jueves, 17 de mayo de 2012

YPF, EL KIRCHNERISMO Y EL TEOREMA DE BAGLINI


Por Raúl Degrossi

El debate de la expropiación de YPF en el Congreso giró en buena medida en torno a una pregunta: ¿por qué ahora, por qué no lo hicieron antes?; pregunta que también cruzó los debates por otras medidas emblemáticas del kirchnerismo, como la ley de medios, la estatización de las AFJP o la reforma del Banco Central.

En muchos casos la pregunta era puramente retórica, porque la respuesta estaba prefigurada: fue por la caja, fue porque eran socios de tal o cual y se pelearon, es decir las mil y unas muestras del “motivacionismo”; una herramienta bastante oligofrénica que no sirve para explicar casi nada en política.

Sin embargo la pregunta ayuda a reflexionar sobre las condiciones de oportunidad de la acción política, y tomemos para eso el propio caso YPF: excepción hecha de Proyecto Sur y las fuerzas de la izquierda, ¿qué fuerza política planteó seria y públicamente recuperar el control estatal sobre la mayor petrolera del país antes de que el kirchnerismo finalmente lo hiciera?

¿Por qué razón no lo hicieron los propios radicales -con toda una tradición en materia de política petrolera- en el gobierno de De La Rúa, o el conjunto de la oposición cuando tomó el control de ambas Cámaras del Congreso en el 2009, cuando formaron el hoy disuelto “Grupo A”?

Tal vez -y hablando de radicales- por aquél famoso teorema de Baglini; que dice que el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político es inversamente proporcional a su distancia al poder; de modo que, cuanto más cerca de llegar al poder se encuentran esos partidos o dirigentes, más “sensatos” se ponen, y viceversa: esto último explicaría también el comportamiento de la izquierda, mucho mejor que su coherencia ideológica.

Claro que el famoso teorema no es sólo una formulación teórica, sino un modo de entender el rol de la política: cuando ésta acepta de antemano que hay ciertos límites que no debe traspasar, queda reducida a puro cotillón electoral, o a las exquisiteces del formalismo institucional republicano; como quedó reducida la política argentina en los 90’, y hasta el estallido de la Convertibilidad durante el gobierno de la Alianza.

Por entonces (y aun hoy, para muchos) todo el mundo de la política (práctica y académica) giraba en torno a la transparencia del financiamiento político y el actuar estatal, o el diseño de las instituciones más adecuadas para controlar el poder. 

El del Estado, claro: al otro no había siquiera intención real de disputarlo, o ponerle límites; por el contrario era ese poder el que le imponía a priori límites a la política y las instituciones de la democracia: el famoso pliego de condiciones de Escribano a Kirchner en La Nación (del que justamente ésta semana se cumplieron  9 años) puso por escrito la hoja de ruta que tenían que seguir.

El kirchnerismo en el poder estableció una nueva lógica de gobernabilidad, fruto de la lectura que hizo Néstor Kirchner del mejor modo de salir de la crisis del 2001: combinando la puesta en acto -desde el Estado y las políticas públicas- de demandas sociales preexistentes, con la iniciativa y la decisión política de dar batallas que nadie planteaba, o a las que la mayoría le esquivaba el bulto.

Es decir que muchas veces el gobierno estuvo a la izquierda o por delante de la sociedad (del común o del promedio, se entiende), y en otros casos esta actitud disruptiva de los modos políticos tradicionales vigentes generó un clima cultural propicio para que otras demandas fueran canalizadas: éste es el caso por ejemplo del matrimonio igualitario, la muerte digna o la identidad de género.

Más allá del ejemplo de YPF, repasemos en ese marco conceptual las principales transformaciones acometidas por el kirchnerismo desde el 25 de mayo del 2003; como por ejemplo la renovación de la Corte, la anulación de las leyes de la impunidad y el impulso a los juicios por violaciones a los derechos humanos, la reestructuración de la deuda y el pago al FMI, el rechazo al ALCA, la 125, la estatización de las AFJP, la ley de medios, la reforma al BCRA o el nuevo Estatuto del Peón Rural.

Hagamos memoria y pensemos quien -desde el sistema político, y aun de aquellos que hoy se preguntan “¿por qué ahora y no antes?” en el caso YPF- ponía cada uno de esos temas en agenda, con la real intención de avanzar en alguno.

