínculos visibles con cosas a las que el común de los mortales suelen tener apego, y dispuesta a trasponer (en su discurso al menos) ciertos límites que marcan la urbanidad, la convivencia social, la empatía o la corrección política: disfrazan de rebeldía que quiere correr o derribar los límites ciertos comportamientos patológicamente violentos -en todas las formas posibles de la violencia, sin excluir necesariamente la física- que en otros tiempos y otros contextos sociales y políticos les hubieran valido el señalamiento y la marginación. En otros tiempos, claro, en estos les franquearon la puerta de la Rosada.
Las ideas que el tipo expresa son otra cosa, aun cuando eso no las convierta en cuerdas: son un conjunto de apotegmas recitados con el fervor de los versículos bíblicos o las formulaciones catequéticas que el estado de la ciencia económica -incluso desde buena parte de la ortodoxia- no toma demasiado en serio, y que como tales, no se han aplicado jamás en ningún lugar del mundo, en ningún tiempo histórico. El ideal de sociedad con el que Milei sueña parece más bien del mundo onírico de las historietas o los video juegos, que de la vida real. Y acaso allí esté la razón principal de su magnetismo en buena parte de sus electores: les ofrece una fantasía que les parece más atractiva que la agobiante realidad.
Y los intereses concretos, puros y duros, que el fenómeno Milei vehiculiza políticamente son muy otra cosa, conocida y remanida y a la cual se le ven los hilos, si uno pone un poco de atención: se expresan a través de las manos invisibles del mercado que redactaron el mega DNU y la ley ómnibus, o del cada vez más desembozado intento de Macri y el PRO (el principal armazón político del poder económico) de apropiarse de un gobierno que es en buena medida el resultado del desencanto electoral de muchos argentinos con el suyo.
Al respecto, es de muy recomendable lectura esta nota de Ricardo Aronskind en "La Tecla Eñe" sobre los dilemas que el gobierno de Milei le plantea a ese poder económico, en términos de viabilidad social del ensayo.
Pero más allá de la utilidad que pueda tener dilucidar el grado de perturbación mental del presidente y como eso impacta en sus decisiones -y por ende en nuestra vida cotidiana en tanto depende de ellas-, lo real es que Milei no llegó a su cargo por sorteo, sino porque más de 14 millones de argentinos lo pusieron allí con su voto. Y si algo no tiene el personaje es misterio, o matices: lo que se ve (una persona con fuertes perturbaciones y conflictos no resueltos, que plantea una utopía social violenta y regresiva) es lo que es, y así lo votaron, muy posiblemente por ser precisamente así.
Lo cual nos lleva a indagar sobre las implicancias políticas, electorales y sociales de la salud mental (entiéndase el concepto en un sentido amplio, no de diagnóstico médico terapéutico) de buena parte de la población argentina, que votó como votó y nos trajo hasta acá. Que eligió -parafraseando a León Gieco- como presidente a un ídolo de los quemados.
Porque Milei podrá consumirse en su propio fuego o terminar desencadenando una crisis institucional que se lo lleve puestos a él y a su gobierno, pero esos millones de rotos, perturbados, desencantados, frustrados (ponga cada uno el rótulo que le parezca, solo o en compañía de otros) seguirán estando allí, caminando entre nosotros, demandando -acaso de un modo impreciso, inconexo, inorgánico y hasta infantil- respuestas políticas, y representación.
Son parte inescindible de una realidad distinta a la que supimos tener que vino para quedarse, y nos interpela políticamente a nosotros, como bien lo señala ésta otra (excelente) nota de Marcelo Figueras en "El cohete a la Luna".
Largamente, una de las mejores notas que ha publicado el blog, referenciada en otras de igual calibre. Enhorabuena, compañeros.
ResponderEliminarY si pueden o les place, por favor una reflexión de quiénes avizoran como políticos kirchneristas en Santa Fe y los neoperonistas o conservadores populares que también conviven. Gracias.
Muy buena nota. Creo que el fenómeno de la locura como nueva normalidad excede a nuestro país El mundo va hacia allí con velocidad de meteoro. Solidaria de esta opinión es que el mundo tal cual lo conocimos los que superamos los 50 pirulos no sólo no existe más sino que tampoco va a volver al menos bajo esa forma . Fuerte abrazo cumpas y a no desfallecer pese a tan tétrico presente.
ResponderEliminarLa explicación no pasa por temas psicológicos, como bien señalaba el lector anónimo, la ultraderecha delirante es un fenómeno mundial y tiene que ver con la fase de capitalismo financierizado y donde el trabajo humano es reemplazado por automatización e inteligencia artificial.
ResponderEliminarEsto va a ir de mal en peor si no se encara una profunda distribución de la riqueza con reducción de la jornada laboral y salario básico universal.
Compañeros santafesinos, me llama la atención que ni siquiera parece que se les ocurra que buena parte de esos 14 millones votaron a Milei xq pensaban q el gobierno de Alberto y Cristina era una mierda. Lo mismo el de Macri. Y querían probar c alguien distinto. Era una decisión boluda, pero dentro de los parámetros usuales de salud mental. Abel B. Fernández
ResponderEliminarEstás viniendo poco por acá, porque está dicho no una sino un montón de veces.
ResponderEliminarMi comentario era en ESTE post. Bien escrito, bien argumentado, pero con un supuesto que -me parece- lo domina: los que sostienen ideas y valores tan contrarios a los nuestros están un poco locos.
ResponderEliminarMi impresión, tal vez equivocada, es que en muchos casos eso es cierto. Pero no es exclusivo del Otro Lado. Así que no serviría como criterio para el análisis político. Abel B.
Alguna vez habrá que discutir sobre lo que implica la cordura en términos políticos. No votar en contra de los propios intereses objetivos podría ser una pista.
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