En la decisión más anunciada de
todo su gobierno, finalmente Macri vetó totalmente la ley anti-despidos
sancionada por el Congreso; con un trámite express que no dejó ni que se secara
la tinta en el original; para dar un “gesto de autoridad”, y transmitir una
señal de “gobernabilidad” a los mercados.
Con un discurso absolutamente
encuadrado en las premisas tradicionales del más tradicional y rancio
liberalismo económico: el Estado no tiene nada que hacer en las relaciones
entre el capital y el trabajo en particular, y en la economía en general. Salvo
“crear confianza” para que lleguen las inversiones, que crearán empleo: es
decir, seducir al capital, restringiendo toda forma de protección de los
trabajadores.
La aplicación al mundo del
trabajo de la idea del “derrame”, expuesta de un modo tan crudo que ya torna
bizarra (más que bizantina) la discusión sobre si estamos ante una “nueva”
derecha, o la misma, vieja y reaccionaria de siempre.
La ley afecta las relaciones de
poder al interior de cada empresa, por un acto del Estado, y por eso el
presidente empresario vetándola restablece la autoridad “natural” en el
capitalismo: la del patrón que despide cuando y como quiere, incluso sin
invocar razones; sin tener que arrepentirse ni dar marcha atrás, ni sufrir por
ello penalidades adicionales.
Con la gestualidad del veto y con
lo que dijo al anunciarlo Macri adscribe a otra idea central del
neoliberalismo: la verdadera autoridad del Estado y de sus funcionarios
consiste siempre en tomar medidas impopulares, y estar dispuesto a defenderlas
a como dé lugar: el manual del perpetuo ajuste se ofrece así como la única
racionalidad posible ante los desvaríos populistas.
Dicho esto, que da el contexto
político e ideológico de la decisión, no tiene demasiado sentido analizar sus
fundamentos, de por sí contradictorios: la emergencia ocupacional vetada por
Macri regiría en el segundo semestre, justo cuando el propio gobierno anuncia
que -mágica y milagrosamente- repuntará la economía, lloverán las inversiones y
se crearán miles de empleos, con lo cual la medida que vetó sería en todo caso
inocua.
Macri tomó su decisión y habrá
que pedirle cuentas de lo que de ahora en más ocurra, no sólo si en el segundo
semestre no se llega a la tierra prometida: cada despido o suspensión que se
produzca en lo sucesivo y no solo en el Estado, será su exclusiva
responsabilidad; aunque sean los empresarios los que los formalicen. Por
cierto: ahora la reactivación prometida será “dentro de un año”, como dijo el presidente, retrasando la llegada de la felicidad, otra vez.
No menos importancia tienen el lugar
y el contexto elegidos por Macri para anunciar el veto: en Cresta roja (¿acaso
la única “reactivación” de fuentes de trabajo que puede exhibir su gobierno, de
allí que repita la visita?), escenario de la primera y más brutal represión de
su gobierno a la protesta social, más específicamente de trabajadores que
habían perdido sus empleos. ¿Otro gesto recordatorio de la autoridad?
Y un día después de que el
Consejo del Salario aumentara el subsidio por desempleo,
mientras se veta la doble indemnización, y los Repro que administra el
ministerio de Trabajo se reducen casi a su mínima expresión: claro gesto de que
no solo no hay preocupación por preservar el empleo, sino que se induce al
desempleo, tanto que en lugar de pagarlo los empresarios de su propio bolsillo lo
haremos entre todos, con la plata de nuestros impuestos.
El veto generará el previsible
aplauso empresarial, y habrá que ver cual es la respuesta del sindicalismo que
se movilizó el 29 de abril: decíamos acá que desde que el Congreso aprobó la
ley la pelota estaba en su campo, y a ellos les tocaba la próxima jugada.
Macri parece empeñado en querer
diferenciarse de De La Rúa dando “muestras de autoridad”, pero las razones y
contenido del veto lo emparentan bastante con el Menem de “ramal que para,
ramal que cierra”; pese a que -a diferencia del riojano- se empeñe en negar un
ajuste que ya es evidente y cuyos resultados están a la vista para el que los
quiera ver; desde trabajadores y jubilados, a Pymes, clubes de barrio, teatros
y centro culturales.
En campaña Macri coqueteaba con
una supuesta “rebeldía” frente a las presiones de un “círculo rojo”, que nunca
terminaba de definir; y que cuando balbuceaba algo al respecto, poco tenía que
ver con el real: el poder económico y mediático que gobierna el país, a través
suyo.
A poco más de cinco meses
intensos de gestión, se lo puede juzgar por los hechos sin temor a equivocarse,
analizando que presiones resistió y a cuáles cedió, con quiénes y -sobre todo-
para quiénes gobierna; lo que implica también tener en claro en quiénes (además
de los votos que le dieron su legitimidad de origen) descansa su autoridad y la
disfrutan, mientras otros la padecen.
Más allá de lo que haya dicho
Macri al anunciarlo, el veto a la ley tiene exactamente el mismo sentido que
tuvieron los despidos seriales en el Estado al inicio de la gestión: que los
empresarios sepan que hay luz verde para despedir, si lo creen necesario. Los
meses venideros nos dirán como fue leída, pero los 800 despidos en el Renatea
del día previo (mientras la ley viajaba del Congreso a la Rosada) van en el
mismo sentido: no se echó a cualquier trabajador al azar, sino a los
responsables de verificar que no se explote ni negree a otros trabajadores.
Sin embargo, el mensaje que el
veto quiere transmitir sobre la gobernabilidad contrasta con la realidad del
Congreso mientras se discutía la ley, y la absoluta tibieza de la defensa del
gobierno que ensayaron los legisladores de “Cambiemos”: tirando el achique para
dejar en off side a la oposición, absteniéndose en la votación mientras que en
Senadores votaron en contra, y el presidente y ellos mismos anunciaban que la
ley tenía destino final de veto.
De La Rúa -de quien Macri intenta
diferenciarse, como dijimos- también quiso dar “muestras de autoridad” pegando
puñetazos en la mesa de Mariano Grondona; y en un país que se incendiaba quiso
tener un “gesto de autoridad” declarando el estado de sitio, una especie de
veto a la protesta social que había ganado las calles. Ya sabemos como terminó
la historia.
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