Esto es la explicación más precisa de lo que está pasando: https://t.co/x6bIDMOYhn
— La Corriente K (@lacorrientek) January 6, 2025
Ricardo Aronskind (a quien corresponde la reflexión del tuit de apertura) dijo hace poco en un reportaje radical que la etapa de caracterizar el fenómeno Milei no daba para más, porque era complejizar algo que era simple, en el sentido de que estaba brutalmente a la vista. Y agregamos nosotros, el personaje en sí es menor, su despliegue histriónico y discursivo habitual corresponde al terreno de la farsa, y en no pocos aspectos debería ser abordado desde la perspectiva de la salud mental.
A lo que sí hay que prestarle atención -y mucha- es al proceso social, político y económico que se está desarrollando en el país del cual Milei es solo un instrumento. Es decir, analizar el comportamiento de los que realmente mandan.
Hasta la misma y presunta disputa entre el PRO y LLA tiene un propósito distractivo, para enmascarar la verdad de las cosas, o hacer como si la política tuviera algo que decir al respecto y fuera -en ese sentido- el territorio donde se dirime la disputa. Exponer esa interna también tiene el propósito de obturar las alternativas reales, como si todo el debate político se redujera a la derecha, y se recondujera dentro de sus límites; y las diferencias fueran de modos, estilos o ritmos de las transformaciones, pero no sobre éstas, en las que existiría consenso.
La reflexión de Aronskind (que como dijimos en nuestro tuit, caracteriza con suma precisión estos tiempos aciagos) apunta indirectamente al paulatino debilitamiento de la democracia, la política y los partidos políticos en nuestro país, en paralelo con el sostenido fortalecimiento de los actores no institucionales, en especial los grupos de poder económico. Un proceso que, desde 1983 para acá y mal que les pese a muchos, solo el kirchnerismo se propuso revertir, aunque no lo lograra en plenitud.
Su señalamiento resulta más atinado si se compara al actual experimento de la derecha en el poder con otros, como por ejemplo el que conocimos como la Generación del 80': aun con una concepción paternalista y autocrática de la política (que contaba con el voto voluntario y el fraude electoral como resortes decisivos de poder de una élite autoproclamada como la única clase capaz de conducir los destinos del país), había entonces una idea de país y de progreso, de destino común o compartido, con la que se podía o no estar de acuerdo -de hecho las mayorías estaban excluidas de él-, pero estaba allí.
Aun cuando esa idea de país suponía identificar a éste con los intereses de una clase social y reducirlo a ellos, quienes lo diseñaron y ejecutaron no eran ajenos a una visión del común, de allí por ejemplo su preocupación por la educación pública, por impulsar ciertas obras básicas de infraestructura u organizar jurídicamente el Estado argentino.
Ahora (y desde hace mucho tiempo) solo hay voracidad capitalista desenfrenada, ausentismo y fuga: intelectual, de compromiso social, de capitales, de inversiones, de la propiedad de las empresas. Solo importa extraer, explotar, valorizar y fugar tanto como se pueda y tan rápido y profundo como los dejen, y no mucho más. La política de tierra arrasada de los que -en palabras de Capusotto- se sienten los dueños de un país que odian, política de la que Milei es apenas el maleable instrumento político, legitimado por el voto ciudadano.
Todo lo que hace nuestra élite económico y sus amanuenses políticos (incluyendo reprimir y criminalizar la protesta social, flexibilizar a la fuerza del trabajo, destruir el Estado y sus regulaciones, vaciarlo de recursos, endeudarnos a perpetuidad o modificar las reglas de juego electorales) es funcional a ese propósito: ejecutar un plan de saqueo que requiere como como complemento necesario obturar el surgimiento de cualquier alternativa política que pueda modificar el actual estado de cosas.
En ese contexto debe leerse la renovada persecución contra Cristina, como forma de disciplinamiento del resto de la política y por añadidura, de toda forma de organización social para la resistencia. Por eso la política es más necesaria que nunca, y el objetivo que se fijó CFK de reordenar el PJ (del que hasta acá se han visto pocos resultados, a fuer de ser sinceros) se torna estratégico no solo para el peronismo, sino para el conjunto de las fuerzas políticas democráticas, y para las condiciones de posibilidad de una democracia real en la Argentina.
Al menos si queremos seguir teniendo un destino posible como algo parecido a un país, y no una simple factoría colonial o una despensa de los angurrientos de adentro y de afuera, de la que se llevan todo sin dejar nada a cambio.