El famoso teorema de Baglini fue desacreditado por el kirchnerismo desde el único lugar desde donde debía hacérselo: desde el poder, a partir de aquél discurso inaugural de Kirchner, trazando el vínculo entre sus convicciones y la puerta de la Rosada.

Y dejemos de lado las bobadas de la “propuestología” (como si a una fuerza política la definiese y la limitase exclusivamente su plataforma electoral), para señalar que el kirchnerismo no sólo hizo muchas cosas que no dijo antes que iba a hacer (vaya un pollo por tantas gallinas: tantos dijeron sin hacer) , sino que cuando se decidió a hacerlas, muchas veces tuvo que batallar contra los que -hasta el día antes- pedían que se hagan; con la secreta esperanza de que nunca nadie les diera realmente bola.

En eso consiste sustancialmente el negocio del progresismo a la Lozano y De Genaro, que cuando tuvieron que elegir un candidato a presidente el año pasado (después de haber derrapado con la 125), fueron a buscar a un conservador como Binner (que hizo campaña yendo a los coloquios de IDEA y los seminarios de la Fundación Libertad); sin que eso les impida encontrarle el pelo al huevo en cada tema que plantea el gobierno.

Por no recordar que (en cada debate, de cada uno de los temas que mencionamos) se acusó al kirchnerismo de oportunismo, impostura y apropiación de la agenda opositora (como con la AUH), o de buscar la confrontación con enemigos fáciles, como los militares con la política de derechos humanos, o la jerarquía de la Iglesia con el caso Baseotto.

Si así fuera, ¿por qué entonces el gobierno de la Alianza del que formaron parte radicales y progresistas varios no avanzó con los juicios ,y -por el contrario- designó ministro de Defensa a López Murphy?, ¿o acaso los militares eran un factor fortísimo de poder en el 2001 y dejaron de serlo mágicamente dos años después?. ¿Por qué a la hora de discutir el matrimonio igualitario fue dentro del radicalismo donde los votos estuvieron más divididos, entre las fuerzas con representación legislativa más numerosa?

Definir el momento, la oportunidad, la relación de fuerzas, para avanzar o no en un sentido determinado, es también la vuelta de la política de la que tanto se habla como algo definitorio del kirchnerismo: hacer lo que se puede, pero siempre buscando correr la frontera de lo posible, o de hacer que se pueda lo que antes no.

El kirchnerismo no hizo una revolución, ni mucho menos: hizo política (y cuando midió mal los tiempos lo pagó caro, como con la 125); y el fruto de sus convicciones y sus aptitudes son los logros obtenidos en estos años, que son conquistas para el conjunto del sistema político y contribuciones efectivas a la calidad institucional (como la ley de financiamiento educativo,o la de movilidad previsional); de la que tanto se habla.

Sistema político donde por cierto abunda la hipocresía: los gobernadores -como Scioli o Bonfatti- que hoy están planteando en sus provincias reformas tributarias que incluyen aumentos al impuesto inmobiliario rural, no podrían siquiera pensar en impulsarlas si el kirchnerismo no hubiese dado la batalla por las retenciones móviles contra las patronales nucleadas en la Mesa de Enlace.

Por eso cuando se trata de hablar de todo lo que falta, el asunto no es hacer la lista, sino analizar quien está más capacitado verdaderamente para hacerlo, lo mismo que para enfrentar las turbulencias que seguramente habrá en el camino.

Lo que hace que, hoy por hoy, el verdadero debate político interesante se de (en público o no) hacia el interior del oficialismo; porque es allí donde está ese núcleo duro de la decisión de otorgarle primacía a la política, para determinar el rumbo del país: allí está el corazón de la disputa, porque está la posibilidad cierta (dentro una fuerza con vocación real de poder como el peronismo, y que además gobierna) de impulsar en el futuro las transformaciones pendientes.

Y justamente eso es lo que por estos días se discute verdaderamente en la interna peronista, con el blanqueo de las aspiraciones presidenciales de Scioli: si ha de subsistir la misma lógica de gobernabilidad inaugurada por Néstor y continuada por Cristina (lógica que es el verdadero hilo conductor del kirchnerismo, más allá del "cristinismo", el avance de La Cámpora y demás bobadas circulantes de los “kirchnerólogos”); o si se vuelve a la que predominaba en la Argentina hasta el 25 de mayo del 2003.

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