Por Raúl Degrossi
Desde el 54 % de Cristina en octubre del 2011 al 57 % de Rafael Correa el domingo pasado, pasando por el 55 % de Chávez hace poco más de cuatro meses, los gobiernos que algunos llaman (despectivamente) "populistas" del sub continente atraviesan airosos los tes electorales; con resultados contundentes y en el marco de elecciones no competitivas: salvo Capriles en Venezuela (al que Lanata, Pinedo, Bullrich y Aguad fueron a hacerle el aguante, pensando que podía ganar) ningún opositor estuvo siquiera cerca de amenazar sus triunfos, y nadie se sorprendió por el resultado final; aunque puedan impactar en algún caso los porcentajes.
Un dato no menor, en un contexto mundial en el que, por ejemplo en Europa, los oficialismos pierden y son reemplazados, o si triunfan, lo hacen por márgenes escasísimos: las cifras revelan a las claras que -al menos acá y en los casos considerados, al que en breve podríamos sumar a Evo Morales en Bolivia- hay una extendida aprobación social de un rumbo político determinado; expresado en cada caso (con sus propias particularidades) por políticas públicas concretas, con resultados apreciados y apreciables.
Y si decimos populismos, la categoría nos remite necesariamente a las condiciones de surgimiento y ejercicio de los liderazgos políticos (en especial en América Latina), y al remanido asunto de los cambios constitucionales, en cuanto conciernen a la arquitectura del poder; que es en el contexto en que debe analizarse la cuestión de las reelecciones.
Algo que desechan de plano los opositores a los populismos aquí, allá y en todas partes, con argumentos públicos en defensa de la república y las instituciones, y con consideraciones que -en la intimidad- están más cercanas al puro cálculo electoral: buscan en los vericuetos jurídicos de una cláusula constitucional, lo que no pueden obtener en la construcción política.
Un ejemplo extremo (en otro contexto histórico, claro) lo constituyó en la Argentina el peronismo: establecida en la Constitución de 1949 la posibilidad de reelección presidencial indefinida, el golpe militar del 55' se apuró a derogarla por un bando y restablecer el texto original de 1853 que no la contemplaba; pero como eso no fuera suficiente para el objetivo de desperonizar al país, se apeló lisa y llanamente a la proscripción personal de Perón, y del peronismo como fuerza política; y en el Estatuto Fundamental de Lanusse de 1972 se introdujo el balotaje, para forzar una coalición opositora amplia, con capacidad de derrotar electoralmente a la fuerza mayoritaria.
Un ejemplo extremo (en otro contexto histórico, claro) lo constituyó en la Argentina el peronismo: establecida en la Constitución de 1949 la posibilidad de reelección presidencial indefinida, el golpe militar del 55' se apuró a derogarla por un bando y restablecer el texto original de 1853 que no la contemplaba; pero como eso no fuera suficiente para el objetivo de desperonizar al país, se apeló lisa y llanamente a la proscripción personal de Perón, y del peronismo como fuerza política; y en el Estatuto Fundamental de Lanusse de 1972 se introdujo el balotaje, para forzar una coalición opositora amplia, con capacidad de derrotar electoralmente a la fuerza mayoritaria.
No casualmente las distintas experiencias populistas (con sus carencias, límites y precariedades) son el emergente político del modo en que se saldaron las crisis que dejaron las políticas neoliberales en cada uno de esos países; mientras los que se les oponen representan a las fuerzas que expresaban la encarnación de esas políticas, o a las que -respondiendo a otras tradiciones partidarias, en especial socialdemócratas- abdicaron ante el desafío de construir verdaderos modelos alternativos a los diseñados sobre las pautas del Consenso de Washington; incluyendo en ellos la ampliación del espacio asignado a la política, por encima de las lógicas corporativas.
La mayoría de las críticas que suelen hacerse a las características de los liderazgos personalistas propios de los populismos (que ponen por eso en un primer plano de necesidad política la inexistencia de restricciones a las reelecciones presidenciales) pueden en un punto ser valederas: que verticalizan el modelo de construcción política y toma de decisiones alentando procesos de burocratización y obstruyendo el debate interno, que sustentan una construcción precaria y sujeta a los avatares de la biología (cosa que la muerte de Néstor Kirchnero o la prolongada enfermedad de Hugo Chávez no harían sino confirmar), o que terminan impidiendo la conformación de una verdadera organización política que sustente el proceso en el largo plazo.
Otras, como el socorrido asunto del clientelismo y la utilización discrecional del aparato y los recursos del Estado para sostener un proceso político, deben matizarse, porque con frecuencia simplifican en exceso proceso que son bastante complejos y que hacen a la relación entre la política y sus representados.
