viernes, 21 de noviembre de 2025

OBLIGADOS

 

A propósito del Día de la Soberanía Nacional que se conmemoró ayer en el 180° aniversario de la Vuelta de Obligado, repasábamos esta muy recomendable nota de Sergio Eissa en El Cohete a la Luna, en la que reseña con implacable precisión los jirones de esa soberanía que los criollos defendieron entonces con su sangre, y que hoy está resignando el gobierno de ocupación colonial que padece el país.

Entre otros aspectos muy valorables que rescata el autor de la nota, trae a colación de la soberanía nacional y su significado, aquella idea de Aldo Ferrer sobre la "densidad nacional", expresión con la que el autor de "La economía argentina" sintetizaba los factores que a su entender eran los que explicaban el derrotero de los países exitosos en términos de desarrollo. Recuerda Eissa que ellos eran : "... a) cohesión y movilidad social; b) élites políticas y empresariales con un proyecto de país; c) estabilidad institucional; d) pensamiento crítico para poder distinguir lo que sirve a nuestro proyecto de país y rechazar el pensamiento hegemónico que responde a los intereses de las potencias."

Apenas se los enumera, la mente nos dice que de todo eso poco nos quedas, y precisamente porque nos falta estamos como estamos: pobres, sometidos, injustos y entregados al capricho y las apetencias de una potencia declinante, sin obtener a cambio nada que beneficie al conjunto de los argentinos. Con versiones renovadas del pacto Roca-Runciman, también firmado en su momento entre un régimen entreguista y una potencia declinante en la hora de su ocaso, como el acuerdo comercial de Milei con el gobierno de Trump.

En las versiones actuales (el RIGI, los acuerdos con el FMI) ni siquiera se tiene el decoro de salvar los intereses de nuestras élites locales, como se hizo en los tiempos de la Década Infame con los de la oligarquía ganadera: el saqueo y el enfeudamiento del país al extranjero tiene como única contraprestación dejar a salvo a unos cuantos vivillos de las finanzas, con más conexiones en el extranjero que con el país donde viven ellos y sus hijos.

Con el enfoque analítico de Ferrer a la vista, podría decirse que ceden su soberanía nacional o reniegan de ella los que no han alcanzado la densidad suficiente como pueblos/Estados/sociedades para defenderla con éxito, y el caso argentino lo comprueba. De hecho asistimos a un experimento con seres vivos cuyo propósito es destruir concienzudamente aquellas cohesión y movilidad sociales que distinguieron a la Argentina del resto de los demás países de América Latina, tanto que se nos propone convertirnos en Perú; o sea un país escindido y fragmentado por la injusticia, en el que muchos de sus habitantes no tienen la más mínima perspectiva de progreso futuro, lo que no genera en ellos la necesidad de sentirlo como algo que los contiene, y debe defenderse en uno de sus atributos esenciales.

El desvarío conceptual de nuestra élite empresarial y económica hace que ya ni siquiera piensen en términos de un proyecto de país, aunque sea uno en el que no quepan todos los argentinos, como fue el de la Generación del 80' y la Argentina del Centenario: nuestras clases dominantes hoy solo miran el corto plazo, y ni siquiera piensan en dejar un legado a las futuras generaciones por el que sean recordados. Solo hay allí idea de ganancias rápidas, valorización financiera y fuga, como horizontes conceptuales, y un ausentismo absoluto de todo compromiso con el país y su destino.

Lejos está aquella Argentina de los tiempos de Obligado donde uno de sus más grandes estancieros y poseedor de una de las mayores fortunas de la época conducía los destinos del país con un sentido del honor nacional, y la vocación de defender la independencia declarada en Tucumán. Como ha pasado tantas veces desde entonces en nuestra historia (pero nunca con el grado de ramplona mediocridad actual), nuestras élites se limitan a secundar como clases auxiliares cipayas el destino que otros decidieron para el país que habitan; y la distorsión de sentido es tan grande que el lema "Hagamos a la Argentina grande nuevamente" se lo copiaron a los yanquis, y el imperativo es que vuelva a ser colonia, hoy de Estados Unidos como ayer lo fue de Inglaterra, o peor, porque a la sumisión en términos económicos se le suma el alineamiento incondicional en lo político, aun en contra de los propios intereses nacionales.

Que decir de las instituciones o el pensamiento estratégico con sentido crítico: que como lo acaba de señalar Cristina a propósito de la presión mediática al Poder Judicial por las condiciones de su detención, aquellas son una simple fachada del aparato represivo y de persecución política diseñado para evitar que exista éste, y germine en opciones políticas y sociales superadores del régimen de postración existente. Desde el ausentismo electoral al lawfare judicial pasando por el filibusterismo legislativo y político en general, las instituciones argentinas son un ritual vacío de contenido, únicamente apto para preservar la exterioridad de un país independiente mientras se consuma nuestro destino colonial.

No hay hoy -no al menos a la vista, y volviendo a Ferrer, con la densidad nacional suficiente- los materiales sociales, culturales e incluso humanos con los que construir los Obligados que la hora reclama; es decir las gestas cotidianas de defensa de nuestro propio existir y devenir como comunidad política independiente, organizada y orgullosa de sí misma, frente a las pretensiones de los intereses foráneos y sus auxiliares locales que quieren tomar cada uno un pedazo de nuestro suelo, sus riquezas y sus posibilidades de desarrollo y progreso.

Parafraseando a San Martín cuando se refería precisamente a aquella proeza de dignidad criolla en los tiempos rosistas, tal parece que hoy los argentinos somos empanadas que se comen sin más trabajo que abrir la boca. Los que todavía tenemos un sentido de patria (y como tal, de soberanía y dignidad nacional) estamos obligados -si se nos permite el juego de palabras- a hacer lo necesario para revertir ese destino.

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