No se trata de sacar provecho político de la tragedia ni de la muerte, algo a lo que por cierto Mauricio Macri no es ajeno: sobre las cenizas de Cromagnon y el fracaso estrepitoso de gestión del ladriprogresismo porteño, construyó buena parte de la plataforma que lo llevó al gobierno de la ciudad de Buenos Aires.
Sí es oportuno reflexionar a partir del caso Madueña -con fines si se quiere de pedagogía política- sobre el fenómeno Macri: la derecha cool argentina gestionando el Estado; sobre todo porque el hombre es el prospecto más firme con que cuenta la oposición al gobierno nacional de cara a las lejanas elecciones presidenciales del 2015, al menos con el mapa de hoy.
La actuación del gobierno porteño -y la del propio Macri en lo personal- durante el episodio del derrumbe del edificio de calle Mitre, y su posterior secuela que se cobró una vida, no escaparon a las reglas generales que caracterizaron los cuatro años de actuación del PRO al frente de la gestión de la ciudad.
Reglas y gestión que -es forzoso reconocer- fueron ampliamente ratificadas por los porteños con el 47 % de los votos en la primera vuelta, y el 64 % del balotaje realizados hace pocos meses; lo que obliga en un punto también a posar la mirada en los ciudadanos y sus opciones políticas, no para denostarlas, sino para tratar de entender por que cierta gente vota como vota.
Reglas que expresan un total y absoluto desdén por lo que implica lo público, lo estatal, sea a través de aquellas funciones del Estado que aun para un liberal son indelegables (como la educación o la salud); o sobre las facultades de ese mismo Estado de regular la convivencia ciudadana, el desarrollo económico o aun la misma expansión urbana, como sucede en el caso de la construcción de edificios.
En la concepción de la derecha que representa y expresa el PRO (porque no hay que olvidar que detrás de los globos de colores, y la expresión amable son eso: derecha) el Estado es un aditamento molesto del mercado, que tiene por función primordial garantizar la seguridad, y garantizarle al mercado y al capital privado sus negocios y su expansión, molestándolo lo menos posible .
Hasta aquí, ideas tradicionales del pensamiento liberal y conservador; pero agravadas en el caso del PRO y de Macri por una metodología de construcción política en la que la exposición pública (a través de los medios) del gobierno tiene un rol crucial -que incluso se sobrepone a la propia gestión efectiva-; de allí la energía que dedican a construir con paciencia una enorme red de protección mediática para disimular sus ineficiencias y estropicios de gestión.
Red que se construye desde negocios compartidos (como en el caso de Clarín) o una comunidad ideológica, como en el caso de La Nación; y que está preparada para amortiguar el impacto de noticias negativas para el empresario-funcionario, como sucedió en el caso del derrumbe, antes en el de las inundaciones de distintas zonas de la Capital, y otros ejemplos que se podrían citar.
Pero además está la impronta personal del propio Macri (que por cierto, es el PRO: sin su candidatura a todo, la potencialidad electoral del espacio se reduce a casi la nada, aun en la propia CABA): un cínico frívolo, intelectualmente chato y políticamente perezoso, un niño rico metido al juego de la política con todas las mañanas de cuando mataba el aburrimiento en las empresas de papá, intactas.
Un tipo que nunca asume la responsabilidad de nada, rodeado de una nube de consultores y asesores de imagen que le dicen todo el tiempo que decir, cuando decirlo, donde aparecer, cuando borrarse, cuando ser padre o cuando afeitarse el bigote.
Alguien que siempre encuentra el hueco discursivo para desplazar culpas, para que la responsabilidad de lo que sucede recaiga sobre otro: el gobierno nacional, los gobiernos anteriores de la ciudad, los jueces, la Legislatura, los cartoneros, no importa quien. Nunca es él, sus funcionarios o su gobierno.
Con una estructura similar a la de ciertos grupos evangélicos, el pastor Durán Barba prepara un libreto (por ejemplo comparar lo sucedido en el derrumbe y la falta de controles, con un médico que opera) burdamente apolítico (eficaz en un punto y en su medio) y peor aun: anti político; donde la política o la ideología no existen, o son lastres que molestan.
Pero hete aquí que tampoco existe la gestión, a secas, o por lo menos tiene agujeros cada vez más difíciles de disimular, y entonces hay que apelar a otras herramientas: la victimización en relación al gobierno nacional (ahora por ejemplo no quiere que le pasen el subte, o le parece poco el tiempo que le dan para empezar a manejarlo), o atribuir todo a una suerte de fatalidad histórica o física, un remedo de la teoría de las "casualidades permanentes" de las que hablaba Menem.
Si alguna vez Macri concreta la promesa que viene haciendo en vano desde el 2003 y definitvamente pega el salto a la escena nacional para pelerar por la presidencia, habrá que tener en cuenta estas cosas para tener en claro de quien se trata, y que es lo que se puede (o no) esperar de un tipo así.
Porque los problemas con los que se va a encontrar alguien que quiere conducir un pa`´is, y más un país como la Argentina, son bastante más complejos que andar controlando que no se derrumben los edificios.
No sea cosa que algunos pánfilos que nunca falta lo voten si se presenta -como hicieron un montón acá con Miguel Del Sel, o hace unos años con De La Rúa-, y después digan como Reutemann "a mí nadie me avisó".
QUE SE PUEDE DECIR? MACRI ES UN SUPERHEROE, NADA LO TOCA, NADIE LO CUESTIONA, EL SIGUE Y SIGUE.
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