Sin embargo, esas críticas deben complementarse con una mirada a las reglas de funcionamiento de las fuerzas políticas que se suelen oponer a los denominados populismos, y a que se habilite la posibilidad constitucional de las reelecciones presidenciales: al menos en el caso argentino, abundan allí los ejemplos de liderazgos personalistas con ribetes mesiánicos, falta de un auténtico debate interno o la consolidación de roscas intrapartidarias arraigadas y reacias a abandonar los espacios de decisión; tanto como desde allí se le puntualiza al peor de los populismos.
Que ciertamente son a su modo coaliciones, más bien sociales, aunque se manifiesten en términos políticos; sea creando sus propias organizaciones (como podría ser el caso venezolano), o apoyándose en alguna estructura política tradicional preexistente, como sucede acá con la experiencia kirchnerista y el peronismo.
Que ciertamente son a su modo coaliciones, más bien sociales, aunque se manifiesten en términos políticos; sea creando sus propias organizaciones (como podría ser el caso venezolano), o apoyándose en alguna estructura política tradicional preexistente, como sucede acá con la experiencia kirchnerista y el peronismo.
Un elemento que señalo justo hoy, en la víspera del primer triunfo electoral de Perón ante la Unión Democrática, porque en los últimos tiempos han aparecido cultores del bradenismo (acá podemos ver un par de ejemplos) llamando a conformar una vasta coalición opositora al kirchnerismo, siguiendo el modelo venezolano de Capriles y la Mesa de Unidad Democrática.
Un modelo que fue posible justamente en el único país de los que analizamos, que contempla en su Constitución la posibilidad de reelección indefinida del presidente; y una coalición que naufragó al día siguiente de la derrota a manos de Chávez, como quedó demostrado en las elecciones estaduales; del mismo modo que acá el elemento cohesionante de la hipotética coalición opositora, sería oponerse a una eventual reforma constitucional, que le posibilite a Cristina otro mandato, sin pensar demasiado en el día después de la elección.
Un modelo que fue posible justamente en el único país de los que analizamos, que contempla en su Constitución la posibilidad de reelección indefinida del presidente; y una coalición que naufragó al día siguiente de la derrota a manos de Chávez, como quedó demostrado en las elecciones estaduales; del mismo modo que acá el elemento cohesionante de la hipotética coalición opositora, sería oponerse a una eventual reforma constitucional, que le posibilite a Cristina otro mandato, sin pensar demasiado en el día después de la elección.
Claro que además con ese discurso pretenden en la coyuntura electoral de éste año aumentar su cosecha de bancas en el Congreso, para ver como quedan parados de cara al 2015 cuando se discuta la sucesión presidencial: es entonces cuando el bloqueo a una reforma constitucional que permita otra reelección de Cristina (algo absolutamente posible en términos electorales con las reglas constitucionales vigentes hoy: 40 % de votos válidos afirmativos y una diferencia de más de 10 puntos con el segundo) cumplirá su verdadero propósito.
Que no es otro que impedir la consolidación y fortalecimiento de un liderazgo sustentado en una amplia mayoría electoral, que lleva en sí la virtualidad (que luego debe ponerse en acto, claro está) de continuar introduciendo cambios en el país; cambios con cuya dirección no concuerdan.
Porque del mismo modo que el kirchnerismo expresa el modo de emergencia de la crisis del 2001 (y en ese sentido es lo nuevo, aun arrastrando en su seno muchos elementos del proceso anterior), la coalición anti-reelección expresa lo viejo: un intento de parlamentarización de hecho del país, un modelo que se hizo más o menos explícito cuando el llamado "Grupo A" controlaba ambas Cámaras del Congreso, y que justamente reconoce su antecedente inmediato en la transición negociada en el mismo lugar, para vehiculizar la salida de De La Rúa y llegar finalmente al interinato de Duhalde.
Jugando en el borde de las instituciones, modificando incluso la ley de acefalía presidencial y (no casualmente) coincidiendo con la peor crisis social y económica que recuerde el país como telón de fondo; cuando la abrupta salida de la Convertibilidad transfirió brutalmente ingresos de los sectores de ingresos fijos y más vulnerables, a los más concentrados de la economía, los que ganan siempre.
Ese tipo de procesos de drástica reestructuración social siempre fueron posibles en marcos de excepcionalidad política (como los golpes militares), o de ausencia de liderazgos fuertes, sustentados en amplias mayorías electorales.
Aspecto éste último cuya perduración en el tiempo no es garantizada por ninguna reforma constitucional (ni aun por una que admita la reelección indefinida), sino por la eficacia de las políticas públicas desplegadas y su impacto en la sociedad; por lo que la oposición a las reelecciones (sólo en el Ejecutivo: en el Congreso por ejemplo, existen desde 1853 y nadie propone limitarlas) admite también otra lectura.
