miércoles, 19 de junio de 2024

SE ARREGLA CON POXIPOL

 

Cuando Milei que la gente no se va a morir de hambre porque antes de que eso suceda va a hacer algo para impedirlo sin necesidad de que alguien desde afuera (la política, el Estado) le resuelva esa necesidad muchos reaccionamos indignados porque nos pareció un disparate; del mismo calibre de cuando propuso que la obra pública sea sustituida por la iniciativa de los ciudadanos, juntándose para hacer un puente, o por el mercado, cuando lo encuentre rentable.

Y sin embargo si bien se mira, lo que dice no está muy lejos del modo como muchos perciben su relación con la política, y de ésta con sus vidas: el famoso "gane quien gane las elecciones yo tengo que levantarme e ir a trabajar, porque si no no como"; y todos los aforismos vacíos de sentido profundo (pero que se nos venden como el sentido común social) que se derivan de allí, y podemos oír a diario.

De hecho, así lo votaron a Milei: recordemos que se decía -para justificar ese salto al vacío- que peor no podíamos estar, que era cierto que el tipo decía cosas insensatas pero no va a hacer lo que dice si llega al gobierno, o el Congreso lo va a frenar, o probemos con éste loco y veamos que pasa. Y así llegamos hasta acá, con la lógica del "llame ya" y de Gran Hermano (y también del "que se vayan todos") aplicada al voto y el debate político, y el pensamiento mágico que cree que hay soluciones mágicas e instantáneas, y las reclama.

El fenómeno se etiquetó -correctamente- como insatisfacción democrática, y expresa como las carencias, las frustraciones y los desencantos con sus resultados consumen la paciencia, que es el recurso por excelencia de la construcción social de la democracia. De hecho, buena parte del fenómeno Milei se explica -paradójicamente- por una suerte de razonamiento trotskista de que es necesario tocar fondo y estar peor, para después poder estar mejor, que vuele todo por los aires y veamos que pasa con los pedazos, porque total la motosierra es para el otro.

Mucha gente piensa que la política no tiene nada que ver con ella ni con su vida, y si no tiene nada que ver, cada uno se las tiene que arreglar solo con sus problemas sin esperar nada de ella. De esa convicción viene en buena medida el rechazo a toda forma de organización para protestar o reclamar por situaciones que, si bien son personales, se repiten en determinados conjuntos sociales.

Y la otra convicción que está presente y extendida -y a ella queríamos llegar en la reflexión- es que si la política destruye mi vida, de algún modo me las voy a arreglar (solo), porque hemos pasado otros momentos difíciles, y salimos adelante. Esta convicción está incluso presente en los sectores populares y sus organizaciones representativas, tanto como en los que denigran sus reclamos y luchas: la certeza de que por oscuro que sea el panorama, siempre se puede salir.

Pero lo cierto -lamentablemente- es que en la historia no hay fatalidades inevitables, ni para bien ni para mal: lo que no hagamos o hagamos hoy o lo que permitamos que pase, condiciona lo que podamos hacer o no mañana; y nuestra historia indica que pudimos salir de las crisis si, pero de cada una salimos desde más abajo, y el vuelo de ascenso es más corto, y hay cosas que no se arreglan con Poxipol: el sistema previsional, la educación y la salud públicas, el control estratégico de los resortes claves de la economía, los recursos naturales y el medio ambiente, la deuda pública y los márgenes de autonomía de la política económica, la pobreza y la desigualdad.

Estamos en una sociedad rota, en la que gente rota votó a un tipo roto para que terminara de romper lo que estaba en pie, y comenzar de nuevo; pero la experiencia enseñan que por más esfuerzos que se hagan nunca se terminan de recomponer todos los pedazos, las vidas, los futuros, las perspectivas, la soberanía, la capacidad de incluir.

En ese sentido el kirchnerismo leído como experiencia parcialmente reparadora del daño menemista y del modelo de la convertibilidad es bastante ilustrativo: contra el discurso instalado de que estamos como estamos por su culpa (es decir, por lo que hizo), lo que nos condiciona hoy el presente (y muy posiblemente el futuro) y que hizo posible a Milei es lo que no hicimos, porque no quisimos, no supimos o no pudimos.

Y el programa destructivo de la derecha en el poder es dar marcha atrás con lo que se hizo, y asegurarse de que lo que no se hizo jamás se pueda hacer: eso y no otra cosa es la ley de bases que acaba de votar el Senado. Lo que en cierto modo marca cual debería ser nuestro programa alternativo.

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