Una que va más allá de la disputa electoral y el puro cálculo político, para detenerse en el análisis de la cuestión del poder en toda su amplitud; y sin pretender encapsular en una cláusula jurídica procesos a los que la propia voluntad popular puede ponerles límite, si así lo desea.
Que no es otro que impedir la consolidación y fortalecimiento de un liderazgo sustentado en una amplia mayoría electoral, que lleva en sí la virtualidad (que luego debe ponerse en acto, claro está) de continuar introduciendo cambios en el país; cambios con cuya dirección no concuerdan.
Porque del mismo modo que el kirchnerismo expresa el modo de emergencia de la crisis del 2001 (y en ese sentido es lo nuevo, aun arrastrando en su seno muchos elementos del proceso anterior), la coalición anti-reelección expresa lo viejo: un intento de parlamentarización de hecho del país, un modelo que se hizo más o menos explícito cuando el llamado "Grupo A" controlaba ambas Cámaras del Congreso, y que justamente reconoce su antecedente inmediato en la transición negociada en el mismo lugar, para vehiculizar la salida de De La Rúa y llegar finalmente al interinato de Duhalde.
Jugando en el borde de las instituciones, modificando incluso la ley de acefalía presidencial y (no casualmente) coincidiendo con la peor crisis social y económica que recuerde el país como telón de fondo; cuando la abrupta salida de la Convertibilidad transfirió brutalmente ingresos de los sectores de ingresos fijos y más vulnerables, a los más concentrados de la economía, los que ganan siempre.
Ese tipo de procesos de drástica reestructuración social siempre fueron posibles en marcos de excepcionalidad política (como los golpes militares), o de ausencia de liderazgos fuertes, sustentados en amplias mayorías electorales.
Aspecto éste último cuya perduración en el tiempo no es garantizada por ninguna reforma constitucional (ni aun por una que admita la reelección indefinida), sino por la eficacia de las políticas públicas desplegadas y su impacto en la sociedad; por lo que la oposición a las reelecciones (sólo en el Ejecutivo: en el Congreso por ejemplo, existen desde 1853 y nadie propone limitarlas) admite también otra lectura.
Una que va más allá de la disputa electoral y el puro cálculo político, para detenerse en el análisis de la cuestión del poder en toda su amplitud; y sin pretender encapsular en una cláusula jurídica procesos a los que la propia voluntad popular puede ponerles límite, si así lo desea.
La oposición tiene como UNICO objetivo, obtener en las elecciones legislativas un número de bancas que les permita impedir la reelección.
ResponderEliminarPero si las cosas están tan mal como ellos dicen, si la situación es tan catastrófica, no se entiende la preocupación, porque si esa es la realidad ¿Quien la va a votar a Cristina otra vez?,
Yo. Y 14 millones más.
ResponderEliminarEl Colo.
No leí nada pero por lo que entendí vos estás diciendo que como Macri ganó con el 60 % el gobierno de Macri es populista?
ResponderEliminarAnónimo de las 23:57:
ResponderEliminarExacto. Aunque no leíste, como decís, igual comprendiste perfectamente. Tu notable coeficiente intelectual te permite comprender por osmosis sin necesidad de asimilar conceptos.
El país necesita gente como vos.No te mueras nunca.
El Colo.
Colo? vos no vivías en Colastiné?
ResponderEliminarSi sos ese colo sos mas cuadrado que cubo de rubik.
ResponderEliminarSi. Soy el Colo Rubik. Como me agarraste. Que osmosis deductivo que sos.
ResponderEliminarVolvé al agua, que la evolución se olvidó de vos.Reclamale a Darwin para que te busquen.
Colo vos estás en la radio , no?
ResponderEliminarUn comentario que empieza diciendo "no leí nada", no debería ser tomado muy en serio, pero al que lo hizo: Macri sacó el 60 % en un balotaje de una elección municipal, donde los ejes de discusión suelen ser que hacer con los baches, los colectivos y la basura, o en el caso porteño, con el Metrobus, los árboles de la 9 de Julio y la caca de los perros en las veredas.
ResponderEliminarNo parece que sea parangonable a los casos que trata el post
Entonces no es populista el que saca 60%?
ResponderEliminarSi ese fuese el caso no podrías criticar a Piñera porque ganó o a Santos.
Entienden? sino les hago unos dibujitos.
El que parece que necesita no dibujitos, sino alguna clase de comprensión de textos sos vos. el post constata que los llamados populismos ganaron las elecciones por amplio margen, no dice que son populismos porque lo hicieron; es exactamente al revés.
ResponderEliminarNo leíste la parte que dije que no había leído nada?
ResponderEliminarAnónimo de las 19:10:
ResponderEliminarEn un país donde la educación es gratuita, no saber leer no es un problema. Anotate en cualquier nocturna y aprendé a leer.Es gratis. De paso, lo liberás al que escribe cuando vos le dictas tus ideas brillantes.